Éstas podrían haber sido las olimpiadas de Madrid, las de Gallardón, el eterno niño prodigio de la derecha que siempre tuvo que ponerse cara de nariz con gafas para hacer de señor político. Esas olimpiadas, ese Madrid 2020, con aquel logotipo como un paquete de salchichas, ahora serían de Ayuso y Almeida, imaginen. Los juegos olímpicos ya no son ni deporte ni neoclasicismo ni espíritu de gentleman de club de fumadores. Ni siquiera son negocio, que ya sólo dejan en las ciudades ruinas cretenses. Ahora los juegos son politiquilla, son moralina, son ideología, son autoayuda, tienen cualquier banderín menos el deportivo o el universalista. Imaginen unas olimpiadas en Madrid ahora, el Madrid que ya ponían aberlinado y afascistado por salir Ayuso con sus cervezas de mesonera teutona aún más aberlinado y afascistado de coreografías de fuego, alas de bronce, zepelines de piedra y máscaras de gas.
Hoy en día nada está limpio ni es inocente, ni siquiera el cuerpo haciendo sin más sus aros de aire y sus cuadrigas salvajes de muslos. Estará mal si se gana y si se pierde, si lloras o te mosqueas, si te abrazas con el rival o le levantas la nariz, si se te ve el culo y si no se te ve. El espíritu olímpico fue un invento de caballeretes con bigote de maestro de esgrima, Coubertin y tal, que estaba entre la ingenuidad y la camaradería. Eran ideales un poco de calzoncillo largo y de justa con lanzas de pirulí, pero eran una novedad en un mundo de imperios y naciones que sólo se encontraban para alancearse en las guerras y enredar sus coronas de cuernos y cruces. No eran ya los dioses que convocaban igual a los filósofos que a los atletas para que se fueran tallando en bronce. La intención era que los deportistas y los países se midieran con ellos mismos y con los otros en igualdad y con respeto, y a uno esto le sigue pareciendo revolucionario. Aquello se fue quedando en fanfarria y en fuego de tragafuegos y, ahora, además, en una guerra multiplicada no ya en disciplinas o países sino en sentimientos o moquitos.
En las Olimpiadas se continuaron la guerra fría, la política de bloques y el pavoneo de las cabezas cuadradas de las potencias"
De aquella regata de señores en calzoncillo largo se hizo pronto guerra, otro tipo de guerra pero también a lo grande, con propaganda y con intimidación y con flota. Había estadios que parecían fortalezas volantes, había equipos de natación que parecían buzos con minas, y Leni Riefenstahl hacía un apabullante wagnerianismo forzudo y ario como avanzando con cuerpos los estandartes, tanques y hogueras que vendrían después. En las Olimpiadas se continuaron la guerra fría, la política de bloques y el pavoneo de las cabezas cuadradas de las potencias, pero no dejaba de ser la guerra de siempre llevada a esa justa con pirulí que decía yo. Pero ya no hay bloques ni países ni deportes tanto como equipos de gente con su sentimiento o sentimientito, ahí con la jabalina para lanzarte o con la antimedalla para colgarte o arrancarte.
Está la competición feminista, la competición racista o antirracista, la competición neopedagógica, la competición anticapitalista o capitalista, la competición LGTBI+, la competición erótica o antierótica, la competición mindfulness, la competición empática y hasta la competición anticompetitiva. O sea, que uno va a ver la gimnasia o el salto de altura o el fútbol de botellín y altramuz de toda la vida y luego no sabe qué ha visto ni quién ha ganado, no sabe qué aplaudir o qué admirar, o aplaudir o admirar todo, o al contrario, no aplaudir ni admirar nada, vencido por el nihilismo olímpico o logsiano. Creo que la natación la ganó uno que tejía un jersey, la gimnasia alguien que se quedó en su casa y los 100 metros el gordito de la clase, el mismo que hacía de portero entre las carteras con olor a manzana y a paraguas. O yo ya no sé.
Éstas podrían haber sido las olimpiadas de Almeida y Ayuso, ya ven. Con Tokio, con estos Juegos que están entre el hikikomori y la estación espacial, estamos haciendo galleguismo, vallecanismo, podemismo y cansinismo. Imaginen si fueran en Madrid, el Madrid de la foto de Colón como del carro de Manolo Escobar, el Madrid del berberecho como un kraken derechón y de Ayuso como una valquiria de Las Ventas. En realidad no son los Juegos, es que todo está ideologizado, lo mismo el deporte que el filetón. Ciertas ideologías creen que ganarán más cuanto más cosas e identidades ideologicen para ellas, pero yo creo que no funcionará, que hay demasiadas cosas y demasiadas identidades para que no surjan las contradicciones y el conflicto.
Del espíritu olímpico queda apenas una fanfarria pero la gente todavía se emociona y se toca el pecho de metal batiente, como la puerta de un templo antiguo, al escucharla"
Aquellos caballeros del calzoncillo con florete, con sus ideales de florete, pretendían, los pobres, que el individuo se conociera y aprendiera midiéndose con él mismo, y luego con otros individuos de todo el mundo que se reconocían como iguales bajo las mismas reglas, o sea el deporte como alegoría de un sistema de convivencia universal. Ése es el espíritu olímpico, la superación personal como pedagogía y la igualdad y el respeto como marco global. Y no hacen falta más categorías ni banderizos. Luego puede haber negocio o ruina, victoria o derrota, luego te puede ganar Jesse Owens en el templo recién enlechado de lo ario, o te pueden ganar las nadadoras de la RDA con bigote y hombros de húsar. Y siempre podrás recordar aquello de Kipling que tienen grabado en la pista central de Wimbledon: “Si puedes encontrarte con el Triunfo y el Desastre y tratar a esos dos impostores de la misma manera”... No es que el deporte sea una pedagogía infalible, pero sigue siendo un buen intento y una buena escuela.
Del espíritu olímpico queda apenas una fanfarria pero la gente todavía se emociona y se toca el pecho de metal batiente, como la puerta de un templo antiguo, al escucharla. Y es así porque son ideales de humanidad y universalidad. Son ideales simples, pero no por ello fáciles de alcanzar, como saltar por encima de un listón. En las olimpiadas de los sentimientos y los moquitos, sin embargo, hay de todo y para todos, para que todos ganen y todos pesquen. Imaginen lo que se podría pescar ahora en un Madrid olímpico, Madrid con el germanismo del Edificio Metrópolis y del cerveceo fascista agigantado por el espíritu de don Santiago Bernabéu y un pebetero en Colón como una barbacoa de Bertín Osborne para el trifachito.
Éstas podrían haber sido las olimpiadas de Madrid, las de Gallardón, el eterno niño prodigio de la derecha que siempre tuvo que ponerse cara de nariz con gafas para hacer de señor político. Esas olimpiadas, ese Madrid 2020, con aquel logotipo como un paquete de salchichas, ahora serían de Ayuso y Almeida, imaginen. Los juegos olímpicos ya no son ni deporte ni neoclasicismo ni espíritu de gentleman de club de fumadores. Ni siquiera son negocio, que ya sólo dejan en las ciudades ruinas cretenses. Ahora los juegos son politiquilla, son moralina, son ideología, son autoayuda, tienen cualquier banderín menos el deportivo o el universalista. Imaginen unas olimpiadas en Madrid ahora, el Madrid que ya ponían aberlinado y afascistado por salir Ayuso con sus cervezas de mesonera teutona aún más aberlinado y afascistado de coreografías de fuego, alas de bronce, zepelines de piedra y máscaras de gas.
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