Yo ya me he perdido de aquella cuenta atrás, aquellos 100 días con redoble o con descuento (parecían días de rebajas o de esa China de ascensor que te monta enseguida El Corte Inglés), aquellos días que faltaban para la inmunidad de grupo o para que se le acabara a Sánchez el calendario juliano de él mismo, como un César de almanaque de caja de ahorros. Antes, el presidente salía a dar el parte, la hora, como un reloj de cuco tirolés o como un reloj de sol romano, con sus números que van hacia atrás en la piedra y hacia delante en la historia. Uno esperaba verlo como al mismo sol, no ya anunciando sino permitiendo el nuevo día, pero ya no lo hace. Ya no sabemos dónde estamos, no sabemos si su pequeño reloj de abuela o su gran reloj romano, aparatoso e inútil como un acueducto, se ha parado o ya no sirve. No sabemos si esto es una quinta ola, no sabemos cuándo ponernos la mascarilla y cuándo la sonrisa, y encima el presidente está en Estonia o por ahí, como todavía en la Eurocopa.

Hace mucho que se decidió que esto iba a durar lo que tuviera que durar, mientras Sánchez pueda ir quedando ajeno a lo malo y providente para lo bueno

Esto puede ser la quinta ola, si es que los niñatos se merecen una ola para ellos solos, una ola con Simón ahí encima, otra vez, siempre entre el naufragio, el heroísmo y la bizquera, como Popeye. Sánchez y Simón van acumulando ya un par de veranos de estribillos, a lo Georgie Dann o a lo Calippo, y yo creo que el presidente ha abandonado la cuenta atrás porque ha visto que basta con la canción del año pasado. Quiero decir que sigue sirviendo lo de ponerse una gorrita de hamaquero y marcharse a hacerse fotos de sus pies, esas fotos de pies grandes, semiesféricos, conchudos y amanecidos, como si fueran cocos o tortugas o arrecifes de isla exótica, que se hace la gente en verano.

Si tuvimos Nueva Normalidad sin vacuna ni nada, parece tonto alarmar ahora a la gente con una cuenta atrás ahí sobreimpresionada en el cielo del verano, suspendida y amenazante como la fecha del IRPF. El verano pasado todo podía achacarse al calentón y al niñateo, y ahora con más razón. El verano pasado todo podía achacarse a las autonomías, como si el virus se controlara con guardabosques, y ahora Calvo les ha vuelto a recalcar que “tienen instrumentos” suficientes. La cuenta atrás de Sánchez, que empezó como 100 días de oro y ahora suena más a 100 días de Napoleón o a 100 días de Saló, es ya más contraproducente que otra cosa. Sólo nos recuerda que puede fallar, que tiene la pinta de que va a fallar, como un fin del mundo de secta chancletera.  

El año pasado estábamos peor, sin vacunas y sin sonrisa. Ahora tenemos vacunas, a las que nos acercamos como al heladero, y la sonrisa que proclamó Carolina Darias, sonrisa curativa y emancipadora, sonrisa que, dicho así, tiene algo de destape franquista, de teta teutona, teta alegórica, teta de Hera o de Fricka que nos forma el mismo cielo y nos devuelve a la vida y al placer a nosotros, los españolitos landistas, playeros, de slip como del Fary y fea hermosura velazqueña. El verano pasado pintaba mucho peor y Sánchez desapareció igual por su Doñana de pájaros entremayas o su Lanzarote de piedra caliente de puro viva, prestando más atención a los convidados que al bicho. No, nuestro presidente no va a inventarse nada nuevo, aparte de volver a dejar que el virus resbale por el tobogán del verano y de los muslos. Ni siquiera va a recordarnos la fecha, por si acaso caemos en que sus promesas y relojes no valen nada.

Esto puede ser la quinta ola, o lo es sin duda, pero eso es irrelevante porque tampoco importaron mucho las tres o cuatro anteriores, que Sánchez y Simón se pasaron igual, en flotador de patito, como si fueran Epi y Blas. Se dirá que lo significativo no es la incidencia, los contagios, esos numeritos que ya tenemos la costumbre de mirar cada día como el tiempo o el cupón. Sí, lo que hay que tener en cuenta son las hospitalizaciones, los ingresos en uci, los muertos, y considerar que los jóvenes pasan esto, normalmente, como una resaquilla. Pero no es del todo así. La sintomatología leve aún puede colapsar la atención primaria, las vacunas no protegen al cien por cien y no van a dejar de contagiarse padres chiringuiteros, como los de Verano azul, ni abuelos con mala pata y ganas de abrazos. Además, cuanto más se reproduzca el virus más probabilidades hay de nuevas mutaciones.

No, ya no sale Sánchez para decirnos cómo va esa cuenta atrás, que quizá sólo eran los días que faltaban para que él se vistiera con camiseta de gondolero. Ya no tiene sentido porque con la variante india la inmunidad de grupo necesitará como el 85% de vacunados y, claro, lo del 70% sólo queda como gatillazo presidencial. Se olvidará, sin embargo, como todos los demás gatillazos. Sin duda llegó demasiado pronto esta cuenta atrás de bomba o ruleta de James Bond, igual que el fin del estado de alarma y el alegre desbragamiento de las mascarillas, pero Sánchez no va a hacer nada más. Hace mucho que se decidió que esto iba a durar lo que tuviera que durar, mientras Sánchez pueda ir quedando ajeno a lo malo y providente para lo bueno. Sánchez pone las vacunas, aunque sean de otros, y pone las sonrisas, aunque sean con riesgo y mella. Lo demás será calentón, niñateo y Ayuso. No hace falta más reloj ni más brújula. 

Sánchez va a pasar el verano igual, nosotros vamos a pasar el verano igual y el virus va a pasar el verano igual. Todo esto ya lo hemos vivido y todas las olas son la misma. Yo creo que el virus ya se quedará ahí, para siempre, como otro bicho de ensaladilla. Igual que se quedará Simón como el señor del bombón helado y Sánchez como un ligón de suecas.

Yo ya me he perdido de aquella cuenta atrás, aquellos 100 días con redoble o con descuento (parecían días de rebajas o de esa China de ascensor que te monta enseguida El Corte Inglés), aquellos días que faltaban para la inmunidad de grupo o para que se le acabara a Sánchez el calendario juliano de él mismo, como un César de almanaque de caja de ahorros. Antes, el presidente salía a dar el parte, la hora, como un reloj de cuco tirolés o como un reloj de sol romano, con sus números que van hacia atrás en la piedra y hacia delante en la historia. Uno esperaba verlo como al mismo sol, no ya anunciando sino permitiendo el nuevo día, pero ya no lo hace. Ya no sabemos dónde estamos, no sabemos si su pequeño reloj de abuela o su gran reloj romano, aparatoso e inútil como un acueducto, se ha parado o ya no sirve. No sabemos si esto es una quinta ola, no sabemos cuándo ponernos la mascarilla y cuándo la sonrisa, y encima el presidente está en Estonia o por ahí, como todavía en la Eurocopa.

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