No cabe duda de que la actualidad va poniendo a prueba semana tras semana, día tras día, nuestra capacidad de sorpresa. Por sorpresa entiendo todo aquello que nos sobresalta cuando descubrimos que un hecho, una situación o una persona concreta no responde a la imagen que de ellos nos habíamos construido durante años… a veces durante casi toda una vida. Por ello, la detención esta semana del conocidísimo productor televisivo José Luis Moreno por su presunta responsabilidad en la comisión de gravísimos delitos económicos, ha dado una vuelta de tuerca más a nuestra capacidad de encaje para con todo aquello que, de repente, se demuestra que no era lo que parecía.

El tórrido verano que se nos anuncia, tanto en lo climatológico como en lo político y lo económico, ha comenzado con un plato informativo de lo más sobresaliente.  El ex ventrílocuo -aunque se dice que él detesta que se le recuerde esa etapa de su pasado profesional- y actual empresario de grandes producciones televisivas, José Luis Moreno, se ha visto delante de un juez acusado de presuntos delitos de estafa, blanqueo de capitales y organización criminal. Conforme pasan los días y se conocen detalles del auto judicial se abre paso la sensación de que este es, sencillamente, demoledor. En esencia, el productor se encontraría en el vértice de la pirámide de una organización que habría estafado ya alrededor de 50 millones de euros. El juez cree que la citada trama operaría a nivel internacional y que su actividad delictiva estaría dirigida, siempre presuntamente, al fraude y a la estafa a entidades bancarias y a inversores privados, además de a la falsificación de cheques y al blanqueo. El objetivo, según sospecha la policía y la autoridad judicial, sería tan solo el de mantener el elevado tren de vida del productor y el de todos cuantos componen su universo más cercano. Un enriquecimiento personal que, en opinión del magistrado, estaría más que demostrado. Coches de altísima gama, chalés de lujo, fincas… un patrimonio fabuloso cuyo origen y mantenimiento, tras la detención de Moreno, quedaría ahora completamente en entredicho.

El río sonaba… y parecía llevar agua desde hacía años

Atendamos a los antecedentes; sería completamente inexacto afirmar que, hasta el pasado 30 de junio, José Luis Moreno era un distinguido y prestigioso showman y empresario sobre el que jamás había existido ni la más mínima sospecha de duda. Hace más de una década que eran conocidos sus problemas con algunos artistas que habían trabajado para él y que le habían denunciado por no atender, en tiempo y forma, el pago de los emolumentos que con ellos se habían acordado. Actrices como Mónica Pont o Yolanda Ramos le habían puesto en evidencia, incluso en programas televisivos en directo frente a millones de espectadores. Corrían los años 2011 y 2012. Meses después, en el verano de 2013, un juzgado de lo social de Madrid le embargó dos fincas y cuatro coches de lujo para garantizar el pago de una deuda de 39.000 euros que mantenía con otros ocho actores.

No era tampoco una novedad que en ambientes televisivos se comentara que parte de la parafernalia que acompañaba siempre al excéntrico productor era poco más que eso… simple parafernalia; grandes camiones y tramoya que se movía de acá para allá y que se montaba y se desmontaba para mantener la apariencia de que tras el cartón piedra se escondían ambiciosos proyectos se series o programas de televisión que no eran más que humo en algunos casos.

A muchos ha sorprendido el hecho de que la herramienta principal para acometer las presuntas estafas fuera, nada más pero tampoco nada menos, que la fama y los encantos sociales del productor.  De esta forma, Moreno habría accedido a la concesión del favor de los bancos que habrían concedido a sociedades por él señaladas créditos ICO diseñados para empresas en apuros durante los peores meses de la pandemia. Cree la justicia, que ha consumido dos años de investigaciones sigilosas hasta su detención, que la trama habría utilizado… ¡hasta 700 sociedades pantalla! Todo, insisto, sirviéndose únicamente de su fama y la respetabilidad acumulada durante décadas de trabajo.

¿Increíble? En absoluto. Para mí este hecho tiene poco de sorprendente. ¿Quién va a confiar en un tipo con antecedentes personales o profesionales más que dudosos, con modales poco refinados y por supuesto más vestido y peor aseado? La historia está llena de grandes estafadores -yo no digo que Moreno lo sea porque hay un procedimiento judicial abierto y tiene tanto derecho a la presunción de inocencia como el que más- que se habrían prevalido de este tipo de ardides para conquistar la voluntad de otros más poderosos o adinerados. En el caso de Moreno, de ser ciertas las acusaciones, añade más picante si cabe a la trama su proyección mediática, su proyección pública. No olvidemos que estamos ante un profesional del espectáculo y del show de masas, y en esa clave habría que interpretar ese rocambolesco asalto a su chalé hace una década y media en el que el propio empresario habría sufrido una monumental paliza que casi le desfiguró la cara. La sombra de la sospecha siempre cubrió con un manto de oscuridad aquellos hechos. Un elemento más para el atractivo guion de una vida de película.

