Tenía que llegar el Tribunal de Cuentas, que es como un castillo de pesadilla, todo inspectores y auditores con el lápiz en la oreja como un fabricante de ataúdes del Oeste, para descubrirnos el verdadero sentido y el verdadero terror del independentismo: el dinero. El Supremo, con sus gruesas sogas de nazareno y sus jueces de charol de tricornio, es nada para lo que les entra a algunos por el cuerpo con el Tribunal de Cuentas. Son la mismísima Inquisición, ha dicho Puigdemont como un hereje de una religión sólo de copones, un antipapa de patenas y bordaditos. A lo mejor es eso, que cuando tienes tu propia religión libertina y loca del dinero, todo el que viene serio y memorioso con el libro gordo de las cuentas, como un tabernero que te ha apuntado las juergas con tiza, tiene que ser el mismísimo Torquemada. La Inquisición con tenacillas al rojo en los bolsillos como en los pezones, con una manivela de máquina de sumar números en rojo que cruje como el potro: sí, eso debe de ser el terror.
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