Ximo Puig ha querido reivindicar que “fuera de Madrid hay vida inteligente”, y eso significa que está dolido más allá del dinero, está dolido como estaría dolido alguien de Lepe o alguien que toca la viola (los chistes de violas son los chistes de Lepe de los músicos). Ha criticado lo del dumping fiscal pero lo que más rabia le da, por lo visto, es que Madrid se lleve la fama de la inteligencia, del talento y hasta de la gloria de torero o de cupletera que da la capital. Yo creo que a Puig sólo le reconforta ya la contradicción, porque Madrid no puede ser a la vez faro de la inteligencia y un poblachón de chusqueros y fascistas donde gobierna la flamenca del Whatsapp. Ni puede ser, al tiempo, separatista y centralista. También es bastante ridículo que hablen de privilegios los que tienen a los indepes como de convidados en un mesón castellano y nunca protestaron por los fueros medievales de Navarra y País Vasco. Pero a lo mejor Puig toca la viola, o la gaita del pueblo, y eso no deja de escocer nunca.
Los autonomistas orgullosos, los fieros federalistas, los de los pueblos y naciones de España cada uno con su ser, su cabeza de oso, su idioma de mochuelos, su trompa de cuerno, su cofrecito y su olla, parece que se han convertido de repente en gente celosilla y arrugada. Los que glorifican la diferencia, los que justifican los desequilibrios en la historia o en la sangre, los que reivindican el autogobierno “frente a la regresión de las derechas” (esto recuerdo que lo dijo el socialista andaluz José Fiscal), ahora no sólo protestan porque Madrid pone los impuestos que le da la gana, sino porque tanto neoclásico, tanto Habsburgo, tanta violetera, tanto Sabina y tanto banco en la Castellana como cíclopes con ojo de logotipo les abruma.
Era Puig el que defendía el federalismo asimétrico, tanto que era un federalismo en rampa; y era Puig el que quería formar una Commonwealth para los Países Catalanes, especie de archipiélago mediterráneo privado para disfrutar su soñada libertad económica y cultural como una soñada libertad de tetamen. Ahora, sin embargo, Puig quiere ponerle a Madrid un impuesto por ser Madrid como por ser chulapa, un impuesto a Madrid por no ser Castellón de la Plana, un impuesto a Madrid para financiar sus gaitas pancatalanas, porque Madrid se ahorra mucho en gaitas y eso no es justo. Pero Puig quiere más, quiere atenciones o lujos capitalinos, quiere que le dejen de vez en cuando subirse a la sillita alta de la madrileñidad, quiere que trasladen o roten ministerios, organismos, o el Prado, o el Palacio de Cristal, o el final de la Vuelta, o la Nochevieja de Sol, o el Spiderman gordo de por allí, cualquier cosa para no ser menos que Madrid, que en realidad no es nada y es lo que más le fastidia.
Puig no es que quiera que la Comunidad Valenciana sea Madrid, sino que le basta con que Madrid no sea Madrid"
Puig no es que quiera que la Comunidad Valenciana sea Madrid, sino que le basta con que Madrid no sea Madrid. A Madrid llegan los maletillas y terminan en ministro, llegan los poetas y terminan en estatua, llega una folclórica y termina cargándose a Sánchez, y eso no puede ser. No puede ser por una razón que no tiene que ver con los impuestos (nadie aporta más a la caja de solidaridad común que Madrid). La razón es que a Madrid le falta la nación, el “hecho diferencial” que pone en pie todas las teorías del dinero, de la sociedad y de la desigualdad para esta gente.
Madrid no es una nación, no es una tribu enterrada o desenterrada, no es una gloria caída ni un cántaro de lluvia melancólica. No hay ningún problema en tener ventajas o privilegios, pero sólo pueden venir de ese hecho diferencial, hecho en el que se fundamenta su concepto de la política y de la sociedad, que no se basa en individuos sino en identidades. Puedes pedir y tener cualquier cosa, incluso una isla en el Estado de derecho, siempre que sea por ese hecho diferencial. Por estar en el centro o por ser el sitio donde duermen los trenes, los ministros y sus leones, no puedes siquiera poner los impuestos que quieras. Madrid no es una nación ni un proyecto de nación en un mapa de comandancia de marina o de presidente de espíritu insular como de espíritu cabaretero. Madrid sólo es una cañada flanqueada de bancos y palacios, donde un día se apacentó un pastor, otro un rey, otro un poeta, otro un rico, y ya todos los que vinieron detrás. Madrid es una blasfemia en el esquema del mundo de esta gente.
Madrid no es que sea más o menos próspera, no es que tenga impuestos más altos o bajos, ni bancos más altos o bajos; no es que le haya tocado la capitalidad como ser guapa, que a lo mejor es así. Ni siquiera es que Madrid no tenga que gastarse el dinero en cruzadas de plástico ni en avales públicos a los que han distraído, precisamente, dinero público. Es cierto que en Madrid no sale la gente un día aboliendo las leyes y dejando a las empresas sostenidas sobre sus desagües, como bañeras en un terremoto. Tampoco te piden para el curro más que valía, ni adhesión ideológica ni que hables un idioma de pájaros o de burócratas. Eso puede ser una ventaja, pero no es lo más importante. Lo que pasa con Madrid es que todo lo que tiene lo tiene de una manera plebeya, sin nación, sin linaje, y los aristócratas decadentes con colecciones de oro de diente y de pelos de coño, como aquél de Berlanga, no lo soportan.
Ximo Puig se queja de que Madrid se queda el dinero, las élites, el talento, que él quisiera no que se repartieran más solidariamente, sino que se quedaran en sus casas solariegas, en sus apellidos pesados y engarzados como una cadena de convento, en las naciones grandiosas, antiquísimas y enmohecidas de almenas o de mentiras, ésas cuya prosperidad no le enfurruñan. Pero ahí están el dinero, las élites y el talento, en ese poblachón manchego escogido como ombligo vitruviano de España, pero al que llegamos todos para descubrir, ya lo dije, el tamaño del mundo. A Puig y a tantos como Puig les molesta el dinero plebeyo pero, más que nada, les molesta la inteligencia plebeya. O sea, que la inteligencia sea inteligencia y no tu gaita del pueblo.
Ximo Puig ha querido reivindicar que “fuera de Madrid hay vida inteligente”, y eso significa que está dolido más allá del dinero, está dolido como estaría dolido alguien de Lepe o alguien que toca la viola (los chistes de violas son los chistes de Lepe de los músicos). Ha criticado lo del dumping fiscal pero lo que más rabia le da, por lo visto, es que Madrid se lleve la fama de la inteligencia, del talento y hasta de la gloria de torero o de cupletera que da la capital. Yo creo que a Puig sólo le reconforta ya la contradicción, porque Madrid no puede ser a la vez faro de la inteligencia y un poblachón de chusqueros y fascistas donde gobierna la flamenca del Whatsapp. Ni puede ser, al tiempo, separatista y centralista. También es bastante ridículo que hablen de privilegios los que tienen a los indepes como de convidados en un mesón castellano y nunca protestaron por los fueros medievales de Navarra y País Vasco. Pero a lo mejor Puig toca la viola, o la gaita del pueblo, y eso no deja de escocer nunca.
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