Grandes estafadores y psicópatas… la historia mil veces repetida a lo largo de los tiempos

En 1926, un hombre alto, bien parecido e impecablemente vestido, se presentó ante Alphonse Gabriel Capone, el gángster más cruel y temido de su tiempo, para pedirle… ¡nada menos que 50.000 dólares! Así, sin anestesia. El conde Víctor Lustig, que así se hizo llamar, prometió a Capone que, si le prestaba aquel dinero, en un plazo de sesenta días se lo devolvería multiplicado por dos. El hampón le prestó el dinero y el falso conde regresó desde Chicago a Nueva York. Por supuesto guardó el dinero y no hizo nada con él. Dos meses después, se presentó ante el gángster de las cicatrices en la cara, azarado y lloroso, suplicando su perdón porque no había podido cumplir su compromiso de doblar la cantidad inicial, pero aliviado porque al menos podía devolverle los cincuenta mil dólares iniciales.

Al Capone acabó por sentir lástima de un hombre, que no podía ser deshonesto puesto que no había huido con su dinero, y antes de que se despidiera le premió con 5.000 dólares por su honradez. Cinco mil dólares era lo que el estafador se había propuesto conseguir desde el principio. Como se ve, la condición humana no varía con el paso de los siglos. Es un mero ejemplo, sin ánimo de guardar mayores similitudes con el caso que nos ocupa hoy, de en qué forma hombres en apariencia intachables y de apariencia inmejorable pueden conquistar y engañar durante años a otros, en absoluto incautos.

Víctor Lustig, o como demonios se llamase en realidad, era un hombre refinado y culto que hablaba varios idiomas. Probablemente además era un psicópata de manual, de los que están dispuestos a todo, derrochando notables dosis de audacia, temeridad y conocimiento de la psicología humana para conseguir su objetivo que nunca es otro que acumular cada vez mayores dosis de fama, poder o dinero. Conocen bien el alma del contrincante o víctima porque carecen por completo de sentimientos y de empatía; por ello saben que la práctica totalidad de los hombres construyen murallas defensivas contra los sinvergüenzas y los estafadores… con aspecto de serlo, es decir, contra los golfos profesionales, pero se apiadan -o se dejan deslumbrar, según los casos- por las falsas apariencias de quienes no parecen necesitar ser deshonestos puesto que, en teoría, ya tienen todo el poder, el éxito o el dinero que necesitan. El problema de estos sicarios es que su apuesta vital es siempre de doble o nada… y en algún momento, el cántaro de la lechera acaba por romperse. No se puede engañar a todo el mundo durante todo el tiempo, como se sabe.

Desconozco si el caso de José Luis Moreno es comparable al de Víctor Lustig, pero a la luz de los datos que se van filtrando de un sumario que se mantiene en secreto, las cartas que la fortuna acaba de repartir para él parecen pintar bastos. De momento está en libertad bajo fianza de tres millones de euros, ahí es nada, y bajo las blindadas paredes de su mansión de Boadilla, a la espera de que la justicia, que es ciega y nada sabe del relumbrón de encantadores de tramoya y muñecos de trapo, haga su trabajo. Tiempo al tiempo.

No cabe duda de que la actualidad va poniendo a prueba semana tras semana, día tras día, nuestra capacidad de sorpresa. Por sorpresa entiendo todo aquello que nos sobresalta cuando descubrimos que un hecho, una situación o una persona concreta no responde a la imagen que de ellos nos habíamos construido durante años… a veces durante casi toda una vida. Por ello, la detención esta semana del conocidísimo productor televisivo José Luis Moreno por su presunta responsabilidad en la comisión de gravísimos delitos económicos, ha dado una vuelta de tuerca más a nuestra capacidad de encaje para con todo aquello que, de repente, se demuestra que no era lo que parecía.

Contenido Exclusivo para suscriptores

Para poder acceder a este y otros contenidos debes ser suscriptor.

¿Ya estás suscrito? Identifícate aquí