Sánchez ha decidido que cuando suelte a los presos del procés estemos ya todos comiéndonos la boca, siquiera con los ojos. Llevamos más de un año mirando tela, acariciando tela, incluso enamorados de una tela con dos ojos negros por arriba como dos guiñoles de bruja o dos cisnes de ballet, así que Sánchez / Redondo ha pensado que devolvernos la boca era devolvernos la carne, la vida toda pulposa, y eso es más poderoso que la justicia y la democracia, que sólo parecen temas de algún triste que oposita en verano. Cuando suelten a los presos estaremos todos descubriéndonos las bocas, desjugando las bocas, con los ojos hundidos en las bocas como en aquel sofá de Dalí, y nadie se va a fijar en que sale una gente tiñosa de cárcel y de santidad fanática, guerreando en mitad del verano del amor. Nos vamos a arrancar la mascarilla como la ropa, vamos a olvidarlo todo salvo el placer, como con aquella niebla de Boris Vian. O eso piensa el sotanillo de la Moncloa, que la traición se tapa con alegría y destape.
Sánchez nos quiere borrachos de verano cuando salgan los presos llevando todavía dentro, como francotiradores, una guerra de invierno
Mascarillas, indultos, alegría, destape. Sánchez sólo quiere dar buenas noticias y si no las tiene las decreta, las profetiza o las canta. El presidente parece ya un fauno, ebrio de vino de flores y parras púbicas, desnudo de atril para arriba cada vez que habla. Sánchez de nuevo declara el fin del virus, esta vez en su ahogo y en su oscuridad, y lo proclama como el carnaval, con una fecha que parece lunar o pagana o arbitraria porque lo es. Exactamente como las otras veces, en el pasado verano, en la Nueva Normalidad cienciológica, en la Navidad a la sombra del allegado como a la sombra del abeto, en el fin del estado de alarma con nocheviejas derretidas en primavera como cumbres de trampero. Los expertos dicen que puede ser precipitado quitarnos la mascarilla, al menos así en general, sin atender a parámetros epidemiológicos y locales precisos. Pero la ciencia sanchista es más sencilla y directa que la ciencia médica.
Sánchez quiere que todos estemos chapoteando en la piscina de nuestros ojos, en el sorbete de nuestras bocas, en los chupitos de puro aire fresco, que nos parecerá mentolado; quiere que estemos en eso, sorprendiéndonos de nuestros sentidos erizados, de nuestra carne reencontrada, de la vecina que parece de repente aquella pastelerita de Vian; quiere que estemos flipando en una psicodelia de labios que se vuelven muslos y sol que se vuelve miel sobre las pecas; o sea Sánchez nos quiere borrachos de verano cuando salgan los presos llevando todavía dentro, como francotiradores, una guerra de invierno. A lo mejor desprendernos de la costra de la mascarilla así, sin más criterio que la conveniencia de Sánchez, que es como la del heladero, no es muy epidemiológico. Pero Sánchez ha sido más científico que nadie poniéndonos el sexo y la concupiscencia frente a la política y la filosofía del derecho, que es como hacer elegir a un mono entre un plátano y un rompecabezas.
Mascarillas, indultos, alegría, destape. Todo tiene que venir confundido y promiscuo, como el pecado. A Sánchez le hacen la pelota con los indultos los empresarios catalanes y los que no son catalanes, porque Sánchez viene abanicando dinero como una viuda rica abanica perlas. Sin embargo, esto no es suficiente. La catalanidad adinerada, o sea pujolista, se volvió tan avara con el independentismo antes como con la supuesta concordia ahora. O sea, que sigue avara. Pero, de todas formas, sólo son gente con cara de cartelón de oficina bancaria, de la que te hace un favor quedándose con tu nómina, o sea gente que nadie se cree, que ni el telediario sanchista se cree. Sánchez puede darles dinero, que se subsume con el resto de su dinero, pero no convencen a nadie. Es mejor darle al pueblo una manzana de caramelo en cada cara y un verano que parezca el de tener quince años. A ver qué le van a importar a uno los indepes si vuelves a tener quince años y las piernas parecen playas o al revés.
Sánchez decretará el fin de las mascarillas como el inocente fin de la inocencia y todo parecerá el tierno y rubio pecado de una prima segunda. Saldrán los presos y será como las orquestas de verbena que vuelven, con maracas y mangas de Machín (no sé por qué pero Junqueras vestido de maraquero no deja una imagen excesivamente chocante). Todo esto creen, al menos, Sánchez y Redondo, el sotanillo de la Moncloa donde se gobierna como si sólo se prepararan barbacoas. Los presos desprecian el Estado de derecho y celebran el indulto como una demostración de la “debilidad del Estado” (Junqueras) o el “preludio de la derrota de España” (Cuixart), pero nadie se acordará de nada, nadie se percatará de que nos roban Cataluña, el país y la democracia porque estaremos comiéndonos como cangrejos que se comen a otros cangrejos.
Mascarillas, indultos, alegría, destape. El aire volverá a tener sal como los besos, los besos volverán a tener arena como los dedos, los dedos volverán a tener secretos como los ojos, los ojos volverán a tener hambre como las bocas. Estaremos borrachos de carne y de verano, de cubatas de sol negro, de lunares revelados por las telas y el viento. Estaremos borrachos de Sánchez, se cree Sánchez, pero lo mismo no es suficiente para que nos arranquemos los ojos de lujuria, como con aquella niebla de Boris Vian.
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