Que la política es cortoplacista es un hecho, tanto como que el largo plazo se construye a base de las decisiones acertadas o no que tomamos en el corto. Esta es la especialidad en la que se ha instalado este gobierno del que disfrutamos cogido por alfileres de manera constaste, en un equilibrismo de concesiones pequeñas y grandes para satisfacer el ansia de sobrevivir unos presupuestos más, un mes más, un día más de legislatura en un empeño, ya baldío, de hacernos creer que es por el bien de España. Lo mejor para Cataluña y lo mejor para España, llegaron a decir para justificar lo indultos.
Con el diálogo y la concordia por bandera cuando de lo que se trata es de dar respuesta a un chantaje a la vista de todos de nacionalistas catalanes, pero también vascos. Y con el verano y la general apatía del calor veraniego como aliado se van desgranando tacita a tacita pequeñas concesiones en pos de esa concordia que nunca llega y que, como en la paradoja de la tortuga de Aquiles -aquella paradoja del filósofo Zenón en la que el atleta Aquiles nunca daba alcance a una tortuga pues siempre que avanzaba una distancia de la mitad del espacio que les separaba siempre le quedaba justo la otra mitad-, tras la siguiente concesión el nacionalismo deja claro a nuestros particular Aquiles-Sánchez que solo se ha abordado la mitad del camino.
Y así, como la tortuga, cada semana avanzamos una mitad de un camino infinito hacia la independencia que se alcanzará, ya no con guerras ni con declaraciones unilaterales, ni tan siquiera con un referéndum, que ya no será necesario, pues la independencia se conseguirá tan solo andando el camino, pues andar ese camino infinito es el propio fin.
La independencia se conseguirá tan solo andando el camino, pues andar ese camino infinito es el propio fin
En el cortoplacismo político no existe el futuro, pero tampoco el pasado, solo el hoy. Y es este hecho el que nos impide ver mas allá de los cenáculos veraniegos que el hoy lo hemos engendrado con las concesiones pasadas y cortoplacistas de unos y otros. Si el independentismo ha crecido en Cataluña no es porque este gobierno u otro ahora no les de cariño o porque unos jueces desestimaran parte de la reforma de su estatuto.
El independentismo es el resultado de veinte años de abdicación del Estado respecto de la educación en la sociedad catalana y vasca (y en gran medida de las comunidades autónomas); tiempo en que las Comunidades han hecho de su capa un sayo. Es el resultado de veinte años de mirar para otro lado en el tema lingüístico y aceptar los desmanes ilegales de unos y otros amparándoles en el desprecio a las resoluciones judiciales. Veinte años, decía el tango, no son nada, pero cuando dejas pasar dos décadas por jóvenes de quince años aleccionados y educados en la manipulación de la historia, la educación y la televisión ya no hay marcha atrás. Como no habrá marcha atrás en la múltiples concesiones en todos los ámbitos: fiscales, educativos, administrativos y un sinfín de materias que han hecho que, a pesar de ser España la región mas descentralizada de Europa, Cataluña y el País Vasco nunca tengan suficiente.
Somos el resultado de lo que fuimos y de lo que hicimos. "De aquellos barros…estos lodos", dice nuestro gran aforismo. Los mismos lodos que estamos engendrando este anodino verano en que bajo la irritante alfombra de COVID se esconden a los ojos del ciudadano los barros que, en años engendrarán nuevos lodos independentistas. Barros como la negociación bilateral entre el Estado Español y Cataluña. No entiendo como el resto de las autonomías no se han levantado en armas frente al gobierno, con excepción del País Vasco que ya lleva instalado años en la bilateralidad que le proporciona el injusto concierto fiscal. Barros como la tibieza frente al despliegue diplomático de Cataluña en el mundo, como la concesión de la gestión del MIR, como la gestión de puertos o las cárceles al País Vasco.
Barros como los vetos a Felipe VI, como el adiós al español como legua vehicular, el innecesario refuerzo al Prat, o como la pretendida reforma fiscal que perjudique a Madrid o la condonación de los prestamos del FLA.
Todas estas acciones, como cuentas de un collar que parecen aisladas, diseminadas en el tórrido verano y que culminarán en la “cumbre bilateral” próxima (eso si que será un cumbre y no lo de Biden) que estará repleta de una nueva lista de concesiones están unidas por fino hilo conductor: todas serán irreversibles y en otros veinte años contribuirán a crear una república independiente de facto, construida pasito a pasito por nuestro Aquiles.
Intentando dar alcance a la tortuga catalana mientras los ciudadanos disfrutábamos de las playas y vivíamos atenazados por el COVID en aquel caluroso 2021. O piensan que en veinte años se podrá ser médico en Barcelona sin haber pasado el MIR catalán, o ser funcionario sin tener una oposición catalana, o estudiante sin hablar catalán. En veinte años, veremos a los jueces solo de raza catalana, como lo son ya los policías. Hasta los presos serán solo los suyos como ya los son en el País Vasco.
¿Cómo llamaremos a todo eso? ¿Es que eso no será la independencia a paso de tortuga? Lo llamaremos plurinación o como quiera el gobierno que se encuentre la tostada entonces. Pero será solo un debate de nomenclatura porque todo lo demás estará ya conseguido. La tortuga de Aquiles no habrá llegado a su destino, porque es imposible, pero estará muy cerca, a distancia infinitesimal; una distancia que tranquilizará las conciencias políticas inermes para luchar contra un pasado de cuarenta años.
Ni nuestro Aquiles-Sánchez ni su gobierno estarán allí para verlo, pero habrán salvado unos meses, un par de años a lo sumo de su legislatura en aquel caluroso 2021 empeñando nuestro futuro y el de nuestros hijos, catalanes y no catalanes.
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