Los españoles tenemos suerte con nuestros vecinos. Conozco mejor a los del oeste, los portugueses. Una buena casa puede convertirse en un infierno si no tienes buenos vecinos. Recuerdo que una vez fui presidenta de la comunidad en una vivienda en pleno centro de Madrid y en uno de los cónclaves les dije que su actitud me había ayudado a comprender la guerra de los Balcanes. No viví mucho allí aunque me encantaba la ubicación.
A los españoles siempre nos queda Portugal. Ojalá conociéramos mejor este bello país, su cultura y a sus gentes. Siempre he admirado que acabaran con la dictadura con una revolución. Y con claveles.
Portugal es un destino veraniego muy apetecible. Incluso diría que, a no ser por el idioma, que nos cuesta más aprender a nosotros que a ellos el español, también es un buen lugar para vivir.
Recuerdo un par de veranos en Portugal y las dos veces fueron viajes de carretera y bañador. En la primera ocasión emprendimos la aventura mi hermana Maite, mi primo Jaime y yo, como única conductora. Y en aquel tiempo digamos que no hacía honor a mi apellido. Obtuve el carné cuando ya trabajaba porque mi padre lo consideraba un lujo al que teníamos que hacer frente nosotros con nuestro jornal. Me propuse conducir todos los días para que el miedo no me impidiera disfrutar lo que tanto dinero y esfuerzo me había costado. Recuerdo la cara de mi amigo Julio cuando llegábamos a la redacción indemnes. “Un día más hemos llegado sanos y salvos”, solía decir, ya entre risas.
Aquella incursión en Portugal debió de ser mi primer viaje largo en coche: con salida en Madrid, recorrido por la costa del Algarve, hasta el cabo de San Vicente y vuelta. Una proeza
Aquella incursión en Portugal debió de ser mi primer viaje largo en coche: con salida en Madrid, recorrido por la costa del Algarve, hasta el cabo de San Vicente, y vuelta. Una proeza. El vehículo era un Peugeot-205 de segunda mano al que llamábamos JJ (por la matrícula). Después de la primera parada afrontamos la primera prueba de fuego. Estábamos en carretera escuchando a Las Grecas (ya entonces era música vintage) a toda pastilla, cuando unos chicos con los que habíamos coincidido nos empezaron a hacer señas. ¿Habíamos ligado? ¿Teníamos algo estropeado en el coche? De pronto me di cuenta de que nos indicaban un bolso. Me había dejado la mochila en el bar donde habíamos desayunado. Volvimos a cruzar Despeñaperros y afortunadamente estaba todo intacto. Jaime y Maite se lo tomaron a risa. Tener fama de despistada a veces ayuda.
En el camping donde paramos cerca de Córdoba Jaime se dio cuenta de que no habíamos montado una tienda en nuestra vida y fue un calvario. Durante el viaje decidimos ahorrar en los alojamientos para poder darnos caprichos gastronómicos. Y en Portugal vale mucho la pena.
Disfrutamos de unas comidas sabrosísimas, sobre todo, tomamos bacalao a la portuguesa casi en cada parada. Recuerdo especialmente un local muy recoleto cercano a Tavira. Casi parecía que estábamos en una casa familiar. El bacalao estaba tan delicioso que Jaime dijo que si fuera millonario se desplazaría adrede hasta allí de vez en cuando en avioneta para degustar ese manjar. En lugar de eso, Jaime ha aprendido a cocinar de maravilla. Además, su defensa de la economía sostenible le impediría dañar el medio ambiente con esos desplazamientos gastronómicos.
A los tres nos enamoró la puesta de sol en el cabo San Vicente, aunque marcaba el inicio del regreso. De la vuelta preferimos no acordarnos porque yo iba tan cansada que ni siquiera me di cuenta de que nos cruzamos con un conductor suicida.
