La educación es la base del progreso. La mejor herramienta que podemos dar a nuestros hijos es una buena educación, aunque algunos crean que nada es comparable a una bien nutrida cuenta bancaria.
Es que hay gente que cree que la formación sólo sirve para tener un buen empleo. Pero eso es sólo una parte de lo que aporta al ser humano la adquisición de conocimiento. En definitiva, sin educación es muy difícil ser libre, entender que hay disparidad de criterios o que la sociedad es más compleja que una división entre buenos y malos.
Los hay que creen que es un arma ideal para moldear la mentalidad de las personas, para formar buenos patriotas, o buenos revolucionarios o nacionalistas comprometidos. Los totalitarismos creen que las escuelas son las mejores fábricas para sus adeptos. Me quedo con algo más simple. Aprender, respetar al otro y pensar dos veces antes de emitir una opinión.
En mi generación, los profesores y nuestros padres nos incitaban a hincar los codos. Aprobar o sacar buenas notas no era fácil. Había que currárselo. Todavía no existía eso de la cultura del esfuerzo, pero sabíamos que sin trabajo no pasabas de curso. Pertenezco a esa época en la que se primaba la memoria, pero no veo que eso tenga nada de malo. Memorizar tiene sus cosas buenas y, desde luego, no está reñido con la comprensión, ni con la capacidad de crítica. En mis tiempos -esta es la última vez que echo la vista atrás- los vagos solían atribuir sus suspensos a su mala memoria.
Hablar de un pacto en educación suena tan utópico como que Messi podría acabar en el Madrid
Las reformas educativas siempre me han puesto en guardia. Primero, porque tanto la derecha como la izquierda han querido hacer la suya propia, obviando lo que podía tener de bueno la que se proponían derogar. Hablar de un pacto en educación suena tan utópico como pensar que Messi podría acabar en el Madrid. Aunque no conocemos la llamada ley Celaá en su letra pequeña, lo que hemos ido sabiendo a lo largo de los últimos días es como echarse a temblar.
Se habla, por ejemplo, de enseñar las matemáticas desde "una perspectiva de género". No sabía muy bien cómo se come eso, como introducir esa perspectiva a la explicación de los logaritmos neperianos (recomiendo la lectura del artículo de Luis Miguel Fuentes sobre el tema).
Pero un artículo, publicado el viernes por elDiario.es, de la profesora de la Universidad de Valencia e investigadora en Estadística Anabel Forte Deltell, me ha aclarado un poco las cosas. Afirma la profesora que "a partir de los seis años las niñas se perciben como menos brillantes que sus compañeros varones". El entorno, apunta, condiciona esa percepción. Mientras que las niñas juegan con muñecas o cocinitas, los chicos juegan con construcciones, coches de carreras o superhéroes. Y esto marca. Ella propone -de ahí la perspectiva de género- una educación con un "ambiente no competitivo" en el que se den referentes de mujeres que han llegado a ser algo en el mundo profesional gracias a las matemáticas. El argumento es más que discutible, pero la propia Forte echa su castillo de naipes abajo al concluir en su artículo: "sin medios económicos y materiales todo esto será papel mojado". No se sabe muy bien si se refiere a medios para la educación o para los padres de los niños y niñas. O las dos cosas. En definitiva, que, sin dinero, ni perspectiva de género ni cristo que lo fundó.
Para que las matemáticas pierdan pues esa perspectiva de género que hace que las niñas se sientan "como menos brillantes" que sus compañeros habría pues que modificar los comportamientos de los padres, favoreciendo que les regalen cocinitas a los chicos y camiones a las chicas para jugar. Por supuesto, nada de competitividad porque, se supone, eso perjudica más a las chicas que a los chicos ¿No es acaso una forma machista de ver a las mujeres? Da igual, sin dinero esta discusión no va a ningún sitio.
Lo más preocupante de la ley Celaá es la filosofía que la inspira, su pretensión de igualar por abajo a los alumnos: no dejar a nadie atrás significa permitir el pase de curso más fácilmente
Si el currículo de primaria (niños entre 6 y 12 años) de la ley Celaá es como se ha filtrado a los medios estaremos ante un nuevo intento de convertir las escuelas en centros de adoctrinamiento. No figura en el temario la regla de tres (esa que utilizo a diario y que tiene tanto valor como el espejo retrovisor para un conductor), pero se pretenden fomentar las "habilidades socioemocionales". No se si los que redactan estos mamotretos, además de querer inocular su particular visión del mundo en las criaturas, han pensado en la mejora de la educación en una etapa clave para la formación.
España no figura entre los mejores países en cuanto a la preparación de sus alumnos. Los índices del Informe PISA son para España aún más decepcionantes que el medallero de los JJOO.
No voy a entrar en la nueva asignatura de Valores Cívicos (que suena a la resurrección de la Educación para la Ciudadanía, ni en temas como la "educación afectivo sexual"). Me parece que los padres tienen gran parte de la responsabilidad en la orientación moral, ética o religiosa de sus hijos. El Gobierno parece que quiere buscar, de nuevo, un enfrentamiento con las asociaciones de padres conservadoras y los colegios religiosos: una batalla ideológica, que es lo que más le gusta. Es una baza política que seguro dará mucho rédito a PP, Vox y Ciudadanos.
La cuestión que más me preocupa de esta ley Celaá es la filosofía que la inspira: aligerar el temario para que los alumnos pasen de curso más fácilmente. El Ministerio de Educación quiere reducir las cifras de abandono y fracaso escolar. Pero, con esta norma, lo que se favorece es que los alumnos pasen de curso con mayor facilidad, no porque hayan mejorado su formación. Es decir, que el "no dejar a nadie atrás" consiste en igualar por el nivel más bajo ¿Es así como quiere este Gobierno que España sea alguna vez un país relevante en Europa?
La educación es la base del progreso. La mejor herramienta que podemos dar a nuestros hijos es una buena educación, aunque algunos crean que nada es comparable a una bien nutrida cuenta bancaria.
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