Tiene todo el sentido y toda la lógica lo que cuenta hoy aquí Cristina de la Hoz en el sentido de que Carmen Calvo exigió algo elemental en sus circunstancias: que si ella iba a salir del Gobierno, Iván Redondo, jefe del Gabinete de Pedro Sánchez que había acumulado un poder extraordinario en todas aquellas áreas que tocaran de cerca o de lejos a la presidencia del Gobierno, saliera también.

La historia vivida por ambos, la vicepresidenta y el asesor del presidente -cuya figura, poder y responsabilidades evocaban a los que reunía en torno a sí el mismísimo Conde Duque de Olivares, el favorito de Felipe IV-  ha sido una historia llena de frecuentes e intensos enfrentamientos soterrados dentro del círculo de influencia que rodeaba a Pedro Sánchez.

Carmen Calvo era no sólo la vicepresidenta primera del Gobierno, sino una militante "pata negra" del socialismo y sentía que su capacidad de influencia política sobre las decisiones que debían adoptarse desde la cúpula del poder le estaban siendo arrebatadas por la vía de los hechos por un mercenario de la política, dicho esto sin afán de ofender sino únicamente para describir a alguien que pone su conocimiento, temporalmente y a cambio de un salario, al servicio de una causa. Y que, prestado ese servicio, se va con la música a otra parte, es decir, con sus armas y bagajes a ofrecerse a otro cliente.

La influencia de Iván Redondo ha sido inmensa y las tensiones entre él y los ministros más directamente vinculados con el PSOE en términos históricos y también orgánicos ha sido conocida por toda la clase periodística del país. Así que, si además de haberla desautorizado a la vista del público, el presidente del Gobierno llega a cesar a Carmen Calvo y a mantener en sus cargos, o aún peor, a nombrar ministro a Iván Redondo, el escándalo habría adquirido dimensiones mayúsculas y Pedro Sánchez se habría granjeado la enemiga, y puede que incluso la rebelión, de su propio partido.

Porque las tensiones con Redondo y su inmensa estructura montada en torno a su nombramiento como responsable de la Secretaría General de Presidencia del Gobierno -con control sobre el Consejo de Seguridad Nacional y con asiento además en la Comisión de Secretarios y Subsecretarios, que es donde se deciden los asuntos que van al Consejo de Ministros para su eventual aprobación- y que por ello asistía al presidente en política económica y coordinaba también su agenda y actividades, orientando y señalando las directrices del Gobierno, no eran sólo tensiones con la vicepresidenta sino también, y muy intensamente con el hasta el sábado pasado ministro de Transportes y hasta ayer mismo secretario de Organización del PSOE, José Luis Ábalos.

Y, dado el alcance de la crisis de Gobierno abierta por Pedro Sánchez, es evidente que no podía dejar dentro del círculo de poder al mercenario, por llamarle de alguna manera, mientras expulsaba de él a sus más íntimos colaboradores y a quienes fueron sus más fieles apoyos durante los años duros dentro de su propio partido. Si lo hubiera así hecho, el PSOE, incluso este PSOE, habría estallado en llamas.

A tenor del estupor que rezumaba Ábalos y se destilaba igualmente en la sede del partido, nadie esperaba esta bofetada y nadie tampoco se la explica

Por eso Carmen Calvo está en el fondo satisfecha, porque con su salida ha arrastrado al hombre con el que ha mantenido un pugilato interminable desde que Iván Redondo se subió por primera vez en el coche del presidente para no volver a bajarse de él hasta hace dos días.   

Por ahí, todo está claro: en el PSOE brindan con champán por la salida del 'protoasesor' del presidente. Ahora bien, hay dos ceses inexplicables e inexplicados que deberán tener algún tipo de aclaración por parte de Pedro Sánchez y su entorno. Me refiero a la salida del Gobierno y de la dirección orgánica del PSOE de José Luis Ábalos y al cese como ministro de Política Teritorial y Función Pública de Miquel Iceta y su pase a la cartera de Cultura.

Que nosotros sepamos, el señor Ábalos ha ejercido su cargo de secretario de Organización sin un pero ni una queja por parte de las agrupaciones y de las distintas estructuras territoriales. Y Sánchez lo echa no sólo de la cartera de Transportes sino de su cargo dentro del partido, lo que es más grave y tiene menos justificación. Y sin la menor explicación, que se sepa. A tenor del estupor que rezumaba ayer Ábalos y se destilaba igualmente en la sede del partido en la calle Ferraz, nadie esperaba esta bofetada y nadie tampoco se la explica. Porque lo que es indudable es que al señor Ábalos se le ha castigado inmisericordemente y sin una razón conocida.

