Sin ningún enfoque “socioemocional”, mareado de porro y gigantismo y salvaje de barba pitagórica, aquel profesor de COU llegó un cuarto de hora tarde a la primera clase del curso y saludó así: “Estructura algebraica de R súper n”. Luego llenó la pizarra de un griego glagolítico o cuneiforme o extraterrestre de sumatorios y frisos. Nosotros no veníamos de la primaria con matemática socioafectiva o lo que sea que propone ahora el Gobierno, sino de cuando se empezaba con diagramas de Venn, que es lo menos socioemocional que uno verá jamás. Antes de llegar a aquella cueva pintada por marcianos, habíamos visto derivadas, logaritmos, los vectores de la física con su flechita de brújula loca, pero nada como aquello, aquella matemática adulta, dura, bíblica, de zócalo de pirámide. Supongo que pronto, ante algo así, los alumnos llorarán, sin más.
Nunca he olvidado a aquel profesor, que ya ha muerto (murió joven, bohemio, lírico entre sus inciensos, su matemática y su música antigua, la música pitagórica que siempre hacían sus dedos pitagóricos). Uno lo imagina en el sarcófago de sus sumatorios, envuelto en sus teoremas de continuidad como en lienzos, como la reliquia templaria que a lo mejor es ya la enseñanza, la pedagogía, el conocimiento, la ciencia. No era buen profesor, y a lo mejor por eso mismo me ayudó más que ninguno. Aquella matemática era adulta no por el contenido, sino por el lenguaje. A la estructura algebraica de R súper n no había otra manera de llamarla, y los sumatorios eran todos los que había que poner, ni uno más ni uno menos, hasta llenar el último rincón de la cueva. Quizá podría haberlo explicado de otra manera, pero entonces nos habríamos perdido la enseñanza de que ése, y no otro, era el lenguaje real de la matemática. Ni flechitas con gusanito ni bolitas en sacos, sino eso, ese griego congelado, ese sílex puntiagudo. Las pasé canutas, pero lo agradecí en la universidad, donde ya no me sorprendió la matemática adulta ni uno mismo como adulto, que a lo mejor es de lo que se trata.
Este Gobierno, que ya se ha encontrado con cinco olas del bicho como con cinco campanudas campanas de Gauss (cinco veces que Simón ha doblegado la curva sin otro método que tragársela como un voladizo), piensa, claro, que la matemática hace dudar, es demasiado dura y fea, y mata a demasiadas hormiguitas en sus ecuaciones llenas de hormiguitas. La matemática es difícil porque, en última instancia, es pura abstracción. Aunque se pueda recurrir a canicas o guijarros (cálculo viene de piedra), incluso intentar reducir la matemática a la lógica llevó al fracaso al propio Bertrand Russell. Pero no sólo es difícil, sino que creo que la ven, sobre todo, peligrosa. La matemática es abstracción sin sesgo, sin objetivo ideológico posible. La matemática no deja sitio para la ideología y eso es un vacío horroroso, una fuga insoportable para los ideólogos.
El Gobierno quiere meter ideología en lo único que no la tenía, que no puede tenerla
Luis miguel fuentes
El Gobierno quiere meter ideología en lo único que no la tenía, que no puede tenerla, como suprema prueba de fuerza de su sistema ideologizante. La matemática no tiene sitio en su lenguaje ni en su método para la ideología, es abstracción pura como el triángulo equilátero de Platón, allí en su mundo de las ideas o sólo en la cabeza alicatada de Platón. Pero ya hemos dicho alguna vez que no queda nada sin ideología, que para las ideologías todo tiene que estar en venta, todo tiene que tener su etiqueta ideológica, su precio ideológico y su cliente ideológico, y dejar algo sin etiquetar es perder negocio, clientela, hegemonía. Han metido ideología en la historia, en el lenguaje, en el arte, y también en las ciencias prácticas (las favoritas de los totalitarismos) o no tan prácticas (Einstein tuvo que ver cómo tachaban la relatividad de ciencia “antigermana”). Quedaba sólo la matemática, mineral, impenetrable.
Perspectiva de género y enfoque socioemocional en la matemática... Buscar significado a esto ya es tomárselo en serio, como con la España multinivel. No sé si quieren feminizar la matemática añadiendo besos, que sería un insulto como añadirle rímel o cofia. No sé si los problemas de aritmética que hacíamos con gallinas o trenes van a tener ahora discusión social o ética o solución habitacional. Y no sé cómo la estructura algebraica de R súper n va a remitir a la empatía. Lo que sé es que el objetivo sigue siendo el mismo: hacerlo todo suyo, empujar todo conocimiento y todo ejercicio intelectual a su nicho ideológico, e incluso sustituir el conocimiento y el pensamiento por meras competencias en esos conceptos ideológicos. No importan los espacios vectoriales, sino el impacto de género de los espacios vectoriales. No sé si algo así es posible, pero ya suena a cátedra.
Aquella pizarra de mi profesor bohemio y raro era pura y eterna cada año. A lo mejor lo hacía por pereza o costumbre, o quizá para dejarnos helados con esa verdad de la matemática como la verdad de la muerte, fría y cruda. Aquello era matemática de verdad, más que otras cosas que parecían prácticas y molonas: calcular cuánto tardaba una manzana en caer de un edificio, o medir un árbol con trigonometría (Eratóstenes midió la Tierra con trigonometría y un palo), o diseñar la lata de refresco más barata usando máximos y mínimos. Aquella pizarra era la matemática de verdad porque usaba su lenguaje de verdad, sin eufemismos, sin analogías con bolitas o animales de granja, sólo un griego minucioso y metálico, como de escudo de un griego.
No sólo se trata de robarnos el conocimiento, sino la adultez de reconocer el lenguaje de la realidad. No sólo se trata de reducirnos a la matemática de los palotes, sino de que seamos siempre niños con palotes. Apenas les quedaba la matemática, que resistía cristalizada y esotérica, abstracta y universal. Ahora se llevarán toda la cueva extraterrestre de mi profesor y la meterán en la mochila de algún fontanero de partido, como un cuarzo de excursionista dominguero. Si alguien la saca dentro de unos años, estoy seguro de que los alumnos llorarán como ante una rana destripada.
Sin ningún enfoque “socioemocional”, mareado de porro y gigantismo y salvaje de barba pitagórica, aquel profesor de COU llegó un cuarto de hora tarde a la primera clase del curso y saludó así: “Estructura algebraica de R súper n”. Luego llenó la pizarra de un griego glagolítico o cuneiforme o extraterrestre de sumatorios y frisos. Nosotros no veníamos de la primaria con matemática socioafectiva o lo que sea que propone ahora el Gobierno, sino de cuando se empezaba con diagramas de Venn, que es lo menos socioemocional que uno verá jamás. Antes de llegar a aquella cueva pintada por marcianos, habíamos visto derivadas, logaritmos, los vectores de la física con su flechita de brújula loca, pero nada como aquello, aquella matemática adulta, dura, bíblica, de zócalo de pirámide. Supongo que pronto, ante algo así, los alumnos llorarán, sin más.
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