Los chiquillos empiezan el curso con legañas de peluche y Sánchez lo ha empezado con moreno y alpargatas, como el pescador de coplas de Antonio Molina. Está el presidente entre Pancho de Verano azul y buscador de perlas, renegrido, salvaje y rico de conchas hippies y pecios extranjeros. Lo que nos vende y canta no es gestión ni éxito contra el bicho ni contra la crisis, sino el dinero europeo, limosnero como su calzado, con el que nos va a hacer olvidar todas nuestras fatiguitas.

Uno entiende que Sánchez se haya pasado el verano o la pandemia dejándose llevar por las olitas, por los chorritos, por abanicos como velas de barco chino. Las vacunas y el dinero iban a llegar de fuera para borrarlo todo, así que sólo había que esperar mientras se hacía, si acaso, alguna ceremonia propiciatoria y absurda, como en esos cultos cargo de las islas del Pacífico. Casado recibe cada encuesta emocionado o cafeinizado de ellas, las encuestas le sueltan como pequeñas descargas que le hacen dar un saltito de ratoncito con electrodos. Sánchez, sin embargo, se ha limitado a mojar su pie imperial y desganado en el agua tibia, como Cleopatra en su baño o en su barcaza o en su colonia navideña, que yo creo que tiene alguna. Casado sigue teniendo encuestas, nervios y palidez, mientras Sánchez tiene dinero regalado para regalar y un moreno de hijo de Julio Iglesias que los vuelve locos.

Sánchez empieza el curso preñado de oro como Dánae, crujiente de oro como un faraón en la cama, quemado de oro como un candelabro, brillante y poderoso

Éste será el curso de la recuperación, recuperación subvencionada, recuperación de cojo de iglesia con suerte, pero que la gente notará como recuperación. Sánchez ha vuelto con un dorado de empanado o de adobo que parece de sol pero es de oro de verdad. Sánchez empieza el curso preñado de oro como Dánae, crujiente de oro como un faraón en la cama, quemado de oro como un candelabro, brillante y poderoso de oro como un toro babilónico. También escocido de oro como los horteras, es cierto, pero cuando uno tiene oro eso da igual, como da igual no haber hecho nada mientras esperabas el oro en su valija o en su Transiberiano, con horarios y retrasos de otro siglo y otras costumbres, retrasos de reloj de bolsillo de oro.

A mí no me da mucha confianza la gente tan bronceada, gente tan ociosa, aburrida, vaga o vacía que decide gastar la mayoría de su tiempo libre en algo así como untarse de mantequilla para dar hambre a los demás. Pero es que resulta que Sánchez verdaderamente no tiene nada mejor que hacer. A España la gobierna el azar, o los sabios o ricos extranjeros, o en todo caso las autonomías cogobernantes. Yo creo que el bronceado de pato asado, como esas alpargatas suyas alegóricas, casi bíblicas (“el zapato es la señal, sigamos su ejemplo”, decían en La vida de Brian), son el estado natural de Sánchez, son su imagen presidencial como para otros líderes son el laurel y la coraza (hasta Claudio aparece con una coraza de superhéroe en el Museo Vaticano). Sánchez es el verano como lo es Chanquete, lo que pasa es que le ha tocado el cupón europeo, el euromillón del piernas. Sin ese dinero, Sánchez sólo sería un espetero ligón.

Sánchez tiene que cambiar algo de vez en cuando o la gente se va a dar cuenta de que sólo está tomando un sol oblicuo de despachito en invierno

Sánchez, con oro y alpargatas como un ladroncillo de Bagdad, se dispone a resistir en la Moncloa como bajo una cúpula bulbosa e igualmente dorada. Es cierto que cambió ministros que se le quedaban pochos (Ábalos era un ministro que se veía desde el principio pocho, como se ve un melón pocho) y gurús que se le convertían en vedetes, pero eso es lo de menos. Sánchez tiene que cambiar algo de vez en cuando o la gente se va a dar cuenta de que sólo está tomando un sol oblicuo de despachito en invierno, ese sol tan confortable después de rebotar en las alfombras, o un sol de paellera del Risitas en verano. Pero lo importante es que tiene oro, viene de su mar tibio, un mar íntimo y como apalanganado, cargado de oro como otro vendría cargado de algas o picotazos de medusa. Lo importante es que empieza su curso desperezante y osuno de legañas, como los chiquillos el primer día de colegio, todo cargado de oro.

Con el oro se dará largas a los indepes, con el oro se contentará incluso lo que fue la Tabernia de Ayuso, con el oro se orlarán editoriales de acanto de oro, con el oro volverán a tomar champán los poetas de la cebolla (Sánchez quiere subvencionarles a algunos elegidos una bohemia de cristal de Bohemia y palacio de Bohemia, hasta 5000 euros al mes para la inspiración y para la oda). Ese oro ni siquiera ha tenido que trabajarlo Sánchez, y por eso viene del verano como de una pastelería del oro, gordo y azucarado de oro, tostado de oro como de yemas.

Sánchez tiene oro y no le hace falta más, mientras Casado sólo tiene encuestas, proyecciones y mala cara de oficinista o grumete mareado. Sánchez lo sabe, así que se ha llevado todo el verano o toda la pandemia pintándose de oro unas uñas de Lolita y caminando en alpargatas o con las alpargatas en la mano, con la segura coquetería de las chicas que se descalzan o se van a descalzar. Es ésa una seguridad con la que no puede competir ni la alta joyería, menos todavía la lógica, la memoria o la revancha. Creo que Sánchez aún piensa que eso, o sea él, su guapura desde los pies, es más poderoso que el oro, que se está contando él como oro sin serlo. Sí, lo mismo al final no hay tanto oro de Europa para tapar a Sánchez, como aquel oro nibelungo no tapaba del todo a Freia. Lo mismo la debilidad de Sánchez, ídolo de oro, está ahí, en algo así como sus coquetas alpargatas de barro.

Los chiquillos empiezan el curso con legañas de peluche y Sánchez lo ha empezado con moreno y alpargatas, como el pescador de coplas de Antonio Molina. Está el presidente entre Pancho de Verano azul y buscador de perlas, renegrido, salvaje y rico de conchas hippies y pecios extranjeros. Lo que nos vende y canta no es gestión ni éxito contra el bicho ni contra la crisis, sino el dinero europeo, limosnero como su calzado, con el que nos va a hacer olvidar todas nuestras fatiguitas.

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