Junqueras, como gesto de buena voluntad, con su magnanimidad orientaloide, entresultana, se va a dejar indultar. Podría quedarse en la cárcel castigándonos la conciencia como un pesado abejorro de zumbona democracia, minando con desprecio y mucho pico de pan duro el secular franquismo español (llevamos como unos 2.500 años de franquismo, desde por lo menos la Dama de Elche que salía en los billetes de Franco, y que fue la primera fallera o jotera o tonadillera), pero no: ha tenido piedad. Junqueras nos mortificaba desde su celda de cigüeña de iglesia, dolía como alfileres en el cuello su mirada de gafas de coser, con una autoridad de maestra buena o bruja buena; dolía su anaquel de lecturas libertarias o beatas, libros hechos como de oblea o de papel del culo de santo, porque nos duele su santidad y que en España sólo se lea El guerrero del antifaz y a Pérez Reverte. Sí, es que teníamos que indultarlo o nos iba a destrozar.

Junqueras ha mandado una carta, carta de preso con máscara de hierro, carta de príncipe relegado a un pesebre, admitiendo la posibilidad del indulto para “aliviar el conflicto, paliar el dolor de la represión y el sufrimiento de la sociedad catalana”, y ha dejado a todos maravillados por su generosidad. Aunque yo creo que no se refiere tanto al sufrimiento de los presos en sus cárceles como turcas, ni al de los pobres indepes que dirigen toda la vida pública y hasta privada de Cataluña como desde un cardenalato ideológico, ni al de Puigdemont obligado a penar en Waterloo hasta que termine por fin de tomar la forma de una mona de Pascua. No, yo creo que se refiere al sufrimiento del españolito, del colono, del franquista con todo su atavío de franquista, como una sota con atavío de sota; el sufrimiento del Borbón o del castellano o del andaluz (“hombre destruido”, decía Pujol), que no podían soportar el dolor de ver a Junqueras en la cárcel, levantando la nariz como un ratoncito sabio y humilde sobre su silla fondada y sus libros comidos.

Junqueras ha sido, ya digo, generoso, desprendido, y hasta sale perdiendo al relegar su victoria total sobre el Estado español, victoria sin esfuerzo, victoria por aplastamiento o por sueño, más la renuncia a su probable biopic de Mandela, simplemente para salir a la calle como un particular. Junqueras podría haber invadido Madrid con patitos de goma amarillos y pistolas de agua jabonosa contra el facha ayuser, y podría haber multiplicado por diez mil nuestro sufrimiento metiendo a más indepes a pensar con intensidad, casi con telequinesia, en las cárceles góticas de su martirologio. Pero Junqueras ve aceptable el indulto y eso nos libra. Ya no podíamos más con esas apariciones de Junqueras en nuestros sueños, Junqueras afantasmado de jersey flojo, con los estigmas que decía Ábalos ahí echando por las manos rayos o limpiacristales, como un Jesucristo de iglesia de polígono. O sea que menudo alivio.

Junqueras nos hace el favor de aceptar el indulto y sentarse a negociar en una mesa o canapé galante con el presidente de ese mismo país franquista

Junqueras nos hace el favor de salir de la cárcel, donde parecía que tocaba el violín muy mal para martirizarnos. Nos hace el favor de aceptar el indulto y sentarse a negociar en una mesa o canapé galante con el presidente de ese mismo país franquista. País franquista según el propio presidente y su Gobierno, quiero decir, que indulta a Junqueras porque es como Mandela o mucho más, Mandela con un gran crucifijo de cama de matrimonio en el pecho. Lo de Junqueras, como lo de Sánchez, es valentía, es esplendidez, es diálogo, es reconciliación y es hasta una genialidad: para evitar que declaren la independencia, se negociará la independencia. Parece que nadie había caído en eso, hasta que Sánchez ha dicho que ya está bien de unos y otros, que hay que buscar “un nuevo nosotros” que consiste, la verdad, en un viejo ellos.

Junqueras acepta el indulto, acepta salir de su altar carcelario, que era como una gran jaula con el propio espíritu de la democracia allí como un pavo. Como gesto de buena voluntad, el independentismo acepta que se le conceda lo que pide y que se deje a Cataluña igual o peor que está, pero con buen rollo con el sotanillo de la Moncloa. El Gobierno, en correspondiente e inaudito gesto de valentía, se limita a obedecer. Junqueras deja más o menos dicho en su carta de preso, escrita como con tinta de sangre o de humus, que quizá la vía unilateral fue un error. Pero eso no significa que renuncien a la independencia ilegal (la única legal, la de una reforma constitucional, es precisamente la que nunca han contemplado). Sólo significa que es más fácil intentarlo con Sánchez que con Artur Mas, cuatro mancebos suyos y un complicado montaje de asaltos y potajadas por la calle. Quizá no lo vuelvan a hacer, pero porque no hará falta. Ya lo hará Sánchez por ellos, o al menos en eso confían.

Junqueras, increíblemente, acepta salir de la cárcel, acepta sentarse en una silla de fraile para negociar en nombre de toda Cataluña, o la que importa; acepta que el presidente del Gobierno admita que la ley es represión y que le plantee un referéndum pactado, en vez de la diversión de organizar coreografías de gentes, plásticos, férulas y hogueras. Junqueras ha sido generoso, porque para él hubiera sido más memorable rendir el Estado de derecho a base de pasear toda la noche por la celda, grave y shakesperianamente, haciendo ruidos indescifrables, como un emparedado vivo o el vecino de arriba. Sánchez, por su parte, ha demostrado un gran arrojo al evitarnos la humillación de ser doblegados por un vencido que no tenía más que una cuchara de palo y un amiguito jilguero. Ahora nos doblegará, si acaso, un presidiario rampante.

Junqueras, como gesto de buena voluntad, con su magnanimidad orientaloide, entresultana, se va a dejar indultar. Podría quedarse en la cárcel castigándonos la conciencia como un pesado abejorro de zumbona democracia, minando con desprecio y mucho pico de pan duro el secular franquismo español (llevamos como unos 2.500 años de franquismo, desde por lo menos la Dama de Elche que salía en los billetes de Franco, y que fue la primera fallera o jotera o tonadillera), pero no: ha tenido piedad. Junqueras nos mortificaba desde su celda de cigüeña de iglesia, dolía como alfileres en el cuello su mirada de gafas de coser, con una autoridad de maestra buena o bruja buena; dolía su anaquel de lecturas libertarias o beatas, libros hechos como de oblea o de papel del culo de santo, porque nos duele su santidad y que en España sólo se lea El guerrero del antifaz y a Pérez Reverte. Sí, es que teníamos que indultarlo o nos iba a destrozar.

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