A Maripi la conocí a la 1 de la mañana. Llena de serpentinas y con un antifaz brillante de cartón, estaba bailando con su marido a Raphael y su gran noche. Feliz, porque ella siempre está feliz, cantó una detrás de otra las siguientes 20 canciones y aguantó hasta las 4 de la mañana en una pista improvisada de baile que le había habilitado su hijo en un piso de Madrid.
Luego la volví a ver en junio, en Burgos. Esa ciudad que en plena ola de calor logra alcanzar los 16 grados. Fue allí cuando me habló de Benicàssim. De un apartamento que se habían comprado ella y Javier, su marido, hace ya muchos años, muy cerca de la playa. Me dijo que estaba deseando jubilarse para poder pasar allí más tiempo que los 20 días establecidos. Que Burgos en verano, pues qué me iba a contar.
E hicieron de aquel lugar una segunda juventud. Después de toda la vida trabajando decidieron no mover más pies de los necesarios
Al año siguiente ya pudieron ir de junio a octubre. E hicieron de aquel lugar una segunda juventud. Después de toda la vida trabajando decidieron no mover más pies de los necesarios y pasaron las horas leyendo, en la playa y en el bar de abajo, porque para mis suegros siempre hay que ir a tomarse la espuela.
Llevan 41 años juntos y son capaces de reírse como si todavía estuviesen ligando. Se miran como si se acabasen de conocer y se quieren como si cuatro décadas pegadas el uno al otro no fuesen suficientes.
Ahora llevan dos años sin pisar apenas Benicàssim. A Maripi le dijeron que tenía cáncer unos meses antes del verano de 2019 y lo pasó de quimio en quimio. En 2020, le dijeron que aquello todavía no estaba del todo bien, que había que tratarlo un poco más. Y ella, que parece hecha de acero, nos sonrío, como diciéndonos que tampoco se estaba tan mal paseando por el Espolón en agosto.
Incluso ahora, que lleva un par de meses en los que duerme más en el hospital que en casa. Que está cansada. Que ha salido de una operación de 7 horas tras varios días en la UCI. Incluso ahora, hace una videollamada con sus nietos y sólo le sale sonreír.
Nos mandaron un vídeo de los dos bailando muy despacio sobre la baldosa de la habitación del hospital, atada a mil cables y una máquina que no deja de pitar
El otro día se levantó de la cama por orden del médico. Que tenía que moverse, le dijo. Y ahí estaba Javier, como siempre. Nos mandaron un vídeo de los dos bailando muy despacio sobre la baldosa de la habitación del hospital, atada a mil cables y una máquina que no deja de pitar. Se lo había grabado su compañera de la que, tras tantas noches, ya les une algo más que una enfermedad.
Ahora esperan que en unos días le den el alta. Espera, como me dijo el otro día Javier, «poder pasar unos días en Benicàssim». Tumbarse sin hacer nada ni temer demasiado. Bailar un rato juntos en la terraza, que han sido unos años muy largos.
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