Yo ya me he perdido de aquella cuenta atrás, aquellos 100 días con redoble o con descuento (parecían días de rebajas o de esa China de ascensor que te monta enseguida El Corte Inglés), aquellos días que faltaban para la inmunidad de grupo o para que se le acabara a Sánchez el calendario juliano de él mismo, como un César de almanaque de caja de ahorros. Antes, el presidente salía a dar el parte, la hora, como un reloj de cuco tirolés o como un reloj de sol romano, con sus números que van hacia atrás en la piedra y hacia delante en la historia. Uno esperaba verlo como al mismo sol, no ya anunciando sino permitiendo el nuevo día, pero ya no lo hace. Ya no sabemos dónde estamos, no sabemos si su pequeño reloj de abuela o su gran reloj romano, aparatoso e inútil como un acueducto, se ha parado o ya no sirve. No sabemos si esto es una quinta ola, no sabemos cuándo ponernos la mascarilla y cuándo la sonrisa, y encima el presidente está en Estonia o por ahí, como todavía en la Eurocopa.
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