Un ruido de fondo. A eso ha quedado reducida la presencia de Unidas Podemos en el Gobierno de coalición. Un ligero ruido de fondo que ya ni siquiera molesta.

Cuando se cumple el aniversario de la salida a escondidas de Juan Carlos I de España con destino a Abu Dabi, el presidente de Gobierno se reúne en el Palacio de Marivent con Felipe VI, mientras que su ministra de Asuntos Sociales y líder de Podemos, Ione Belarra, aprovecha la ocasión para criticar la ausencia del emérito como una "anomalía democrática". Pedro Sánchez ni se molesta en contestar a sus declaraciones.

La capacidad de UP para condicionar las políticas del Gobierno ha quedado reducida hasta la irrelevancia. A falta de logros de mayor entidad, se apuntan la medalla de la salida de España de la empresa de reparto a domicilio Deliveroo. ¡Una gran conquista para los derechos de los trabajadores!

La única figura de cierto relieve, con carnet del Partico Comunista (que no de Podemos), que se sienta en el Consejo de Ministros, la vicepresidenta Yolanda Díaz, ejerce como voz crítica dentro del Ejecutivo, pero no como líder de un partido que puede disputarle al PSOE el poder. Su fuerza son esos 35 diputados sin los que caería el Gobierno. Pero: ¿qué sería de Unidas Podemos si hubiera ahora elecciones? Sería una catástrofe. Por eso, apretar, lo que se dice apretar a Sánchez, no lo veo. Habrá declaraciones, eso sí. Pero ruptura, ni de broma.

El primero que se percató de que el papel de UP en el Gobierno se reducía al de mero subalterno fue Pablo Iglesias, que se marchó harto de que Sánchez le ninguneara permanentemente. Iglesias se buscó después el subterfugio de que su dimisión estaba ligada a la "batalla de Madrid", dando por sentado que su figura como cabeza de lista resucitaría a su partido y daría la mayoría a la suma de la izquierda en la comunidad. Tuvo, eso sí, la virtud de liderar el mensaje de la izquierda, convirtiendo la campaña en una confrontación con la derecha sin precedentes, una especie de batalla a vida o muerte contra "el fascismo".

Todavía permanece en su cuenta de tuiter este gorjeo del 4 de mayo: "La gente ha entendido la importancia de estas elecciones... Hoy va a haber una enorme lección democrática". La hubo. Isabel Díaz Ayuso obtuvo un éxito arrollador. Esa misma noche, Iglesias dimitía: "Dejo la política. Ya no sumo y me he convertido en un chivo expiatorio".

La salida de Pablo Iglesias del Gobierno fue el principio del fin. Hoy, UP no tiene capacidad para influir en las políticas de fondo, que son las que de verdad condicionan la vida de los ciudadanos"

Una persona que el 15 de marzo (fecha de la dimisión de Iglesias como vicepresidente segundo del Gobierno) era muy próxima a Sánchez, confiesa: "Ese día el presidente respiró tranquilo. Se había quitado un enorme peso de encima. Nunca hubo química entre los dos. Fue un matrimonio de conveniencia". No digamos cómo se sintieron Nadia Calviño o José Luis Escrivá.

Sin Iglesias, Podemos ha perdido toda su capacidad para ejercer una influencia real en la vida política. ¿Se imaginan lo que sería la negociación política con la Generalitat si Iglesias siguiera siendo vicepresidente? Para empezar, hubiera impuesto su presencia en la mesa de diálogo como miembro de la delegación del Gobierno.

El Podemos sin Pablo Iglesias es un partidillo de quinta. Se conforma con pellizcos de monja como la salida de España de Deliveroo, mientras que salen adelante las políticas que patrocina la vicepresidenta económica y que son la llave para obtener los fondos europeos que Sánchez necesita para presentarse con opciones de ganar a las elecciones de 2023.

Iglesias sabía que esto iba a pasar. Conformó un partido a su imagen y semejanza y no dejó títere con cabeza cuando percibió que algún dirigente del partido ponía trabas al aquí mando yo. El caballero Jedi, como se autodefine utilizando las palabras del periodista Pedro Vallín, está atareado en conformar su proyecto personal, más ligado a la comunicación que a la vida partidaria. En seis años, ha dilapidado un caudal de ilusión que movilizó a millones de personas. Pero él tiene su futuro asegurado como comunicador.

Lo más triste para él es que ya muy pocos le echan de menos. Su partido ha quedado reducido a ser un apéndice, cada vez más pequeñito, del Gobierno. Sus votantes, en desbandada, desilusionados, han visto en la práctica que el cielo sólo lo han conquistado unos pocos privilegiados. Pero hay algo que nadie puede negarle: su inteligencia para detectar la potencia política del hastío y su capacidad de liderazgo. ¿Quién tiene esas dos cualidades ahora a la izquierda del PSOE? Silencio. No hay nada.

Un ruido de fondo. A eso ha quedado reducida la presencia de Unidas Podemos en el Gobierno de coalición. Un ligero ruido de fondo que ya ni siquiera molesta.

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