En abril, el presidente estadounidense, Joe Biden, confirmaba la decisión de retirar las tropas de Afganistán en el año en que se cumple el vigésimo aniversario de los atentados del 11 de septiembre que llevaron a Estados Unidos a justificar su presencia en el país. El repliegue, que implica también la retirada de la OTAN, ha avanzado más de lo previsto, y se espera que en julio se haya completado casi todo.
La retirada se produce apenas unos meses después de comenzar las negociaciones intra-afganas de paz en Doha entre el gobierno afgano y los talibanes, tras el acuerdo de febrero de 2020 que abría la puerta a una salida política a la situación. EEUU dejará apenas algunas tropas para la protección de los diplomáticos.
Sus servicios de inteligencia han previsto unos seis meses para un potencial colapso del gobierno y ejército afgano ante un avance de los talibanes. Por ello, el presidente de Afganistán, Ashraf Ghani, viajó el miércoles a EE UU para discutir nuevas vías de acción con Biden.
La comunidad internacional debe ser consciente del peligro al que se enfrenta ahora la población afgana, especialmente las mujeres
La comunidad internacional debe ser consciente del peligro al que se enfrenta ahora la población afgana; no solo los colaboradores locales de las tropas occidentales, para los que desde el Parlamento europeo hemos pedido protección específica y expedición de visados, sino toda la sociedad, especialmente las mujeres. Nadie ha ganado tanto, en los últimos años, y nadie tiene tanto que perder ahora como ellas.
El régimen talibán instauró la violencia institucional contra las mujeres. La crueldad de sus acciones estremeció al mundo. Era difícil digerir tanto odio. Mientras que ese régimen de terror, con segregacionismo de género y eliminación de todos los derechos, fue uno de los principales argumentos para justificar la presencia militar occidental, en el anuncio de la retirada apenas hemos oído hablar de un compromiso sobre el futuro de esas mujeres.
Para ver las consecuencias en cuanto a violencia se refiere no hay que remontarnos demasiado en el tiempo: el bombardeo a la escuela de niñas Sayed al-Shuhada de Kabul el pasado ocho de mayo, que terminó con 85 niñas muertas y al menos 147 heridas, es una muestra de la brutalidad que siguen sufriendo. Que podrán volver a sufrir.
En la Subcomisión de Derechos Humanos del Parlamento europeo hemos hablado con algunas de las protagonistas e impulsoras de los principales avances en los derechos de las afganas en los últimos veinte años. Mujeres que han arriesgado su vida por implicarse en la política, ejerciendo como ministras, participando en la mesa de negociación frente a frente con los talibanes.
Hoy, las mujeres ocupan 69 de los 249 escaños del parlamento, un 27,7%. Hoy, cuatro mujeres forman parte del equipo negociador en Doha. Apuntan a un cambio progresivo en la concepción social de la mujer en el país, y al fundamental apoyo de la comunidad internacional en apuntalar algunas reformas.
Las mujeres y las niñas afganas han ganado mucho en los últimos años, pero nunca más de lo que perdieron con la llegada de los talibanes. La Constitución de 1964 ya establecía el sufragio universal, y especialmente en las últimas décadas del siglo XX las afganas de los entornos urbanos disfrutaron de altas cotas de libertad y derechos. Antes de la llegada de los talibanes al poder, en 1994, eran la mitad del funcionariado público, el 70% del profesorado y el 40% de los médicos.
No hace falta especular sobre cuáles serán los escenarios para las mujeres si los talibanes recuperan el poder. Ya lo sabemos. Lo hicieron y lo están haciendo en el territorio que controlan. Las mujeres siguen enfrentándose a amenazas cotidianas, a la restricción de sus derechos y a un entorno de violencia sexual, doméstica y de género. El Índice de Mujeres, Paz y Seguridad de 2019-2020 revela que Afganistán es el segundo país del mundo más peligroso para ellas.
Lo cierto es que cada vez son menos aquellos que ven una oportunidad en las negociaciones de paz de Doha que ya se encontraban en un punto muerto, mientras los talibanes, que ven como una victoria la retirada de las tropas occidentales, se rearman para la ofensiva ya en marcha.
No habrá paz para las mujeres sin un gobierno fuerte con control del territorio, pero tampoco la habrá para Afganistán sin la plena participación de las mujeres en la vida política y social
No habrá paz para las mujeres sin un gobierno fuerte que mantenga control sobre el territorio, pero tampoco la habrá para Afganistán sin el reconocimiento de derechos de las mujeres y su plena participación en la vida social y política del país.
Si sólo hay un futuro islamista para Afganistán de la mano de los talibanes, no habrá paz para las mujeres.
La UE ha aportado más de 4.000 millones de euros a Afganistán en los últimos 20 años; es el país al que se han destinado los mayores de fondos de ayuda al desarrollo. Los compromisos continúan. La Unión ha prometido un paquete de emergencia, en los próximos cuatro años, de 1.200 millones de euros.
Ante ello, desde el Parlamento europeo hemos solicitado que la UE refuerce su compromiso con el pueblo afgano y con sus mujeres, presentando de forma urgente una estrategia global para la futura cooperación con Afganistán basada en una agenda condicionada al avance de los derechos humanos de las mujeres, y en especial de su acceso a la educación y la salud, pero también a su participación política.
No se puede negociar a costa de los derechos de las mujeres. No habrá paz si no hay paz para ellas.
Soraya Rodríguez es eurodiputada del Parlamento europeo en la delegación de Ciudadanos
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