Es bien sabido que quienes no hemos tenido la suerte de tener a nuestro padre presente en nuestra vida siendo niños, hacemos, consciente o inconscientemente, cosas extraordinarias para llamar su atención o aquellas con las que se sentiría orgulloso de haber estado a nuestro lado. El mío, a pesar de ser un buen pintor artístico, no era el autor de piezas maestras como las bandas sonoras de películas como Doctor Zhivago o Lawrence de Arabia. Ser el hijo de Maurice Jarre y que no esté presente en tu vida puede causar una tremenda inclinación hacia la música.
Tal día como hoy, en 1948, llegaba al mundo Jean Michel André Jarre para ser criado por sus abuelos y tener la única influencia de su madre, France Pejot, una enfermera muy distinta al compositor pero unida a él, entre otras cosas, por un profundo amor a la música. De esa unión no podía nacer un carpintero. De hecho tuvo que ser la mamá la que le introdujera la fascinación por el arte de las siete notas al ponerle a tocar el piano a los cinco años, justo al separarse la pareja. También le dejó con la boca abierta al llevarle a clubes de jazz a ver nada menos que a Chet Baker. Ahora, ella tiene un pasaje con su nombre en Lyon.
La puntilla la pusieron los abuelos maternos, que durante los primeros ocho años del genio llenaron de canciones su vida gracias a un tocadiscos, que era tecnología punta para tratarse de los años 50. Y es que el yayo resultó ser un as de la ingeniería de sonido y tras haber creado la primera mesa de mezclas de la radio en Lyon, regaló a Jean Michel Jarre una pequeña grabadora con la que experimentar. Para qué queremos más.
Aquel dispositivo dio paso a unos cuantos más, hasta que el salón de su casa, siendo ya mayor, se convirtió en un laboratorio lleno de teclados y sintetizadores. Y no teniendo suficiente, extendió el estudio hacia la cocina, donde se colocaría la grabadora de ocho pistas con la que preparó las maquetas de su primer y mayor éxito mundial: Oxygène. Tenía 28 años.
Su madre y mentora, sin embargo, no se mostró muy conforme con aquel disco de nombre gaseoso y una portada tan tétrica. La superficie de la Tierra se abre, dejando al descubierto una enorme calavera. Un mensaje claramente ecologista que es aún más vigente casi medio siglo después, obra del artista Michel Granger.
Para entonces Jarre ya estaba emparejado con la actriz Charlotte Rampling, que tampoco se mostró muy entusiasmada cuando dijo: “Nunca había escuchado algo como esto. O será nada o será todo”. Muy polite. Otro iluminado que tampoco lo vio claro fue el entonces creador de Island Records, Chris Blackwell. Más tarde, el cazatalentos reconocería que los dos errores de su vida fueron rechazar a Elton John y a Jean Michel Jarre.
Cuando escuchó la primera maqueta del artista, dijo “tenemos un éxito”
El que sí apostó por él fue Francis Dreyfus, creador de “Disques Dreyfus”, una de las discográficas independientes más innovadoras de los 70. Cuando escuchó la primera maqueta del artista, dijo “tenemos un éxito”. Hay que ser muy valiente para apostar por una canción de más de 10 minutos en la que todo eran sintetizadores en una época en la que todavía no nos habíamos acostumbrado a los sonidos electrónicos. Según cuenta el propio Jarre, a los pocos días de publicar el disco, fue con él a Champs Disques, una pequeña tienda en los Campos Elíseos. Dreyfus pudo decir al artista “bueno, ya ves que funcionará” cuando vieron al otro error de Blackwell, a Elton John, salir del comercio con diez copias de Oxygène.
Vamos a añadir, pues, a nuestra playlist este disco que ostenta el honor de ser el álbum francés más vendido en el mundo, con más de 25 millones de copias. Algunos melómanos devolvieron los vinilos al creer que el ruido blanco con el que empieza la grabación, era en realidad un error. Ojo al videoclip setentero y misterioso.
Lo curioso es que las ventas de su disco no son el único récord millonario de este chico que solamente aspiraba a ganar lo suficiente como para montarse un buen estudio. En cuatro conciertos por el mundo llevó sus espectaculares shows a ocho millones de personas. Hizo sonar un arpa láser, llenó el escenario de sintetizadores y revolucionó la tecnología acústica de los directos musicales que luego sería copiada por tantos y tantos artistas. Su directo más importante fue un auténtico hito. En 1981, tras la era Mao, consigue tocar en China y lo graba en un disco doble que aún conservo. Impresionante haber sido el primer occidental en poder tocar en el Pekín o Shanghái de los 80.
Aquel mes de octubre del 81 nace en el artista un amor intenso por el país más poblado del planeta, que acaba llevándole allí unas cuantas veces más, y hasta haciendo de su actual pareja, Gong Li, “la mujer del resto de su vida”, según cuenta.
Por cierto, y volviendo al padre ausente, le volvió a ver pasados sus quince años gracias a una promoción cinematográfica, y recobró el contacto ya siendo ambos conocidos mundialmente. Narró Jarre con desgarro el triste entierro de su progenitor pero padre, más que de él, de obras maestras de la música en el cine. Fue a acabar Maurice en un ataúd de alquiler, que en el momento de la incineración fue sustituído por uno de cartón, rodeado de escasamente cuatro personas y sin haber podido disfrutar de un niño creador que, con una grabadora y poniéndose al piano, crearía los primeros universos digitales multicolores que influirían para siempre en la Historia de la Música.
TEMA: Oxygène
ARTISTA: JEAN MICHEL JARRE
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