La concordia de uno solo, cojitranca y escocida, clueca y gacha, que defendió Sánchez ante un público de candilejas tuertas y espantapájaros ardiendo en el Liceo, y ante una cámara grúa en el porche de la Moncloa, ya ha sido correspondida por el Govern. Tras los indultos “es la hora de un referéndum pactado”, ha concordado Pere Aragonès, enternecido y vencido por la grandeza de Sánchez, que ya necesita teatros de Verdi o de Wagner para que le quepan sus túnicas como pirámides escalonadas y sus cabalgatas aladas. En la radio, Pepa Bueno le preguntaba a Elsa Artadi qué habían aprendido después de todo este tiempo y la concordante respondía: “Que teníamos razón”. La concordia ya estaba en los corazones, ya se ve. Sólo hacía falta que Sánchez le pusiera la moña, quitándosela como de su propio sombrero de pastorcita.
El catalanismo no ha hecho otra cosa que trabajar en la concordia, perfeccionar la concordia hasta hacerla sublime, invencible e imperativa: o se hace lo que ellos quieren o habrá problemas
El secesionismo era pura concordia no correspondida. Pedían concordia con fogatas en los escaparates, melancólicas, urgentes y con la ropa ardiendo por los picos, como en las fogatas de los primeros amores. Pedían concordia con vistosas pintadas de heces señalando a los disidentes, con magníficos autos de fe y floridas picotas para los botiflers. Pedían concordia encintando las resoluciones judiciales como cartas de amor de un opositor a notarías, guardadas junto a mechones y lacrimatorios. Pedían concordia aboliendo las leyes en plazas de mercado de ganado, con invitación a unirse a la romería o bien ser expulsado de la condición ciudadana. A cambio de tanta concordia, de España sólo obtenían prebendas, privilegios, pasta gansa y andaluces moritos. Así, claro, con sólo una parte fomentando el entendimiento, era imposible llegar a nada.
Sánchez nos ha traído la concordia como un botones con ramo de flores. Nos habíamos olvidado de la concordia estando en juego el Estado de derecho, pero Sánchez nos lo ha explicado muy bien, como con una lámina de las partes de una vaca, señalando el corazón o señalando el lomo bajo, que no sé si lo tiene claro. Concordia viene de corazón, como los besos o la risa, como el nacionalismo mismamente. Y es que España ha vivido empeñada en el conflicto, en que siga habiendo toreros y tunos alcalaínos y goles del Real Madrid y una monarquía de tinterito; empeñada en que siga habiendo leyes incluso, leyes para todos, sin tener en cuenta la obligatoria concordia con ciertos privilegiados concordantes que se deciden ellos mismos privilegiados con los que no hay más remedio que concordar. En Cataluña la concordia era tan principal que llegaba a militarizar la educación, los medios, lo público, la sociedad; allí todo era concordia bajo pena de muerte civil. Pero España seguía oprimiendo, y así no se puede llegar a nada.
Sánchez, desde su conchita de apuntador inverso, nos señala que en España falta concordia, que falta hasta perdón, que es lo que han pedido los de Podemos a los presos, perdón por olvidar la concordia dejándoles tanto tiempo en la cárcel, por permitir que los tribunales apliquen las leyes de la civilización y no de las tribus o los vendedores de camellos. Sánchez exige concordia a todos excepto a los secesionistas, pero eso es porque el catalanismo no ha hecho otra cosa que trabajar en la concordia, perfeccionar la concordia hasta hacerla sublime, invencible e imperativa: o se hace lo que ellos quieren o habrá problemas. Y nadie quiere problemas, claro. A lo mejor nunca hubo concordia, pero preguntarse eso ya es acabar con la concordia y así no se llega a nada.
A Sánchez ya le están respondiendo a su concordia, que viene del corazón, con otra concordia que a lo mejor viene del cojón, pero es que el propio Sánchez les ha demostrado que ésa es la que vale. La concordia de uno solo no es concordia, la negociación de uno solo no es negociación, la democracia de los que se separan y se designan para ser ellos solos la democracia no es democracia. La concordia a veces no es que sea difícil o no sea posible, sino que simplemente no es deseable. Dejar que Cataluña se pierda en un totalitarismo folclórico, agropecuario y linchador no es concordia, sino claudicación ante el horror.
La concordia le hacía a Sánchez bajar del escenario del Liceo un poco patituerto y le hacía salir en la Moncloa como a un templete de baile de verano. Son escozores normales cuando sabes que tus socios sólo entienden la concordia como chantaje y como satisfacción de sus pulsiones pueriles, egoístas y antidemocráticas, pero tú los necesitas. Más importante que la concordia con quien no la quiere es la pedagogía democrática para quien la necesita. Y aquí hace falta mucha pedagogía democrática. Pedagogía para que Artadi comprenda que Sánchez haciéndoles una pedida de mano en la ópera como si fuera Richard Gere no les da la razón en nada. Pedagogía para que algunos políticos adánicos sepan que no están inventando la nueva democracia sino reviviendo un totalitarismo identitario que una democracia no puede consentir. Pedagogía para que la gente que se ha creído sus mentiras y barbaridades se dé cuenta de que son mentiras y barbaridades. Pedagogía también para Europa, aunque sea esa Europa de jurado de Eurovisión que parece el Consejo de Europa. Más que la concordia de uno hacía falta pedagogía para todos. Pero Sánchez, descendido entre nubes aplastadas y oro en viruta como un deus ex machina, ha renunciado a la pedagogía como a la dignidad y como a Cataluña. La Cataluña que le dé votos para su colchón de ganso y se quede bailando con la gaita totalitaria no es la de la concordia, sino la de la decadencia, el fracaso y el horror. La verdad es que la concordia de uno solo parece el amor de uno solo, pero es que Sánchez es justo eso.
La concordia de uno solo, cojitranca y escocida, clueca y gacha, que defendió Sánchez ante un público de candilejas tuertas y espantapájaros ardiendo en el Liceo, y ante una cámara grúa en el porche de la Moncloa, ya ha sido correspondida por el Govern. Tras los indultos “es la hora de un referéndum pactado”, ha concordado Pere Aragonès, enternecido y vencido por la grandeza de Sánchez, que ya necesita teatros de Verdi o de Wagner para que le quepan sus túnicas como pirámides escalonadas y sus cabalgatas aladas. En la radio, Pepa Bueno le preguntaba a Elsa Artadi qué habían aprendido después de todo este tiempo y la concordante respondía: “Que teníamos razón”. La concordia ya estaba en los corazones, ya se ve. Sólo hacía falta que Sánchez le pusiera la moña, quitándosela como de su propio sombrero de pastorcita.
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