La matanza perpetrada ayer en Kabul, en la que según informaciones procedentes del Pentágono habrían muerto 12 marines norteamericanos y un total de 60 personas además de un centenar largo de heridos, no es más que el aperitivo sangriento de la orgía de sangre que se avecina contra cualquiera que sea considerado enemigo por el régimen talibán o por cualquiera de los grupos terroristas que tienen su refugio en el país.
Y esa consideración de enemigo incluye, además de a las tropas de la coalición que están de retirada, a cualquier afgano que se haya atrevido en el pasado a tener posiciones más, digamos, prooccidentales en su ideario o en su comportamiento. Es decir, todo aquel que se haya acercado a alguna de las muchas ONG que operaban en el país, a no importa qué estamento de la coalición de la OTAN, a la ONU o a cualquier agencia humanitaria sabe que su vida pende hoy de un hilo.
Los vuelos efectuados hasta hoy por todos los países occidentales han resultado insuficientes para rescatar a todos los afganos desesperados por huir antes de ser asesinados"
La autoría de los atentados producidos ayer se adjudica por los servicios de inteligencia norteamericanos al llamado ISIS-K, un grupo rival de los talibán que se nutre de milicianos descontentos y con una visión todavía más radical de islam, responsable de numerosos atentados dentro de Afganistán, muchos de cuyos miembros han salido de la cárcel gracias a la liberación de presos de las cárceles, decisión tomada por los talibán tras su conquista del poder en Kabul. Ahora son los autores de la última atrocidad cometida.
Y en esas espeluznantes condiciones, en el día de hoy, viernes 27 de agosto, la inmensa mayoría de los países de la coalición militar de la OTAN en Afganistán, salvo los Estados Unidos, pone fin a los vuelos de rescate de los afganos que, o han colaborado con las tropas occidentales a lo largo de estos últimos 20 años, o son perseguidos por los talibán por distintas razones que se resumen en una: no participar en la brutal radicalidad de las creencias del grupo que ahora mismo controla el país.
Pero hay todavía un drama mayor: el de decenas de miles de ellos que se van a quedar en tierra, abandonados a su suerte, que es la de ser asesinados por los nuevos señores de Afganistán. Lo primero que no se comprende y que hay que denunciar es cómo ha sido posible que con la fecha límite impuesta por los talibán, y aceptada por el presidente norteamericano para el abandono total de las fuerzas de EEUU del país, no se haya tenido en cuenta que, además de las tropas, se avecinaba el rescate de decenas, de cientos de miles de afganos, cuyas vidas estarían en seguro peligro desde el momento en que se iniciara la retirada.
Y es evidente -no hay más que contemplar las imágenes del aeropuerto de Kabul y sus alrededores- que los vuelos efectuados hasta hoy por todos los países occidentales han resultado claramente insuficientes para rescatar a todos los afganos desesperados por huir del país con sus familias antes de ser asesinados.
Se ha logrado sacar de Afganistán a un porcentaje mínimo de quienes clamaban por salir. Y la responsabilidad de ese abandono es de la Administración norteamericana en su conjunto y personalmente del presidente Joe Biden por haber aceptado como buena la fecha del 31 de agosto para la retirada total.
Por eso, a la humillación y al fracaso de Occidente en su conjunto que supuso el anuncio de retirada de Afganistán de las fuerzas de coalición se va a sumar ahora la ignominia de dejar tirados y abandonados a su trágica suerte a cientos de miles de personas a las que se dijo en su día que otro estilo de vida era posible, que sus libertades y sus derechos serían respetados y que su futuro estaba en sus manos y no en las de un mulá que determinara qué hacer con sus vidas. Y en esa ignominia están inmersos, arrastrados por el incompetente, irresponsable y sumamente inmoral Biden, todos los países de la coalición, incluida España.
La actuación en estos días dramáticos de los ministerios españoles de Asuntos Exteriores y Defensa ha sido impecable, como lo ha sido durante estos últimos años el papel desempeñado por nuestras Fuerzas Armadas. Pero también España va a dejar, a pesar suyo, a muchos afganos detrás. Y si los asesinan por haber colaborado con los militares españoles o asesinan a sus familias, no será posible no llevar sobre la conciencia colectiva del país esas muertes que debieran haberse evitado pero que no fue posible impedir.
Porque estamos hablando de la capital, Kabul, y de su aeropuerto. Allí hay -o había antes de la matanza- en marcha una operación a la desesperada de trasladar en autobuses situados en determinados puntos de la ciudad a aquellas personas que pudieran conseguir salir en los últimos vuelos.
Es una moneda al aire porque esos autobuses no pueden estar protegidos por las fuerzas armadas de la coalición, que no pueden abandonar el aeropuerto para salir a buscarles y han de fiar su suerte a que los numerosos controles establecidos por las milicias talibán no les cierren el paso y les obliguen a retroceder. Sin embargo, toda esta operación ha podido quedar neutralizada por los atentados, no lo sabremos hasta pasado un tiempo.
Pero esto es en Kabul, repito. El problema es que muchos de los afganos que colaboraron con las Fuerzas Armadas españolas ni siquiera han podido llegar a la capital porque nuestros soldados han operado fundamentalmente en las provincias de Bagdhis y Herat y Bagdhis está a unos 800 kilómetros de Kabul y la distancia por carretera entre la ciudad de Herat y la capital Afgana es de algo más de 1.000 kilómetros.
Eso significa que una parte muy importante de traductores, cocineros, conductores y auxiliares de todo tipo de las tropas españolas no han podido llegar a Kabul ni muchísimo menos alcanzar su aeropuerto. Todos ellos, en número que sólo el Gobierno está en condiciones de conocer, son objetivo mortal de la cacería puesta en marcha por los radicales yihadistas y ellos y sus familias serán asesinados por colaborar con el "enemigo".
No existe esperanza para ellos. La única esperanza en medio de todo este desastre, si es que quedara alguna, lo que es más que dudoso, sería que España y otros países de la coalición pudieran montar conjuntamente varias operaciones clandestinas, fuera ya de la fecha fatídica del 31 de agosto, para ir sacando por las fronteras terrestres a aquellos que no pudieron salir de otro modo del país. Pero eso tendría que hacerse en una acción contrarreloj para evitar que todas las víctimas potenciales sean cazadas en esa razzia organizada por los barbaros
Lo que está fuera de toda duda es que tenemos una deuda moral y una obligación con aquellos que nos ayudaron a permanecer en el país y a los que se les prometió un futuro, si no en democracia, sí al menos en libertad y que se han quedado súbitamente desasistidos de toda seguridad y de toda protección. Hay que intentarlo todo.
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