El personal ya está por celebrar en Cataluña un referendillo de lo que sea, como se celebra un año nuevo chino, todo dragones de papel y de gente, por hacer patria vistosa y fungible. Carmen Calvo, con esa cosa confusa e infalible que tiene ella de china del Gobierno como una china de chino, no ha descartado un “referéndum consultivo”, aunque no ha aclarado sobre qué. Quizá da igual, quizá por allí necesitan simplemente un referéndum, que les dejen hacer o mejor que no les dejen hacer un referéndum, pero que siempre haya un referéndum flotando como ese dragón chino de su catalanidad. Sánchez asegura que no habrá referéndum de autodeterminación, Calvo matiza que se pueden preguntar cosas a la gente como a las margaritas, e Iceta concreta que podría ser sobre autogobierno, financiación y participación. Son muchos faroles chinos ya, pero a mí me parece que esto no lo arreglará un referéndum sino la pela.
Hagamos otro referendillo, hagamos otro Estatutillo zapateril, demos más fiesta, más pelas, más chispas que alimenten al dragón
El referéndum, en el que algunos ven un latinajo valleinclanesco o un conjuro de Harry Potter, no es tanto un objetivo como una concepción muy concreta de la política, la de una democracia plebiscitaria que funciona como el dedo de Nerón en las películas (nunca existió ese gesto en realidad). A lo mejor es cierto que les sirve cualquier referéndum, sea sobre la república o sobre la pela, precisamente por esto, porque asienta esa noción de una democracia sencilla, directa y atroz como la de la guillotina. La democracia es complicada, ambigua, literaria, y seguramente es más fácil o más económico basar toda tu ideología o toda tu vida en una decisión de Peter Ustinov, una decisión de moneda o una decisión de robot. Pero, sobre todo, el plebiscito es una manera muy eficaz de saltarse la democracia apelando irónicamente a la democracia: si el pueblo puede decir sí o no a esto, puede decir sí o no a cualquier otra cosa, incluso a cabezas o derechos rodantes.
Hay una idea de un referéndum grave, cismático, todopoderoso y fatal, el de su república adánica, pero no sólo es eso. También están los referendillos como los de Calvo o Iceta, que parecen bienintencionados pero no son ni inocentes ni inocuos porque dejan ahí en el aire, como el emblemático dragón chino, que en Cataluña no hay otro remedio que aplicar una democracia diferente, distintiva, destilada para su gusto, quizá no mejor ni peor, pero desde luego autóctona, como ese licor de lagarto chino. Por supuesto, no va a haber referendillos semejantes para el resto de España, que seguirá manejándose con una democracia antigua, analógica, lenta, secuencial, como a organillo, mientras a Cataluña se le permite la democracia digital, arbitraria y vertiginosa de simplemente ir diciendo sí o no, con un dedo de damisela con margarita o con Tinder, a lo que le pone por delante el Gobierno.
Habrá que hacer algún referendillo siquiera, en fin, para que puedan sacar a pasear ese dedo suyo, mayestático como el de la Mano de la Justicia, y también su merchandising de democracia de chino. Algo habrá que hacer, ya que Sánchez afirma que no habrá referéndum de autodeterminación. La verdad es que no es cuestión de creerlo o no creerlo, ni de que sea legal o ilegal. Ya saben hace mucho los indepes que lo suyo no puede conseguirse de acuerdo con la Constitución, que les parece que tiene candado de cinturón de castidad. Su plan es que Sánchez les haya dado tantas veces la razón y haya denigrado tanto nuestra democracia que la Europa condescendiente les legitime el referéndum ilegal o alegal. La esperanza no es Sánchez, sino Europa, que no es tan tonta ni estirada para elegir su autodestrucción por un momento de recuperar la secular superioridad y la leyenda negra. Será por esto, por Europa, no porque a los indepes les deslumbren las letras capitales y feéricas de la Constitución, ni la pasamanería del Supremo, ni las canitas de dentista de Sánchez; será por esto, decía, que los indepes volverán a la pela.
Algún referendillo y la pelilla, ése parece el plan. No parece mal plan hasta que pensamos qué se ha hecho hasta ahora con esa pela, a qué ha servido esa pela y a quién ha oprimido esa pela en Cataluña. Sí, podemos ir adivinando el futuro, pero mejor seamos optimistas, seamos sanchistas. Hagamos otro referendillo, hagamos otro Estatutillo zapateril, demos más fiesta, más pelas, más chispas que alimenten al dragón. Lo mismo así el nacionalismo catalán cambia y lo mismo el año nuevo chino parece la próxima vez una nochevieja de Martes y Trece.
El personal ya está por celebrar en Cataluña un referendillo de lo que sea, como se celebra un año nuevo chino, todo dragones de papel y de gente, por hacer patria vistosa y fungible. Carmen Calvo, con esa cosa confusa e infalible que tiene ella de china del Gobierno como una china de chino, no ha descartado un “referéndum consultivo”, aunque no ha aclarado sobre qué. Quizá da igual, quizá por allí necesitan simplemente un referéndum, que les dejen hacer o mejor que no les dejen hacer un referéndum, pero que siempre haya un referéndum flotando como ese dragón chino de su catalanidad. Sánchez asegura que no habrá referéndum de autodeterminación, Calvo matiza que se pueden preguntar cosas a la gente como a las margaritas, e Iceta concreta que podría ser sobre autogobierno, financiación y participación. Son muchos faroles chinos ya, pero a mí me parece que esto no lo arreglará un referéndum sino la pela.
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