Las primeras semanas de cada verano político suelen albergar algunas tradiciones que, por más años que pasen, se repiten invariablemente. Una de ellas es la del tradicional balance presidencial, tras un terrible ejercicio marcado por la pandemia y por la crisis económica. Una alocución en la que el responsable del Ejecutivo da cuenta de sus logros y de sus … ¿fracasos? al frente del Gabinete, tras un año, repito, extremadamente complejo.
La otra costumbre, más refrescante, es la del protocolario ‘despacho-posado fotográfico’ con el jefe del Estado, en el mallorquín Palacio de Marivent, más destinada a la atención de la prensa rosa, del ‘papel couché’, y que nos dará juego, como mucho, para hablar de los atuendos y bronceados agosteños de nuestros líderes. Esta cita llegará la próxima semana.
Pedro Sánchez respetó ‘de la cruz a la firma’, cual consumado clásico de la política, el tradicional guión establecido para este tipo de comparecencias: moderado triunfalismo, poco margen para la autocrítica y un ponderado equilibrio entre la satisfacción por los objetivos cumplidos -cuya gradación estableció en un 32,8 por ciento, decimales incluidos- y los ataques a la oposición a la que afeó por su interés en la ‘crispación’ frente al empeño del gobierno que preside en alcanzar una plena ‘recuperación’… ¡nada nuevo bajo el tórrido sol ‘pre-agosteño’!
Formas suaves… contundencia en el fondo Siendo, como lo fue, el discurso del presidente del Gobierno una pieza oratoria ajustada al ‘canon’, me pareció esmerada en sus formas. Sánchez y sus ‘escribidores’ de cabecera no descuidaron metáforas muy al hilo de la actualidad de estos días, como cuando le escuchamos afirmar, sonriendo con seguridad y sin apenas pestañear, que España tiene la ‘medalla de oro’ en vacunaciones, muy por encima del Reino Unido, Francia o los Estados Unidos. No pude por menos que agradecer en mi fuero interno, como impenitente espectador de estos atípicos y algo desconcertantes Juegos Olímpicos de Tokio, este ‘digestivo’ dialéctico para un mensaje político sin duda mucho más denso y de difícil asimilación estomacal, tras los durísimos meses que van quedando atrás. Todo envuelto en el mejor ropaje para el lucimiento pleno del personaje: terno claro en tono suave, maquillaje algo excesivo pero favorecedor, tono de voz ajustado y sugerente -tal vez en exceso engolado por melodioso, aunque convincente- y sonrisa de seductor, aunque a veces, al sonreír, el presidente no lleve acompasados sus ojos con su boca, producto sin duda del escepticismo y el amargor diario que cualquier persona puede ir acumulando en el desempeño de una responsabilidad como la suya.
La política parece haber quedado reducida a meros eslóganes casi vacíos de contenido
Esto en cuanto a las formas. Pero no escatimó tampoco Sánchez una carga ideológica, absolutamente necesaria, en unos tiempos en los que la política parece haber quedado reducida a meros eslóganes casi vacíos de contenido: estima el presidente que su gobierno está siendo el más ecologista de la historia… y probablemente tenga razón. Falta por dilucidar si es por méritos propios o porque cuantos le precedieron no lo fueron en absoluto y dejaron el listón tan bajo que superar esas cotas ‘verdes’ no era, precisamente, una misión imposible. Siendo completamente serios, el concepto tenia, en mi opinión, una importancia capital, tras las chanzas sufridas por el ministro de Consumo, el comunista Alberto Garzón, tras su polémico comentario acerca de los chuletones, completamente sacado de contexto por parte de la derecha más reaccionaria.
‘O yo, o el caos’…
A lo largo de una comparecencia que no fue larga, apenas 45 minutos muy bien aprovechados por su actor principal, el presidente fue entrando en calor y llegó al inevitable ‘cuerpo a cuerpo’ político con la oposición, vino al hilo de una de las pocas preguntas que cupieron en tan recoleta comparecencia, cuando Pedro Sánchez recordó -sin duda traía memorizado el dato y los ‘dardos dialécticos’ bien preparados- que el CGPJ, órgano de gobierno de los jueces, está bloqueado desde hace… ¡968 días! Y que la culpa es exclusivamente del PP.
