Si alguna vez estuvo claro que al actual presidente del Gobierno español no le interesa asumir otras responsabilidades que las que directamente puedan beneficiar sus particulares intereses, esa vez es ésta.
El señor Sánchez no ha tenido a bien presentarse ante los españoles para aportar su particular análisis en tanto que máximo dirigente de uno de los países miembros de la coalición que bajo mandato de la OTAN y la aprobación de la ONU aportaron su esfuerzo militar, lo que ha supuesto no solo el gasto de miles de millones de euros sino, lo que es infinitamente más importante, pagar el precio de la vida de miles de sus soldados, para combatir sobre el terreno al terrorismo yihadista en Afganistán.
No señores, el presidente del Gobierno español, que, como todos nosotros la tenemos también, tiene sobre sus espaldas la muerte de nada menos que 102 de nuestros hombres entre los que se cuentan las víctimas del accidente del Yak 42, los policías asesinados en la defensa de nuestra embajada en Kabul atacada por un comando terrorista talibán, y tantos otros hasta superar la dramática cifra del centenar de muertos en acto de servicio, no ha considerado oportuno comparecer ante la opinión pública de su país para dar las explicaciones imprescindibles.
El presidente del Gobierno estaba obligado moral y políticamente a dar la cara por sus compatriotas"
Aunque sólo fuera para honrar la memoria de quienes cayeron en la defensa del sistema de libertades occidentales, el presidente del Gobierno estaba obligado moral y políticamente a dar la cara por sus compatriotas. En lugar de eso, y cuando pasan ya demasiados días de su silencio, nos ha despachado con dos tuits ridículos en los que parece mostrarse muy orgulloso de que España esté enviando sus aviones para traer a los nuestros a casa. No faltaría más que eso no estuviera sucediendo, aunque hay que señalar que con un cierto retraso respecto del operativo montado por Alemania o Francia. Pero ésas no son bajo ningún concepto maneras de afrontar un problema de las dimensiones del que tenemos delante. Y mucho menos que se nos despache con una foto en la que se le ve sentado frente a una pantalla.
Esto no es de recibo, de hecho es un comportamiento impresentable. Y para afirmar esto no tenemos más que levantar la vista y observar las actitudes de los líderes de los países miembros de la coalición que ha permanecido en Afganistán 20 largos años.
Ni uno solo de ellos ha tenido el cuajo de quedarse en su casa, o en su despacho -que yo hasta dudo que la foto distribuida por La Moncloa corresponda al día de ayer- sino que, al contrario, todos ellos han comparecido ante sus conciudadanos para asumir el fracaso tremendo de una operación que, insisto, ha costado miles de vidas y decenas de miles de millones de euros y que requiere en consecuencia de largas explicaciones y, como en el caso de la señora Merkel, de la suficiente honradez intelectual y de la necesaria altura moral como para pedir perdón por los errores cometidos, fundamentalmente de apreciación de una realidad que se ha demostrado sideralmente alejada de lo que en Occidente se estuvo considerando real durante todo este tiempo.
Pues nuestro Pedro Sánchez nada de nada. Es que no se ha tomado la mínima molestia de asumir, en tanto que máximo responsable ejecutivo de nuestro país, las consecuencias de uno de los mayores y más humillantes fracasos de la estrategia liderada por los Estados Unidos y secundada por los países de la coalición además de bendecida por la OTAN y por la ONU.
No estoy hablando de que el señor Sánchez saliera a desvelarnos la operativa planteada para sacar a los nuestros de ese avispero, hablo de la asunción de la responsabilidad que le toca como dirigente de España. Nos está humillando en la medida en que nos ha ignorando y ha despreciado nuestra inmensa preocupación y la reflexión que se hacen a día de hoy muchos, la inmensa mayoría de los españoles y que hace un par de días resumió en su portada un periódico británico cuando sobre unas imágenes de soldados de su país titulaba: "¿PARA QUÉ DIABLOS HAN MUERTO?".
Si es que no tiene nada que decir a propósito del colapso padecido y del que aún toca por padecer, cosa que no es descartable, al menos podría haber intentado disimular proporcionando a sus compatriotas unos datos someros de la operación de rescate de nuestros funcionarios destacados en Afganistán, de los policías que aún permanecían custodiando la embajada española y de los numerosos afganos que durante todos estos años han colaborado con las Fuerzas Armadas de nuestro país, que ahora corren peligro, junto a sus familias, de ser asesinados.
Lo único que hay procedente de la presidencia de Gobierno son dos tuits y una foto. Es decir, silencio. Un silencio injustificable"
A estas alturas sabemos que uno de los aviones militares españoles ha despegado del aeropuerto de Kabul con destino a Dubai y posteriormente a Madrid. Pero ignoramos el número de quienes han tenido la fortuna de escapar ya de esa trampa mortal, sea cual sea el mensaje pretendidamente conciliador de los nuevos señores de Afganistán y tampoco sabemos si existe un plan para sacar de sus escondites a todos los traductores y a sus familias que no han podido llegar a un refugio seguro y esperan escondidos en no se sabe dónde que alguien acuda a rescatarlos. En definitiva, no sabemos nada de aquello que nos concierne directamente.
Los españoles no tenemos quién nos dirija para hacer frente al estupor, a la frustración por tan monumental fracaso y al dolor por tantas vidas sacrificadas en vano. Lo único que hay procedente de la presidencia de Gobierno son dos tuits y una foto. Es decir, silencio. Un silencio injustificable.
La conclusión obligada ante semejante panorama no puede ser más que la que sigue: el presidente del Gobierno de España sólo está dispuesto a comparecer ante los ciudadanos para asuntos de los que espera obtener un beneficio concreto y personal que satisfaga sus particulares intereses.
De ahí, por poner un recientísimo ejemplo, su machacona insistencia en el éxito de España en el proceso de vacunación, atribuyéndose un mérito que en todo caso correspondería al alimón a la Comisión de la UE por el envío masivo de vacunas y a las Comunidades Autónomas por la eficacia de su planificación. O la llegada del maná dinerario procedente de la Unión y su distribución centralizada en la propia Presidencia del Gobierno, otro asunto de su máximo agrado.
Ahora bien, en todo aquello que le suponga una merma en su prestigio o en su fabricada e hipertrofiada imagen de benefactor y gobernante de éxito, nuestro presidente hace mutis por el foro. Se ausenta. Desaparece.
Es el caso de lo que se ha bautizado desde Moncloa como la “cogobernanza”, que ha consistido en dejar a cada una de las Comunidades solas y legislativamente desamparadas frente a la pandemia para no tener que verse obligado a someterse al control del Parlamento ante el que habría debido negociar la aprobación de una ley específica que diera cobertura legal a los gobiernos autonómicos. El Gobierno se ha lavado las manos.
Y no digamos en el caso que nos ocupa,. Pedro Sánchez ha sido -hasta el momento de escribir estas líneas -las 20.00h del miércoles 18 de agosto- el único dirigente europeo que se ha escondido, que no ha dado la cara ante sus ciudadanos. Y para eso hace falta tener o muy poca capacidad política o muy poca vergüenza. Prefiero que se trate de lo primero aunque me temo que se trata de lo segundo.
Si alguna vez estuvo claro que al actual presidente del Gobierno español no le interesa asumir otras responsabilidades que las que directamente puedan beneficiar sus particulares intereses, esa vez es ésta.
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