Es verdad que en este mes de agosto han sucedido tantas cosas que han puesto en aprietos a Gobierno y al propio Pedro Sánchez que podría dar la sensación de que afronta la reanudación del curso político especialmente debilitado y con malas perspectivas electorales de aquí a los próximos dos años. Y, sin embargo, el presidente del Gobierno no lo tiene tan mal como parece y algunos pronostican.
Empecemos por lo último: el desastre y el fracaso rotundo de todo Occidente en su intento -diga ahora lo que quiera el líder norteamericano Joe Biden- de instaurar en Afganistán algo parecido a un sistema democrático en el que se respetaran los derechos y las libertades ciudadanas. Porque no es cierto que sólo se trataba de impedir que los talibán siguieran protegiendo a los terroristas que habían inspirado los ataques del 11-S y de acabar con la vida de Bin Laden, algo que ya se consiguió bajo la presidencia de Obama.
No, el propósito de la coalición que actuó durante 20 años en ese país fue el de rescatarlo del tribalismo y sentar las bases, con un coste de cientos de miles de millones de euros ahora tirados por la ventana, de una forma de convivencia próxima a la de los regímenes democráticos.
De ese rotundo fracaso participan todos los países involucrados en la guerra contra los talibán. Y también de la apresurada, vergonzosa y humillante retirada con fecha fija a la que todos hemos asistido con horror.
Ahí el presidente del Gobierno español tiene el más que dudoso honor de haber sido el único de los dirigentes de los países de la coalición que no ha salido a dar la cara ante sus ciudadanos para explicar lo inexplicable y para asumir la dimensión del desastre de la salida de Afganistán. Esa es una deuda que tiene con todos los españoles y que ya nunca podrá pagar.
Pero esa deuda ha sido pronto arrumbada en el olvido por el positivo papel jugado por España como centro de primera acogida de los afganos que se han podido rescatar del aeropuerto de Kabul. Y ahí sí que ha estado el presidente bien presente recibiendo el agradecimiento y las menciones elogiosas del propio Joe Biden y de las autoridades europeas.
Si a eso añadimos el extraordinario comportamiento de los soldados, guardias civiles, policías y diplomáticos españoles durante las terribles horas de esa dramática lucha contra el tiempo para evacuar a cuantos más afganos en peligro mejor, el resultado es que España como país ha estado muy por encima del nivel de otros países de nuestro entorno.
Es verdad, y eso se reconoce pero casi en voz baja, que muchos de los afganos que colaboraron con las tropas españolas durante años no han podido ser rescatados y que ahora se va a intentar otro tipo de operaciones, de resultado incierto, para lograrlo. Pero en términos generales quienes lo hacían en el nombre de España han actuado con generosidad y valentía extremas. Y eso, que se les reconoce con agradecimiento a todos ellos, ha supuesto un beneficio indudable a la imagen interior y exterior de Pedro Sánchez.
Sánchez tiene el más que dudoso honor de haber sido el único de los dirigentes de los países de la coalición que no ha salido a dar la cara ante sus ciudadanos para explicar lo inexplicable
De este modo, lo que inicialmente podría haber resultado desastroso para su reputación como gobernante, se ha dado la vuelta y se ha convertido en un beneficio para él.
La exigencia de la oposición, muy puesta en razón en este caso, de que el presidente del Gobierno comparezca ante el Congreso de los Diputados no va a tener respuesta y para hablar de Afganistán y de la crisis de Marruecos comparecerá el recién nombrado ministro de Asuntos Exteriores José Manuel Albares. Para hablar de la subida histórica de la luz acudirá la ministra de Transición Ecológica Teresa Ribera y será a ella a quien se dirigirán los dardos de la oposición.
Y así sucesivamente, los ministros desempeñarán su papel de escudos de Pedro Sánchez que evitará así desgastarse lo más mínimo, en lo que es la pauta general de su comportamiento político. Pero esa ausencia ante la Cámara no le va a suponer ningún especial descrédito ante la opinión pública como sí se lo habría supuesto su incomparecencia ante la crisis de Afganistán si los sucesos posteriores no hubieran difuminado su responsabilidad ante los españoles hasta hacerla casi olvidada.
