Albert Rivera nunca se ha ido del todo de la política porque la ha seguido viviendo en sus carnes y en su ánimo doloridos desde el mismo momento en que, inmediatamente después del batacazo electoral sufrido en las elecciones de noviembre de 2019, anunció que dejaba la presidencia de Ciudadanos.
Y, efectivamente, desde aquel lunes 11 de noviembre, 24 horas después de los comicios, Rivera desapareció de la escena política española. Pero todos dentro y fuera de su partido, dieron por supuesto desde el primer momento que antes o después regresaría a la arena.
Y aquí lo tenemos, susurrando al oído al presidente del PP, que lo ha convertido en una suerte de asesor áulico con relaciones profesionales añadidas por lo que se refiere al despacho de abogados en el que el ex líder de Ciudadanos se ha incorporado.
Nada que objetar al acercamiento profesional pero sí al acercamiento político
Nada que objetar al acercamiento profesional pero sí al acercamiento político. Y no por razones de discrepancias ideológicas entre los políticos de una y otra formación sino porque la trayectoria, los análisis políticos del antiguo presidente del partido naranja, y las decisiones que tomó en su día, son causa de muchos de los problemas padecidos en España desde el mes de abril de 2019, cuando Ciudadanos alcanzó su cénit, con 57 escaños obtenidos y 4.100.000 votos.
Me refiero a su empecinada negativa a ofrecer a Pedro Sánchez, ganador de aquellas elecciones con 123 escaños -mayoría relativa e insuficiente- el apoyo de sus casi 60 diputados, lo que habría supuesto un gobierno de coalición de centro izquierda con una aplastante mayoría absoluta de 18o escaños. No sabemos lo que habría respondido Sánchez a esta propuesta porque nunca se le llegó a hacer. Albert Rivera se negó en redondo y ahora pretende que se le reconozca el acierto porque Pedro Sánchez acabó haciendo lo que Rivera anunció, es decir, pactando con lo que el líder de Cs calificaba entonces como "la banda de Sánchez".
La duda que ya nunca podremos despejar es la de si Sánchez habría declinado el ofrecimiento de ese pacto de coalición de 180 diputados y hubiera cerrado de todas maneras un acuerdo con "la banda", esto es Podemos, ERC, Bildu, y demás compañeros mártires. Y porque nunca podremos despejar esa incógnita es por lo que Albert Rivera cargará para toda su vida política con el peso de la sospecha de culpabilidad.
Casado está decidido a jugar con las instituciones y los órganos constitucionales a su capricho y a su conveniencia
El problema es que parece que después de dos años largos persiste en el error de una estrategia que no es de ninguna manera acertada cuando se trata de servir honestamente, como es la obligación de todos nuestros dirigentes, a los intereses del Estado. Es el caso hoy de la renovación de los miembros del CGPJ, del Defensor del Pueblo y de parte de los magistrados del Tribunal Constitucional.
El acuerdo está cerrado, ya lo escribimos aquí la semana pasada, pero Pablo Casado se ha empeñado en negarse a firmar. Es decir, está decidido a jugar con las instituciones y los órganos constitucionales a su capricho y a su conveniencia. Y eso no es serio y por lo tanto no tiene defensa posible.
Pero resulta que, según informa hoy en El Independiente Ana Belén Ramos, ha sido Albert Rivera el que ha convencido al presidente del Partido Popular de que al Gobierno del PSOE "no hay que darle ni agua". No se dan cuenta ni uno ni otro que esta táctica, reproducción del famoso "no es no" que popularizó Pedro Sánchez hasta convertirla a una caricatura de sí mismo, no solamente no favorece al prestigio del PP como partido de gobierno con sentido de Estado sino que le coloca del lado de los partidos "gamberros", aquellos que se mueven a su capricho y para satisfacer sus necesidades de corto plazo desprecian frívola e insensatamente las del interés general.
Se ve entonces que Rivera no se ha bajado del burro y persiste en el tremendo error cometido en la primavera de 2019. Podía haber aprendido algo cuando en noviembre de ese mismo año su partido, Ciudadanos, perdió la friolera de 47 escaños ¡47! y más de dos millones y medio de votos. Allí tuvo la prueba palmaria de su tremenda equivocación.
Pero no, al parecer persiste en tropezar dos veces en la misma piedra -a Sánchez ni agua- aunque en esta ocasión el pie que se va a estrellar con el pedrusco sea de otro al que parece que le ha vendido con éxito la misma moto.
Hay que actuar con el obligado sentido de Estado que se le debe exigir al partido que aspira y se prepara para ocupar el poder
No seré yo quien esté en condiciones de cantar los aciertos del actual Gobierno del PSOE porque las circunstancias políticas del momento me parecen sumamente inquietantes. Pero una cosa es ésa, en la que es obligado hacer la oposición con contundencia, y otra muy distinta es jugar al ratón y el gato con las instituciones constitucionales. Ahí hay que dejar la táctica y actuar con el obligado sentido de Estado que se le debe exigir al partido que aspira y se prepara para ocupar el poder. Con ciertas cosas no se juega y no tiene justificación que el señor Casado se enroque en esa postura inadmisible .
Y si Pablo Casado está pensando en contar para las próximas elecciones generales con Albert Rivera como número dos del Partido Popular, porque menos no lo admitiría el dimisionario -que no sé con qué galones puede reclamar tan altos destinos- hay que decir dos cosas.
Una, que con su hipotética incorporación al PP, el antiguo líder de Ciudadanos estaría dando la puntilla a su antiguo y agonizante partido al que él contribuyó más que nadie a privar del oxígeno necesario para seguir viviendo, de eso no cabe ninguna duda. En una palabra, que va a rematar al partido al que en noviembre de 2019 dejó herido de muerte. Y en ese caso Pablo Casado por su parte habría completado la absorción del partido naranja, a salvo de los pocos flecos que pudieran quedar.
Y dos, que si esa incorporación se lleva a cabo, la dirección del PP va a encontrarse con un cuerpo extraño en su cúpula que le va a generar considerables roces y serios desajustes porque parece evidente que los errores cometidos y los fracasos a que condujo a su partido hasta empujarlo a la irrelevancia, cosa que se comprobará en las siguientes elecciones municipales y autonómicas, no han llevado a Albert Rivera a revisar la mejor aplicación de sus planteamientos políticos y tampoco, por lo que se ve, a reconvertirse en este tiempo de reflexion en alguien con un poco más de humildad. Mala cosa.
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