Las lámparas del Teatro del Liceo le ponían sonrisas de calabaza siniestra al discurso de Sánchez, que allí se creía, más que nunca, un tenor con faldones de piano de cola. Las lámparas o cabezas flotantes o fuegos fatuos miraban al presidente exactamente como lo mira el independentismo, con aviesa y macabra hilaridad. Mientras el presidente se canta arias de balcón y mandolina, o quizá sólo arias de cocinero, el independentismo le viene a decir, con sonrisa ubicua, oscura e infernal, que va apañado si cree que los indultos van a cambiar algo. El independentismo se ha negado a ir a aplaudirle como a un cantante de rancheras, pero dejó la platea llena de avisos de bruja, aspilleras y flechas de fuego que apuntaban a Sánchez como a un cadáver vikingo. Los espontáneos le recordaron a qué no van a renunciar nunca los socios y convidados de Sánchez, sus presos perdonados como pavos presidenciales, pero allí seguía el tenor, con su aria todo papada, gustándose él y gustando a un público como de Luis Cobos.
Esa Cataluña del dinero o del abanico es la de siempre, la que estuvo con el franquismo, la que estuvo con el independentismo y la que está a la que salta, que a lo mejor eso incluye ir a ver qué puede ofrecer Sánchez
Sánchez se fue al Liceo de Barcelona, que no es sólo un gran teatro sino un gran símbolo. Como una pagoda en mitad de la Rambla, el Liceo parece representar la complacencia de la burguesía catalana por establecer su pompa entre el vicio y el negocio, o sea entre el Barrio Chino y la Boquería. Sánchez no sé si ha pensado esto exactamente, pero seguro que sí ha pensado que él quería un público que pareciera la Barcelona del buen paño y de las lonjas pescaderas económicas, sociales y políticas. Sánchez parece empeñado en demostrar que, aunque el independentismo gobierna o reina no una región ni una ciudadanía sino una causa, él puede convencer a la Cataluña del dinero, del seny y del meñique tieso para que el separatismo vuelva a ser cosa de punkis.
En el Liceo no había nadie del Govern, pero sí banqueros, empresarios, cultureta, gente que tiene por ideología su propia manivela o su traje de maestrante o su cucharón, y en ese plan. Sánchez se cree que habla a esa Cataluña posibilista, moderada, venerable, que puede reconducir a sus cachorros exaltados, todo el día con el botellón y la tea indepe. Pero no es así. Esa Cataluña del dinero o del abanico es la de siempre, la que estuvo con el franquismo, la que estuvo con el independentismo y la que está a la que salta, que a lo mejor eso incluye ir a ver qué puede ofrecer Sánchez, incluso aplaudirle cuando haga sus gorgoritos con la pajarita dando vueltas en la nuez.
Sánchez pide concordia pero los indepes le dicen a la cara, incluso con sonrisas de calabazas en llamas, que no conciben más concordia que la aceptación total de sus exigencias. Sánchez se congratula de reunir bajo los estofados de oro y el rosetón como normando del Liceo a un público que le aplaude los indultos, pero es el mismo público que antes aplaudió y cebó al independentismo, por si era posible, y que lo seguirá haciendo por si vuelve a ser posible. Un público que ahora, simplemente, quizá piensa en el rearme subvencionado por el Estado mientras mira, a través de sus impertinentes, a un Sánchez ahogándose con la lírica como con el brindis de La traviata.
En Cataluña no hay moderación, o es indistinguible del colaboracionismo. El mito nacionalista, por supuesto, no tiene contestación entre los que gritaban fuera, ni entre los espontáneos o no tan espontáneos de dentro (a Sánchez le venía mejor uno de Arran levantando un puño o una estelada levitantes entre candiles de fuego levitantes, que no uno de Arran aplaudiéndolo). Pero lo significativo es que el mito nacionalista no tiene contestación en esos supuestos moderados que llenan los palquitos como calesitas de un catalanismo torero, y que no tiene contestación ni siquiera en el PSC. La inversión de todos los valores democráticos y del Estado de derecho, que es lo que ocurre en Cataluña, se ha aceptado con tanta normalidad como que a Richard Strauss te lo subtitulen en catalán. A esa inversión de los valores le cantaba Sánchez, mientras lo miraban sonriendo los faroles del infierno y el trágico anfiteatro de la burguesía del Ensanche.
Sánchez, fuego fatuo ante fuegos fatuos en un Liceo convertido en trampa de terciopelo para el dinero y el catalanismo acharolado, no se equivoca por conceder indultos, sino por no darse cuenta de que no mejorarán nada ni en Cataluña ni en España. El indulto es muy cantabile, pero no conseguirá más que sustentar los argumentos, el victimario, la hoja de ruta, el fetichismo, la magia retroalimentada, la causa indepe que no es que continúe a pesar de las intenciones de Sánchez, sino que continuará precisamente gracias a Sánchez. Yo estuve en el Liceo hace unos años viendo un Parsifal bastante bueno al que le habían quitado todo el misticismo crístico, iluminado y flagelante situándolo en un manicomio de entreguerras. El Grial, la salvación, la redención, la antigua herida incurable, los monjes soldados, el necio inocente que deviene en héroe... Todo eso quedaba, simplemente, como locura, histeria, trauma y condena comunales. El independentismo ya es eso, lo que pasa es que la platea hojaldrada aún aplaude sin entender, quedándose en la historia de magia y no en el sufrimiento circular de una comunidad enferma. El independentismo es ya otro Parsifal en un manicomio, y si hay algo que no sirve contra la locura es alimentarla. Ante caras siniestras, caras como de monstruos que viven en sus espejos monclovitas, Sánchez cantaba también para mantener el mito. Tanto como si cantara Puigdemont, cantante bufo sobrepasado por el drama y arrollado por su pechera como un tenor de Bugs Bunny.
Las lámparas del Teatro del Liceo le ponían sonrisas de calabaza siniestra al discurso de Sánchez, que allí se creía, más que nunca, un tenor con faldones de piano de cola. Las lámparas o cabezas flotantes o fuegos fatuos miraban al presidente exactamente como lo mira el independentismo, con aviesa y macabra hilaridad. Mientras el presidente se canta arias de balcón y mandolina, o quizá sólo arias de cocinero, el independentismo le viene a decir, con sonrisa ubicua, oscura e infernal, que va apañado si cree que los indultos van a cambiar algo. El independentismo se ha negado a ir a aplaudirle como a un cantante de rancheras, pero dejó la platea llena de avisos de bruja, aspilleras y flechas de fuego que apuntaban a Sánchez como a un cadáver vikingo. Los espontáneos le recordaron a qué no van a renunciar nunca los socios y convidados de Sánchez, sus presos perdonados como pavos presidenciales, pero allí seguía el tenor, con su aria todo papada, gustándose él y gustando a un público como de Luis Cobos.
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