Nos atacan coños insumisos de goma, terribles y membranosos como pterodáctilos; nos atacan carteles de cine de verano, de fiesta de pueblo, con lunas cocteleras y estrellas de alumbrado municipal y Vírgenes de estantería de tómbola; nos atacan exposiciones iconoclastas de artistas con perillita, un poco perdidos entre el Almodóvar calatraveño y el SoHo. Nos ataca cualquier cosa, porque hemos decidido estar siempre atacados, que es una actitud histérica y comodona, como el que está en la mecedora con la escayola exigiendo caprichos y el rascador, y encima que te aguanten el mal humor de la pata quebrada. Nos ataca el heteropatriarcado como si nos atacara Conan, y el lenguaje poco disociado en género o en tribus, y el manspreading rascahuevos, y una ecuación de segundo grado sin perspectiva socioafectiva. Nos atacan, en fin, demasiadas cosas por uno y otro lado, el cartel de Zahara o todavía la minifalda de Manolo Escobar, y todo esto parece demasiado ridículo y coñazo ya.
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