La otra incursión sobre ruedas a Portugal fue en compañía de un buen amigo al que conocía desde el último año de la facultad. Él se acababa de separar y yo no terminaba de unirme a mi pareja así que organizamos el viaje como una escapada. Pero norte teníamos. Empezamos por el Alentejo, tan poco conocido como excepcional, seguimos por Lisboa y alrededores, para llegar hasta Oporto y de allí salir por Galicia. Tuve suerte porque mi amigo, como decíamos en broma, es un turisteiro profesional. Eso sí, alguna tarde nos daba en plan sentimental y cada uno se iba por su cuenta a hablar con su ex o su futuro ex, en mi caso.
A Portugal también se llega por su gente. A los que he conocido mejor los admiro por su inteligencia, su modestia, y un extraordinario sentido del humor, incluso mejor que el británico
A Portugal también se llega por su gente. A los que he conocido mejor los admiro por su inteligencia, su modestia y un extraordinario sentido del humor, incluso mejor que el británico. El portugués se ríe de si mismo pero lo hace con un guiño, sin dramas, ni quejas. El primer portugués que me cautivó fue uno de mis compañeros de viaje cuando estuve en EEUU con una beca del Departamento de Estado. Eran tres semanas recorriendo el país haciendo entrevistas y acudiendo a seminarios sobre la OTAN. Ibamos una persona por país (periodistas, académicos, políticos) y desde el primer momento congenié con João. También con Barbara, un italiana muy lista y muy estilosa, que tenía locos a los nórdicos del grupo.
Al principio a Barbara le extrañaba que João llamara la atención. En cuanto le escuchó en uno de los seminarios, lo comprendió y me dijo: “Ana, sí que sabes”. Solo diré que Barbara y João han despuntado extraordinariamente en su trayectoria profesional.
Más reciente es mi encuentro con Hugo Beleza, un fantástico periodista que tiene nombre de novelista de éxito. Estoy convencida de que lo será. Coincidimos en un seminario en Berlín al que las autoridades alemanas invitaron a periodistas del Sur (griegos, italianos, portugueses y españoles). En una de las cenas nos deleitó con unas anécdotas de sus inicios como periodista que me parecieron reveladoras de un talante muy especial.
En una ocasión estaba en su casa cuando en el digital en el que trabajaba Hugo empezaron a seguir la pista de un hombre que se había atrincherado en un despacho de abogados por unas cuitas con la Justicia. Intentó ayudar en la elaboración del artículo y llamó a la oficina. Quería hablar con alguno de los abogados si tenía la suerte de que pudiera atender el teléfono. Contestaron al aparato. Le preguntó por lo que estaba sucediendo y la voz al otro lado respondió: “Daqui fala o barricado (aquí habla el atrincherado)“. Tal y como lo contaba me parecía un relato de Noticia bomba, la obra de Evelyn Waugh.
Otra vez, con un compañero dieron una exclusiva al descubrir que la madre de John McCain, entonces candidato republicano a la Presidencia de EEUU frente a Barack Obama, había sufrido un percance mientras estaba de viaje por Europa y estaba hospitalizada en Lisboa. Dieron la noticia a la campaña de McCain y el propio candidato les llamó por teléfono para agradecérselo días más tarde.
Hugo ahora trabaja en la televisión y hace información internacional. La última vez que vino a España a cubrir las elecciones generales descubrimos juntos uno de los mejores restaurantes portugueses de Madrid, La Portuguesa, gracias a su interés por hacer un reportaje “de esos clásicos que piden en la redacción nada más aterrizar”. Siempre que puede incluye en sus informaciones un saludo a su hijo Lourenço: algo que le haga sonreír, como un ciclista que lleva un perrito como pasajero. Eso le define.
Tengo que convencer a Hugo para que escriba ese libro con artículos periodísticos con un título homenaje a ese atrincherado, con el que queremos hablar siempre los periodistas. Aquí habla el atrincherado. Y si no puede ser, la historia de la generación de su padre, uno de esos héroes anónimos que fueron obligados a dejarse la piel en Angola. Ha sido su generación, una vez más, la más castigada por la pandemia del coronavirus.
Hugo se escabulle con la excusa de que es realmente su padre quien escribe bien. Si hace falta, iré con Hugo a Vila Nova de Paiva, el bellísimo pueblo de donde procede, para que se convenza de que esa historia de Avantino ha de contarla. Es un buen destino para cualquier verano.
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