Es un hecho probado que el sonido tiene un enorme poder. Los latidos de nuestra madre son lo primero que escuchamos, en el primer sentido que se desarrolla de los cinco que nos da la naturaleza para entender nuestro entorno, y por lo tanto, vivir.
La vibración del audio nos alerta, calma, estimula, y, por supuesto, es portadora de noticias. Conversamos gracias al sonido y la Humanidad encontró en el audio, primero en el lenguaje y luego en la música, su forma de expresión más instintiva y directa. La música ha cambiado culturas hasta la mismísima revolución. Ese ondular del aire con ritmo y melodía es capaz de llenar estadios, e inspirarnos a todos en nuestra vida.
Y todo esto para decir que tal día como hoy, en 1983, salió el primer disco de Madonna. Porque hay que poner una fecha de lanzamiento de lo que sería uno de los iconos culturales que más han influido en nuestros días. Por supuesto, más allá de la música.
Este disco, que se lanzó sin pretensiones, le daría al mundo alguien que cambiaría para siempre el paradigma del éxito musical popular. Una mujer con poca vergüenza y mucho arrojo se lanzó a golpe de cencerro (dato real, el que suena en Holiday) y con unas cuantas canciones producidas por su novio, a la piscina del negocio de la música. Y lo hizo de la mano de otras tantas mentes inquietas llamadas en su conjunto Sire Records. Merecen una columna aparte. Décadas después, sigue en las noticias. Ahora porque ha sido condenada a pagar una multa de un millón de dólares por apología de la homosexualidad en un concierto en San Petesburgo de hace ocho años. Antes de seguir, conste, no soy fan.
Como ejercicio, y al estilo de la película Yesterday con Beatles, propongo imaginar un mundo en el que la gran Madonna nunca existió. En ese supuesto tampoco existen ninguna de sus mediocres películas, pero tampoco la actitud abiertamente desafiante de una mujer que reclamaba su sitio en el mundo, ni el efecto contagio de toda una generación de adolescentes, ahora mujeres hechas y derechas, que supo desafiar al sistema patriarcal de los 70. Primero con la estética de los guantes de encaje sin dedos y después con todo lo que emanaba de los gestos de nuestra artista, las jóvenes que vivieron los 80 aprendieron a decir por fin no a lo que no querían. La lucha por los derechos de las mujeres estaría muy probablemente en pañales, Lady Gaga (entre otras) no existiría como fenómeno, y el sexo seguiría siendo tabú sobre un escenario.
Madonna Louise Ciccone ha hecho mucho por cambiar la cultura pop del planeta. El indiscutible legado de esta respetable “sex-agenaria” que ahora se bebe su propia orina para impactar en las redes sociales, va mucho más allá de lo que un pobre crítico musical pueda opinar de ese primer álbum, que, por cierto, tuvo dos publicaciones. La primera, la que celebramos hoy, toda una declaración de intenciones llamada “Madonna”. Pero tal fue el revuelo, que tuvo que tener un “segundo primer álbum” llamado Madonna: The First Album. Cosas que ocurren cuando lo que pasa con un artista es bastante más de lo que cualquiera en la industria podría imaginar.
Musicalmente no es digno de comentar mucho, porque no han envejecido tan bien como ella aquellas canciones simplonas y producidas con electrónica de tienda de sonido de barrio. Pero jamás olvidemos que estamos ante alguien que ha hecho mucho más por nosotros de lo que seguramente parezca.
Y ahora, rememoremos aquellos locos 80 con la primera canción que tomó forma de vinilo meses antes de su primer álbum. O sea, la verdadera primera canción publicada de la que luego sería reina del pop. Everybody. Para escucharla como corresponde, volvamos a nuestra infancia, adolescencia o juventud, y sintámonos en una época con dos canales de televisión y poco más para ver lo que pasaba en el mundo. Vayamos con el recuerdo a nuestra tienda de música y volvamos a sentir cómo nos impactaban las novedades que luego veríamos en la Super Pop o en el póster gigante a todo color de El Gran Musical.
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