Su sucesor Santos Cerdán, es un socialista perteneciente al sanchismo más genuino, pero no más ni mejor que el de José Luis Ábalos, que apoyó a Sánchez junto con otro puñado de militantes de la resistencia a la dirección del partido de aquellos momentos sin saber si a cambio obtendría un éxito o se iría directo, junto con los demás compañeros que respaldaron al hoy presidente, al rincón del PSOE y de su historia. Algo se le deberá después de tantos servicios prestados... a menos que se pretenda dejarle flotando entre las brumas de la sospecha.

Distinto pero igualmente inexplicado e injustificado es el caso de Miquel Iceta, que ha durado en la cartera de Política Territorial seis meses escasos, lo cual ya es de entrada una frivolidad. Pero es que además si alguna función le era propia al señor Iceta, primer secretario del PSC, era precisamente la que podía desempeñar en esa cartera, en la que cabe la política más genuinamente propia de la España de las autonomías, la política de los pactos.

En un un momento en que el conflicto planteado por los independentistas catalanes ha abierto en el Gobierno la decisión de iniciar el abordaje por distintas vías, para intentar acordar algo razonable con unos dirigentes con los que yo estoy plenamente convencida de que no es posible pactar nada que se salga del imposible de su fantasía del referéndum de autodeterminación para alcanzar la independencia, en ese momento preciso se aparta de su posición en el Gobierno a quien puede intentar conducir esas conversaciones hacia el terreno de lo posible. Pero esa no es la cuestión ahora.

Iceta tiene una idea de España, idea que yo no comparto en absoluto pero sobre la que se puede discutir, negociar y reflexionar desde la discrepancia

Miquel Iceta se arriesgó en su día a plantear públicamente la posibilidad de que el Gobierno concediera un indulto a los secesionistas condenados por el Tribunal Supremo porque, decía él, eso podía abrir la puerta a un acercamiento entre dos posturas abiertamente enfrentadas. Independientemente de que en mi opinión, ese ha sido el error más grave de los varios cometidos por Pedro Sánchez en su modo de abordar el desafío independentista, el señor Iceta es el que más ha proporcionado al Gobierno argumentos, reflexiones, sugerencias y propuestas políticas sobre las vías que podrían intentar recorrerse para buscar una solución, por parcial que ésta sea, a un conflicto que está arruinando  Cataluña y desestabilizando las instituciones democráticas de nuestro país.

Es decir, que Miquel Iceta tiene una idea de España, idea que yo no comparto en absoluto pero sobre la que se puede discutir, negociar y reflexionar desde la discrepancia. ¿Por qué cambia el presidente al señor Iceta, por qué le quita ahora la cartera que fue llamado a ocupar hace tan sólo seis meses, y le encaja, o le impone, la de Cultura y Deportes? Esto también tiene las trazas de un castigo que el actual ministro de Cultura no parece haber ni mucho menos merecido.

No critico que las responsabilidades sobre la Función Pública hayan pasado a la cartera de Hacienda pero me parece un disparate además de una grave equivocación que se aparte a la persona que más conocimientos tiene sobre el desafío independentista catalán y mejor conoce los resortes por los que se mueven, para que esa responsabilidad la ocupe Isabel Rodríguez, que será una muy buena socialista y habrá sido una excelente alcaldesa de Puertollano pero que tendrá que empezar a hacer un doctorado sobre el equilibrio entre territorios imprescindible para hacer una estrategia autonómica políticamente sensata, incluido el aspecto fiscal, lo que resulta trascendental ahora mismo.

Si lo que quiere Sánchez es entrenar a su nuevo banquillo para que salten con un máster ya hecho a la arena electoral de las municipales y autonómicas y el PSOE recupere parte del poder territorial perdido o, sencillamente, para que sus nuevos fichajes sustituyan a los viejos barones en los próximos comicios, mejor sería que hubiera empezado haciendo sus experimentos con gaseosa.

Quedamos, en cualquier caso, pendientes de que alguien nos explique estos dos castigos que constituyen dos errores palmarios sin posible atenuante.  

Tiene todo el sentido y toda la lógica lo que cuenta hoy aquí Cristina de la Hoz en el sentido de que Carmen Calvo exigió algo elemental en sus circunstancias: que si ella iba a salir del Gobierno, Iván Redondo, jefe del Gabinete de Pedro Sánchez que había acumulado un poder extraordinario en todas aquellas áreas que tocaran de cerca o de lejos a la presidencia del Gobierno, saliera también.

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