Sánchez, que se roza con los aviones y los helicópteros como la pegatina de una pin up girl, que se roza con brigadas y con flotas enteras emergidas para que él las acoja con una marinería presidencial de vedete de secano; Sánchez, decía, también se ha rozado con Joe Biden. Medio minuto, o así, es lo que estuvo Sánchez a su lado, caminando, flameando brevemente de barras y estrellas como una animadora o un hombre cañón. Medio minuto, como si Biden fuera una tirolina o un ascensorista, medio minuto agarrado como un esquiador acuático a esa estela del poder que es como la de un portaviones (el poder para Sánchez es una cosa de ventoleras y hélices, igual que la fama de los champús). Sánchez seguía el aleteo del presidente estadounidense pero más que un mandatario europeo o un barquito de recreo parecía sólo alguien que se había acercado a Biden para pedirle un eurillo. Biden miraba al frente y sólo quería escapar como de un vendedor de clínex o de un mimo pegajoso. Y ésa es nuestra diplomacia y nuestra influencia.
Sánchez apenas se roza por las cosas, incluida la propia presidencia del Gobierno. Se roza lo justo para adquirir de ellas lustre, lacado y resol; se roza quizá para cargarse de energía electrostática, como un plumero, energía que luego usa para solapas luminosas, tupés tiesos y arcos voltaicos de una modernidad del 2050 o por ahí que en realidad sólo es de castillo de Frankenstein. Con Biden, por supuesto, tenía que rozarse, porque era como darse un baño de plata de dólar de plata, un empolvado de peluquín vivo de un George Washington de mármol, y recibir una caricia poderosa de la poderosa águila calva, indistinguible del picotazo o de la herida de garra.
Fue medio minuto o poco más de seguir a Biden como un pesado de la vuelta ciclista o un reportero de Rociíto, pero a Sánchez no le hace falta ni más tiempo ni una reunión seria. Yo creo que las reuniones en profundidad le perjudican, como a todos los que no tienen profundidad. Cuando se discutía en Europa el dinero para la recuperación, la premier finlandesa le llamó la atención porque Sánchez no se movía, sólo exigía y ponía morritos, como aquí con la oposición. A Sánchez le dieron dinero a pesar de esto, por pena o porque no podían dejar de dárselo, y aun así, Sánchez volvió condecorado de estrellas sólo de rozarse por las banderas estrelladas de la Europa que nos presta dinero y estrellas. Con ese leve roce por las reuniones europeas y los cables de los auriculares de la traducción, ya tuvo Sánchez suficiente energía para encenderse un traje de luces y que lo recibieran en el coso del Congreso como a un Jesulín con pila de petaca en la taleguilla.
Biden miraba al frente y sólo quería escapar como de un vendedor de clínex o de un mimo pegajoso. Y ésa es nuestra diplomacia y nuestra influencia
Sánchez se roza brevemente con Biden, se roza entre gorrón y pervertido, y ya con eso llega revolcado en las estrellas americanas como en la brillantina geopolítica, o eso le parece a él. Quizá Sánchez no puede hacer otra cosa que rozarse con Biden, no tenemos flota ni economía ni interés para el emperador del mundo, apenas Rota y una confusa paella malagueña / californiana de Antonio Banderas o algo así. Sí, hasta Marruecos es más importante que nosotros, siquiera como tapón de arena para el yihadismo. Pero yo creo que eso es una resignación de Sánchez, que ha renunciado a toda profundidad y a toda seriedad en las relaciones exteriores, como en el resto de la política. Le basta rozarse o simplemente prefiere rozarse, llevarse la pelusa del poder antes que arriesgarse a gobernar de verdad. Sánchez torpea en Europa o en la crisis con Marruecos porque sólo busca rozarse o lucirse por lo internacional como por una alfombra de hotel internacional. Hasta los indultos son sólo rozarse o empolvarse de palabras como diálogo y concordia, más perfumes de época navideña que soluciones.
Biden le hace la cobra a Sánchez, que se ha acercado como un carterista sospechoso o un hare krishna. Biden corría como para ir al baño (en realidad Biden siempre parece que va camino del baño), sin mirar siquiera a Sánchez, cosa que me parece de poca diplomacia y de poca educación. Pero lo peor es que no creo que Sánchez buscara más que ese roce, llevarse ese momento de estar al lado de un Biden regio en su prisa, en su desprecio o en su próstata. Para Sánchez era como si caminaran los dos por el complicado y estrecho submarino de la política mundial, tomando decisiones vitales en segundos, o por los pasillos de la Casa Blanca, como caminan y charlan los personajes de El ala oeste, que nuestro presidente asimila a su sotanillo de la Moncloa.
Sánchez sólo parecía pedirle a Biden un eurillo en el metro, pero nuestro presidente afirma que hablaron de Latinoamérica, lazos militares y agenda progresista. Fue un encuentro breve, impulsivo, grimoso (como “cuando un desconocido te regala flores”, que decía el viejo anuncio) y quizá hasta sobrenatural. No es lo importante de lo que hablaron, sin embargo. Lo importante es que si Sánchez se crece posando con camiones de bomberos, imaginen volviendo con destellos acerados del Capitán América.
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