El bombero torero, vestido más de romano que de bombero o de torero, era o es la cabriola del pasado que no quieren por cabriola y por pasado, como un señor con velocípedo o un forzudo con pijama, que no necesitan más razón para la censura que la pinta de anuncio de friegas o crecepelos que evoca.
Supongo que el bombero torero podría hacer lo suyo por TikTok, añadiendo algún reto hiriente y peligroso, pero no puede hacerlo en una plaza de toros, antigua como un botijo en la ventana. Además, ni las cabras pueden hacer ya la cabriola, su cabriola de plaza mayor, trompeta y churumbel, menos aún un señor con hombreras como mesas camillas. La dignidad, que parece una señora meticona de pueblo y a lo mejor lo es, tiene estas cosas caprichosas y absolvedoras. El reguetón con raja del culo, con un cantante que se llame Maluma como una princesa Disney, puede ser dignísimo, pero no un señor bajito haciendo humor físico y clásico como el de Charlot o el del payaso de polvera.
El bombero torero a lo mejor no era ni bombero ni torero, pero el algodón de azúcar tampoco era algodón ni el unicornio del tiovivo, tuerto de cuerno y tiñoso de crin rosa, tampoco era unicornio. Y sin embargo allí estaba la chiquillería riéndose con la misma mella del abuelo, con la mella de garrapiñada que nos prestaba el abuelo, o algo así recuerdo yo, o quizá sólo lo imagino. También había en la feria uno que hacía el numerito de quedarse en calzones en una atracción, con unos calzones de grandes topos rojos, como los de un señor de tebeo, sin duda algo también muy humillante, de una humillación que uno no podía calibrar entonces, borracho de garrapiñadas y de falsos caballos indios que cabalgaban igual sobre lanchas que sobre tazas que sobre tanques.
Del bombero torero parece que se ríe uno porque son enanos, aunque yo creía que me reía porque, simplemente, era un chiquillo. La gente es incapaz ya de ser chiquillo o de recordarse chiquillo. Es incapaz de ingenuidad. Con todo eso ha acabado esta continua guerra cultural e ideológica.
El bombero torero es humillante, denigrante, insultante, inquietante, y no tiene quién lo defienda
luis miguel fuentes
El bombero torero es humillante, denigrante, insultante, inquietante, y, lo que es aún mejor para las almas caritativas, no tiene quién lo defienda. Nadie lo defiende porque el bombero torero está a lo suyo, siendo bombero torero como el que es taquillero del tren de la bruja o escayolista o registrador de la propiedad, sin pensar si eso humilla más que otros trabajos o sólo lo normal de cualquier trabajo.
Digo yo que si uno se riera porque son enanos se reiría igual, o todavía más, viéndolos de guardia de tráfico, de abogado penalista, de topógrafo o de instalador del gas. Quitarles el disfraz no serviría de nada. De todas formas, no sé si alguien ha medido la risa que produce un flaco, un gordo o un larguirucho, un payaso con zapatones o con saxofón, alguien con nariz aguileña o chata, un señor juez o un cantante de Eurovisión, cuando lo cornea una vaquilla o se cae de culo, porque ahí puede haber mucha humillación y mucha salvación que aún no han detectado los puritanos.
El bombero torero, que era como un mariscal de coces, revolcones y cencerros, es en realidad otra víctima de la opresión que no se da cuenta de su opresión, como una señorita con tacones o con las ingles brasileñas, puro capitalismo heteropatriarcal como una isla privada. El bombero torero es una víctima que necesita ser salvada como una damisela de cine mudo, que necesita al salvador para que le quite el trabajo y le devuelva la dignidad, esa dignidad del hambre y esa salvación a través del sufrimiento, como corresponde a todas las religiones de la crueldad, que son la mayoría, y más la de todos los puritanos.
El bombero torero puede seguir queriendo hacer su trabajo, y el payaso de tartazo, y el actor gracioso y gordito, y la azafata o el azafato, y el estríper o la estríper, y hasta la puta o el puto, pero no se trata de su trabajo sino del trabajo del salvador, que lo necesita más que nadie y por eso no duda en quitárselo a los demás. El bombero torero acabando de oficinista triste, cambiando su brillante traje de banderillero centurión por el jersey de pelotillas o la corbata lamosa…
Un final dignísimo quizá, pero al menos habría que preguntarle. De oficinista, de cartero, de soldador, de comercial, de camarero, de teleoperador, de profesor de autoescuela, de jefe de recursos humanos, de eso podría acabar el bombero torero, o el torero sin más, o el boxeador, o la vedete, o el domador de tigres con hambre de sus tigres hambrientos. De eso podría acabar aquella azafata guapa que podía ser azafata sólo de sus ojos como de toda una marca de aceites o de toda una naviera. De eso podría acabar hasta el/la escort de lujo. De eso podría acabar toda la gente que no tiene oficio digno, oficio como de santo con oficio, oficio que no ofenda al género, ni a la diferencia o la igualdad (que sorprendentemente son lo mismo), ni al muslo casto ni al de jamón. Todos ganarían sin duda en dignidad, al menos para los dignos, por supuesto, que es de lo que se trata.
Había un mundo de bomberos toreros, de forzudos, de cupleteras, de maribárbolas, de chistosos de la picha, de guapos y feos que iban de guapos y feos, de azafatas de maillot de la montaña que ahora parecen cerilleras de cabaret; un mundo con putas de señorito y putas de recluta, un mundo humillante, obsceno, sórdido, pecaminoso por antiguo o por ingenuo o por libre, pecaminoso en su sentido fundamental, o sea el de ofensa a los dioses, teológicos o ideológicos, y a sus guardianes acharolados de escándalo y pudor. Ahora están todos salvados o les queda poco para ser salvados. Quieran o no, me refiero. Todos recuperarán la dignidad y bastantes conocerán la tristeza. Y no imagino nada más triste que la tristeza de un bombero torero.
El bombero torero, vestido más de romano que de bombero o de torero, era o es la cabriola del pasado que no quieren por cabriola y por pasado, como un señor con velocípedo o un forzudo con pijama, que no necesitan más razón para la censura que la pinta de anuncio de friegas o crecepelos que evoca.
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