El 'efecto Ayuso' no es como el 'efecto Illa', que venía sin efectos secundarios como las pastillas Juanola con las que parece alimentarse y hacer política el ex ministro. Illa se sabía para qué iba y dónde tenía que colocarse con sus trajes de chófer del catalanismo, trajes negros y a lo mejor falsos del oficio, igual que la viga negra y falsa del techo de un mesón castizo. En realidad Illa no tenía ningún efecto, todo lo dejaba igual, en el pilón de pedir perdón donde siempre ha estado el PSC, sólo que enviado por Sánchez como un cartero con la carta devuelta. El 'efecto Ayuso', que es a lo que yo iba, ha sido más potente y casi tira a Sánchez de su colchón de la Moncloa, como la dueña de una pensión de la Gran Vía. Pero Ayuso sí viene con efectos secundarios, con prospecto acordeonado, con febrícula y con sarpullidito entre la alergia y la angora. Ayuso, claro, viene con la ayusada.
La ayusada es una jaquequita en el PP, es un orzuelo de dama, es un vahído en misa, es un rosetón en la cara, es una calentura entre la enfermedad y la pasión, es un dolorcito nocturno y palpitante, como el despertador o la orina, en el costado que corresponde a tu lado de la cama. Pero sin la ayusada yo creo que no habría Ayuso, no habría efecto Ayuso, no habría medicina, así que a lo mejor hay que sufrir las ayusadas como el pinchazo casi minero de una jeringa antigua, de vidrio y formol, una jeringa como de Ramón y Cajal (anatema ahora, por cierto). Las ayusadas le salen a Ayuso sin más, ella misma lo ha reconocido, no recuerdo ahora si en lo de Bertín o en otro sitio de hablar en la mesa o en los columpios. Yo creo que Ayuso funciona y triunfa porque lo hace todo por intuición, no le preparan como a Sánchez la palabra medida igual que el tiro del pantalón. Así que la ayusada es ese ruido estadístico de su intuición, que a veces suelta un gallo o un petardeo, y que a veces puede salir por una pizza o por el Rey.
El Rey no puede ser ni cómplice ni salvador de nada, sólo está ahí para expresar obviedades y buenos deseos, y para firmar sellos, despachos de guardiamarina o leyes"
La última ayusada ha sido sacar al Rey como un naipe, con majeza y cierta desesperación, en esto de los indultos. El Rey no puede ser ni cómplice ni salvador de nada, sólo está ahí para expresar obviedades y buenos deseos (esa Navidad que tiene que ser la democracia para un rey constitucional) y para firmar sellos, despachos de guardiamarina o leyes, todo indistinguible y automáticamente, dejando caer como un ancla su brazo lleno de anclas, sin poder hacer más. Hacer otra cosa ya le convertiría en un rey de tribu o en un rey del Cid, y ya hace mucho que no estamos ahí. Los únicos que creen aún en un rey gobernante, crucífero, medieval, con armero y herrero y verdugo, con sangre bendita o maldita, son precisamente los republicanos, los indepes entre ellos. Es hasta lógico, porque las supersticiones de la raza, de la clase y del linaje vienen a ser la misma. Pero para los demás, para los demócratas, para la gente civilizada, el rey sólo es un funcionario atrapado entre cenefas, catalejos y juegos de escritorio, como un barco de botella.
No creo que Ayuso se sienta ahora lady Marian, más bien quizá sólo se quedó atrapada sentimentalmente en un rey como figura paternal o navideña, pensando que es alguien que de repente se ve obligado a firmar el indulto como si Santa Claus tuviera que firmar una granada de mano. Ayuso sin duda ve una humillación simbólica a todo el Estado en la persona de Felipe VI, pero se le olvida que el simbolismo del Rey no se veja, sino que se refuerza, cuando hace de rey automático y navideño. Quiero decir que aunque Aragonès no quiera hablar con el Rey, el Rey hablaría con él, como hablaba con Iglesias y le daba su mano de ancla y su sonrisa de minué. El Rey firmaría hasta la norma que nos convirtiera en república, si así lo determinara la legalidad. Las ayusadas, en fin, son exageraciones o chulaperías o errores, y quizá son inevitables, pero no pueden ser irreversibles. Ayuso se equivocó haciéndose papista de un Rey papa, y debería reconocerlo. Yo creo que sería más Ayuso admitiendo la ayusada, incluso, como es más rey el rey de escritorio que el que se imaginan los indepes.
Ayuso produce ayusadas con la naturalidad y la exageración del milagro del milagrero, pero la ayusada no puede arrastrar a Ayuso hasta que no sea más que eso, sus ayusadas. Aun así, la ayusada es parte de Ayuso y a lo mejor sin ella sólo sería otro traje gris del PP, otro Illa del PP, algo así como otro Casado que hiciera lo mismo que Casado. Ayuso tiene la ayusada, que al menos es tener algo. Ayuso tiene algo, Almeida tiene algo, Cayetana tiene algo, y a lo mejor es Casado el único que no tiene nada, es como un señor hecho todo de achicoria. La ayusada es un retortijón para el PP, es un flato de señorita, es una sien que palpita y piensa sola, con los crujidos de la casa. Empieza su investidura, pero el efecto Ayuso se siente y se sentirá, como alivio o como escalofrío, mucho más allá del Madrid de gloria y escrófula.
El 'efecto Ayuso' no es como el 'efecto Illa', que venía sin efectos secundarios como las pastillas Juanola con las que parece alimentarse y hacer política el ex ministro. Illa se sabía para qué iba y dónde tenía que colocarse con sus trajes de chófer del catalanismo, trajes negros y a lo mejor falsos del oficio, igual que la viga negra y falsa del techo de un mesón castizo. En realidad Illa no tenía ningún efecto, todo lo dejaba igual, en el pilón de pedir perdón donde siempre ha estado el PSC, sólo que enviado por Sánchez como un cartero con la carta devuelta. El 'efecto Ayuso', que es a lo que yo iba, ha sido más potente y casi tira a Sánchez de su colchón de la Moncloa, como la dueña de una pensión de la Gran Vía. Pero Ayuso sí viene con efectos secundarios, con prospecto acordeonado, con febrícula y con sarpullidito entre la alergia y la angora. Ayuso, claro, viene con la ayusada.
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