Bajo el cielo de artesonado de Madrid, con las Torres de Colón descubiertas de su gorrito art déco como dos tiesos toreros saludando, decenas de miles de personas protestaron no sólo contra la máquina sanchista de indultar, sino de desmontar la democracia. Uno no es mucho de manifestaciones, pero me doy cuenta de que a veces la gente no sale a la calle para tener razón, pidiendo la razón como pide paso una estampida, sino que sale a la calle porque tiene razón y quiere como repartirla, como aguadores. Hay gente que sale a la calle para lo suyo, a cosechar en el cemento, y gente que sale a la calle para lo de todos. Hay gente que sale a la calle como saldría una tanqueta, maciza y fuera de lugar, a avasallar o a invadir, y gente que se diría que está sacando sólo un santo cívico para que llueva. Ni siquiera tienen que pensar igual, como no tienen que pensar igual los labriegos con el sembrado seco ni los ciudadanos que quieren seguir siendo ciudadanos y no siervos de la gleba, como decía Savater el otro día.
En Colón bajaron las tres derechas, o lo que quede, como tres procesiones sevillanas, por calles diferentes, para bailarse o para desencontrarse. Pero esto es lo de menos, en realidad. El personal y los medios siguen pensando en partidos, buscando partidos, esperando a los partidos muy semanasanteramente, en su esquina de saeta, a que bajen con sus nazarenos, con sus titulares enjarronados, y se enganchen un poco por sus volutas, sus dogmas, sus alas de angelote y sus barbas salomónicas de policromía o de croché. Pero es lo de menos, decía, porque esta convocatoria no iba de partidos. La prueba es que podría haber prescindido de todos ellos, o al revés, haber acogido a muchos más que no fueron, y sin que pudiera señalarse ninguna incompatibilidad o exclusividad ideológica.
Estaba el personal muy pendiente de otra foto de Colón, más que nada los que la estaban deseando, para enmarcarla o para odiarla, algunos las dos cosas, como una foto para el vudú. Pero otra foto de Colón no era posible, no sólo porque los partidos se esquivaron sino porque tendría que haber sido la de un señor del PSOE que también estuviera por allí, rompiendo la maldición o denunciando la falacia, cargándose la fiesta sanchista como ese soso con matasuegras desafinado de todas las fiestas. La foto de Colón, o sea el trifachito haciendo como una fuente romana para la izquierda, no puede incluir a un socialista siquiera friki, menos esos barones del PSOE que podrían haber estado allí sin que crujiera nada, sin entrar en ninguna contradicción. El único que entra en contradicción es Sánchez.
El independentismo no es perverso por buscar la independencia ni por romper como si fuera un queso alguna España sagrada, sino porque está destruyendo real y efectivamente la democracia
En Colón, que a algunos les parece ya el Stonehenge de la derechaza, no estaba sólo la derecha ni importaban mucho los partidos, que se perdían en el barullo o en la idea de la convocatoria como niños chicos de la mano, como si se perdiera Almeida en una de sus propias verbenas. La manifestación podría haber prescindido de Abascal como del que vende flores en la feria, o sea una españolidad ya un poco china por excesiva. Podría haber prescindido de Ayuso, que a veces parece una manic pixie dream girl (no voy a explicarlo, búsquenlo porque es curioso) y hasta se le ocurrió meter al Rey en el asunto, como si el Rey pudiera ser en esto más que la mano de madera y pasamanería de esos cristos que indultan. Podría incluso haber prescindido del magisterio cívico de Savater, que aunque no suba a recitar parecía dejar allí su toga de mármol; o de Trapiello, con su certero y simple Machado de maestroescuela.
La manifestación, en fin, podría haber prescindido de todos ellos y hubiera quedado lo mismo, ese señor socialista o ese ciudadano de banderín de waterpolo o de pancarta como un cartel de ultramarinos que no está exigiendo ni privilegios ni abstracciones sentimentales o patrióticas, sólo que la ley siga siendo ley, no capricho, y que el Estado no consienta que se inviertan los valores de la democracia y de la convivencia invocando la democracia y la convivencia, que ya eso es demasiado cachondeo.
Sin paseo en góndola desde Génova, sin Abascal de dominguito, sin Arrimadas como un cisne sin lago, sin la vehemencia ya calcárea de Rosa Díez, todavía hubiera quedado la idea, que es metaideológica y por eso es verdaderamente cívica y poderosa. El independentismo no es perverso por buscar la independencia ni por romper como si fuera un queso alguna España sagrada, sino porque está destruyendo real y efectivamente la democracia. El independentismo excluye de la ciudadanía al no nacionalista y no admite más ley ni más tribunal que ellos mismos en comandita. Ahora, Sánchez viene a decir que la convivencia sólo es posible admitiendo ese permanente abuso. No sólo indulta presos sino que acepta la abolición del Estado de derecho. Sí, la gente a veces sale a la calle simplemente porque es lo correcto, y eso se sabe porque no es por sus cosas sino por las de todos. La verdadera foto de Colón es Sánchez retratado en ese vergonzoso trueque de la democracia por la tranquilidad de sus siestas sobre veinte colchones.
Bajo el cielo de artesonado de Madrid, con las Torres de Colón descubiertas de su gorrito art déco como dos tiesos toreros saludando, decenas de miles de personas protestaron no sólo contra la máquina sanchista de indultar, sino de desmontar la democracia. Uno no es mucho de manifestaciones, pero me doy cuenta de que a veces la gente no sale a la calle para tener razón, pidiendo la razón como pide paso una estampida, sino que sale a la calle porque tiene razón y quiere como repartirla, como aguadores. Hay gente que sale a la calle para lo suyo, a cosechar en el cemento, y gente que sale a la calle para lo de todos. Hay gente que sale a la calle como saldría una tanqueta, maciza y fuera de lugar, a avasallar o a invadir, y gente que se diría que está sacando sólo un santo cívico para que llueva. Ni siquiera tienen que pensar igual, como no tienen que pensar igual los labriegos con el sembrado seco ni los ciudadanos que quieren seguir siendo ciudadanos y no siervos de la gleba, como decía Savater el otro día.
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