El presidente del Gobierno tiene también pendiente el aprobar los Presupuestos del año que viene, pero no parece que no lo vaya a lograr. Cuenta para eso con los seguros votos de todos aquellos a los que no les conviene de ninguna manera que cambien las tornas y gobierne el Partido Popular.
Por lo tanto, y a cambio de más concesiones como las que ya se han hecho en el anterior período de sesiones -competencias de prisiones para el PNV, renuncia a cumplir las sentencias judiciales en el caso de la enseñanza en castellano en las escuelas catalanas para contentar a ERC, los indultos a los independentistas condenados por el Supremo para amansar al secesionismo catalán y un largo etcétera- el Gobierno tiene prácticamente garantizado el voto favorable a las cuentas del Estado. Pero también puede que cuente incluso con el apoyo de Ciudadanos que en modo alguno se ha negado a respaldar esos Presupuestos si incluyen determinados capítulos que justifiquen ante los suyos ese voto favorable.
El único y mayor problema que Pedro Sánchez se va a encontrar es entre los suyos, es decir, entre los miembros morados de su propio Gobierno que ya han tomado posiciones para reclamar como suyas iniciativas como la subida del SMI, la regularización de los alquileres o las reformas fiscal y laboral a las que la parte socialista del Gobierno se opone pero que va a tener que pelear sabiendo al mismo tiempo que tiene sobre sí la mirada escrutadora de la Comisión Europea pendiente de librar nuevos fondos que se sumen a los 9.000 millones de euros ya enviados. Sólo Podemos amenaza con salir a la calle contra el Gobierno, es decir contra sí mismos, para protestar y reclamar sus exigencias.
De las mesas de negociación y diálogo con la Generalitat, una de ellas, la segunda, en la que se supone que los independentistas van a plantear el referéndum de autodeterminación y la amnistía a los condenados, es un trampantojo cuyo objetivo es mantener los cauces de diálogo abiertos sabiendo ambas partes que no existe posibilidad alguna de avance.
Creo que el curso político que ahora se inicia se presenta al presidente -salvo que el virus nos dé una nueva sorpresa desagradable- con una cierta tranquilidad
Otra cosa es la mesa de negociación en la que se van a tratar las cosas de comer y sobre las demás comunidades van a estar muy atentas ante el temor, la sospecha más bien, de que se trata de prolongar el trato de favor que Cataluña viene recibiendo a lo largo de los años, trato que, por las necesidades de Pedro Sánchez, se podría ver incrementado en esta negociación.
Pero ninguna de ellas le va a suponer al presidente una amenaza a la estabilidad de su Gobierno.Y mucho menos ahora que dispone en sus manos del poder infinito que supone la distribución de los fondos europeos ante la que el sector empresarial está literalmente salivando. Escaramuzas a propósito de la subida o no del Salario Mínimo al margen, no se avista por ese lado ningún peligro que amenace al presidente.
Está pendiente, eso sí, la renovación de los órganos constitucionales -CGPJ, Tribunal Constitucional, Defensor del Pueblo....- pero, por más que Pablo Casado se desgañite repitiendo que mientras el PSOE no acepte la recomendación de la UE de que al menos la mitad del órgano de gobierno de los jueces sean elegidos por los propios jueces, el PP no va a firmar el acuerdo de renovación, lo cierto es que el peso de esa decisión recae en el principal partido de la oposición y que Pedro Sánchez, su Gobierno y su partido no tienen más que repetir sus reproches al PP de ausencia de sentido de Estado y, sin entrar nunca en el fondo de la reclamación de los populares, eludir limpiamente su responsabilidad en la falta de ese compromiso.
Por todas estas razones y por algunas más creo que el curso político que ahora se inicia se presenta al presidente -salvo que el virus nos dé una nueva sorpresa desagradable- con una cierta tranquilidad. No se ven en el horizonte grandes amenazas a sus intereses. No lo tiene tan mal como algunos pronostican y muchos otros desean.
Es verdad que en este mes de agosto han sucedido tantas cosas que han puesto en aprietos a Gobierno y al propio Pedro Sánchez que podría dar la sensación de que afronta la reanudación del curso político especialmente debilitado y con malas perspectivas electorales de aquí a los próximos dos años. Y, sin embargo, el presidente del Gobierno no lo tiene tan mal como parece y algunos pronostican.
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