Hablamos de los ministros de Sánchez como si fueran importantes, cuando sólo son zapatos, ropita, ministros de temporada, ministros pamela, pantufla, paipái y hasta cerilla. Los ministros sirven para vestir a Sánchez, lo visten de astronauta, proletario, cultureta, siniestro o agente secreto hasta que eso no resulta molón y los ministros terminan en el cajón de los trapos, en la cama del gato o en la chimenea, ardiendo tristemente como una carta. Quitando a Calviño (el dinero es lo único que no puede ser cosmético) y los ministerios minarete de Podemos, que aún lo sostienen, lo demás es para Sánchez material de vestidor o de saco de la parroquia. Eran ministros abrigo viejo, jersey de abuela, camiseta de Ibiza o calcetín desparejado a los que se les tiene el cariño justo, pero eso no los salva. Sánchez no ha cambiado de Gobierno, sino de look. Sánchez quiere ser otro Sánchez otra vez, pero ya no basta con cambiar de eslogan. Por eso ha hecho esta terrible hoguera de ministros y edecanes como de sotanas o libros.
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