Fue este sin duda el momento cumbre, el clímax de una comparecencia hasta ese momento plana y de mera enunciación de logros de gestión, en el que Sánchez se vino arriba y planteó el dilema -ofreciendo el titular que los periodistas buscaban- que tarde o temprano todos los presidentes del Gobierno acaban esgrimiendo: ‘O yo… o el caos…’: la recuperación que encarnaría su gobierno frente a la crispación que representaría el partido liderado por Casado. Los españoles tienen que elegir, según Sánchez, como si la política en nuestro país fuera una cuestión sólo de dos y en la que no cupieran ni matices ni una amplia gama de matices grises entre el blanco y el negro. No puedo reprochárselo, al menos no del todo, puesto que, desde Felipe González hasta Mariano Rajoy, pasando por José María Aznar y en menor medida por Rodríguez-Zapatero, no ha habido un solo presidente (Suárez y Calvo Sotelo quedan ya demasiado lejos en el tiempo) que no haya sucumbido -antes o después- ante esta tentación ‘mesiánica’.
Que la realidad no empañe un gran esfuerzo de gestión
Quiero pensar que fue un recurso, bien trazado por sus asesores y meditado por él mismo, de componer públicamente la figura ante unas encuestas que no cejan en su empeño de resultarle desfavorables desde el pasado 4 de mayo (fecha aciaga en el calendario de la izquierda por la indiscutible y rotunda victoria en Madrid de Isabel Díaz Ayuso); una demoscopia que muestra, semana tras semana, la foto fija de un PSOE en lento pero sostenido goteo a la baja, acompañado de un Podemos que parece no encontrar suelo en sus inmediatas perspectivas electorales, y un centro-derecha liderado por Casado que -gracias al arrastre de la presidenta madrileña- podría llegar a gobernar con claridad acompañado de una ultraderecha que se deja jirones por el camino pero que no se debilita lo suficiente.
En estos dos últimos casos, el beneficio cosechado por ambas formaciones tras el naufragio de Ciudadanos es innegable. Unas encuestas que no parecen haberse enterado, por lo demás, de la ingente ‘turbo-remodelación’ acometida por el presidente para ganar ‘peso político’. A esa ‘composición pública de su figura’ tampoco fue ajena la elección de la propia fecha para comparecer ante los medios y la opinión pública: el jueves 29 de julio. Podría haberlo hecho una semana antes o tres días después, justamente antes del despacho estival con SM el Rey; pero Sánchez eligió el mismo día en el que, según lo previsto, se daban a conocer unos estimables -buenos- datos de empleo a través de la EPA, que anticipan una lenta pero evidente mejora en el panorama económico inmediato, tras un año durísimo y aguardando ese, más que nunca, esperado septiembre, en que comenzarán a llegar los Fondos Europeos claves para que España vuelva a despegar.
Ojalá que tras los desencuentros de este año y medio de legislatura, gobierno y oposición puedan, de una buena vez, caminar juntos y unidos al menos en lo fundamental: arrimar el hombro para que España comience a superar los estragos de esta pesadilla que nadie podía esperar y que nos ha arrancado las vidas de más de cien mil compatriotas, además de jirones de nuestro bienestar y de nuestra salud, física y económica. Es lo que deseo de corazón, sin olvidar desearos, también a todos vosotros, un ¡FELIZ VERANO!
Las primeras semanas de cada verano político suelen albergar algunas tradiciones que, por más años que pasen, se repiten invariablemente. Una de ellas es la del tradicional balance presidencial, tras un terrible ejercicio marcado por la pandemia y por la crisis económica. Una alocución en la que el responsable del Ejecutivo da cuenta de sus logros y de sus … ¿fracasos? al frente del Gabinete, tras un año, repito, extremadamente complejo.
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