¡Venga ya! Es el primer latigazo que mi conciencia me dispara al ver las melodramáticas imágenes de ese Messi que no se quería marchar del Barcelona pero que al día siguiente ya fichaba por el PSG. Se que con esta reflexión voy a tocar la única fibra sensible que de la piel de tortuga de los españoles no se ha hecho resistente aún y que es la del fútbol y sus ídolos.

Media España llorando la marcha de Messi (y la otra media, supongo, alegrándose) sin reparar por un momento en lo que este ídolo realmente es: un profesional al frente de un emporio de negocios y de publicidad que por dinero y solamente por eso abandona el club en que había militado toda su carrera y el que como el mismo dice le había creado. Todo ello, eso si í, aderezado con unas mediáticas lágrimas de cocodrilo diseñadas para la televisión y para salvaguarda del club.

El mundo del fútbol está viviendo unos meses convulsos que no dejan patente más que este deporte dejó de serlo hace mucho años para ser un simple negocio, un opiáceo legal que consumimos a raudales como la Coca-Cola para llenar nuestras horas vacías de otras ansias y expectativas. El escándalo de la Superliga Europea liderada por Florentino Pérez, en compañía de otros, como solía decirse, deja claro que esto va solo de dinero y como repartirse una gigantesca tarta.

El fútbol redistribuye la riqueza al revés, captando dinero masivamente de contribuyentes, seguidores y consumidores para repartírselo entre unas cuantas decenas de jugadores

A este le ha seguido el de la Liga y el fondo CVC que más que una pelea por el pastel lo es antes al contrario, por quitarse el muerto de la deuda. Y el remate lacrimógeno de Messi vestido de doliente desterrado que se ve abocado a abandonar a los suyos y a su tierra por dinero, claro.

Y es que si no fuese por dinero, alguien que dice amar tanto su club y quererse quedar en el, podría hacerlo tranquilamente renunciando a su ficha por un año y ayudando así a su queridísimo club, como ya han hecho en el pasado algunos compañeros más comprometidos pero peor pagados que él en otros clubes.

Baste recordar el caso del capitán del Athletic, Joseba Etxeberria, que renunció a cobrar la ficha de su última temporada como “un gesto con el que quería agradecer el cariño recibido de su club durante tantos años".

Obras son amores señor Messi. Así que puede partir al PSG que le garantiza otros 70 millones de euros en dos temporadas ahorrándose las lagrimas que podía haber convertido en un gesto de generosidad hacia su club y hacernos llorar a los demás (hasta en esto son egoístas).

Los cientos de millones percibidos en el Barca y los multimillonarios “ahorros “ fiscales en forma de delito contra la hacienda pública no han sido suficientes para no sentirse atraído como hacia la miel por otros setenta millones de euros en el PSG.

No lo critico. Me parece lo normal en un profesional, no un deportista, de su talla, tanto como lo sería de un directivo de un banco que se mueve a otro por dinero o un empresario que se cambia de país por motivos fiscales. Pero para eso no hace falta llorar, solo decir muy claro que se está en esto para ganar dinero cuanto más mejor. Es lícito.

Y es que, visto lo visto, el fútbol, esa industria que mueve miles de millones necesita, en mi opinión, también una reforma en profundidad como lo necesitan nuestras pensiones, nuestro sistema tarifario eléctrico o el electoral.
Nuestros clubes no son más que empresas, poco transparentes si las comparamos con cualquier otra empresa cotizada o de tamaño medio grande, a los que hemos permitido en aras de satisfacer las ansias de triunfo de sus seguidores cosas tan extravagantes como dejar deudas inmensas con la seguridad social (pruebe a hacerlo usted y veamos cuanto dura), endeudarse hasta límites insospechados, cobrar desorbitadas cifras por derechos de publicidad y retransmisión que encarecen a la larga productos y servicios.

Un mecanismo perverso que, en definitiva, redistribuye la riqueza al revés, captando dinero masivamente de contribuyentes, seguidores y consumidores para repartírselo entre unas cuantas decenas de jugadores que nos deslumbran después con su espectáculo de coches de lujo, yates, oros y joyas de los que también disfrutamos muchísimo cerrándose así el círculo vicioso/virtuoso de este negocio.

Pero tanto va el cántaro a la fuente que al final casi se rompe. Y ahí es donde estamos. Unos pocos clubes con poder, dinero y capacidad de absorber lo más granado de la industria (jugadores y entrenadores) desvirtúan la competición haciendo cada vez más difícil que otros clubes accedan ese status y, además, reclaman partes mayores cada vez del pastel (otra vez la redistribución inversa). El intento de ordenar esta situación poniendo limite al gasto en nominas del 60% de los ingresos no es suficiente ni funciona dado que muchos clubes se lo saltan o lo esconden y además, como he dicho, crea una espiral beneficiosa solo para los más grandes.

¿Qué ocurriría si para romper este circulo vicioso se limitase drásticamente el ingreso máximo de un jugador de futbol (no por ley sino por acuerdos de las ligas nacionales y supranacionales) a por ejemplo 5 millones de euros al año (un salario equiparable al de los lideres de las mejores y mas grandes empresas de Europa)? . Pues que probablemente después de un inmenso escándalo mediático orquestado por ellos mismos todo funcionaría mejor.

Los jugadores no elegirían el club en el que juegan por dinero solamente sino por la calidad del resto del equipo, las oportunidades que les genera, las afinidades con la marca, etc. Los clubes tendrían unas arcas muchísimo más saneadas con el consiguiente alivio de todos. Los derechos y costes comerciales serían menores, lo que permitiría a más gente a acceder a consumir sus productos. En resumen, redistribución de la buena, o al menos de la que reclaman constantemente los políticos para los ciudadanos.

Parece utópico, pero se ha puesto en práctica en otras industrias como la de la ópera, donde se han limitado los cachés, desde hace tiempo, de los primeros cantantes haciendo que las mejores voces del mundo estén al alcance de los espectadores del mundo entero, al elegir los cantantes su destino en base a la calidad de la producción, la orquesta o el resto del cast en vez del importe a percibir por actuación al estar esta tasada.

Así teatros como el Real de Madrid han conseguido liderar la liga mundial de la ópera (el Teatro Real este año) no impulsado por su dinero sino por la calidad de lo que ofrece dado su modestísimo presupuesto comparado al de otros coliseos como el MET de Nueva York o el Covent Garden de Londres.

No hace falta una ley que lo regule, solo que el sentido común impere en los clubes y quieran volver acercarse a ser un deporte o un espectáculo y no solo un negocio muy muy lucrativo.

Seguramente sea imposible que ocurra en el fútbol aunque sea perfectamente viable. Mientras seguiremos disfrutando de las lágrimas de messidrilo de jugadores y directivos con los que muchos seguidores se deleitan en este negocio redondo que llaman el deporte rey.

¡Venga ya! Es el primer latigazo que mi conciencia me dispara al ver las melodramáticas imágenes de ese Messi que no se quería marchar del Barcelona pero que al día siguiente ya fichaba por el PSG. Se que con esta reflexión voy a tocar la única fibra sensible que de la piel de tortuga de los españoles no se ha hecho resistente aún y que es la del fútbol y sus ídolos.

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