Hay muchas fechas marcadas por la música. Cada 9 de noviembre, como siempre, sin tarjeta, alguien recibía un ramito de violetas, según Cecilia. El 20 de enero Amaia Montero dejó su voz para siempre en el andén de una estación durante la tamborrada donostiarra, a pesar de ya no ser una “Oreja de Van Gogh. Por supuesto, siempre será el 20 de abril (del 90) una fecha ligada a una canción, en este caso de Celtas Cortos.
Y aunque el siete de julio, San Fermín, tenga tanto arraigo en nuestra cultura y Bunbury dedique parte de sus letras al 21 de octubre, hay que reconocer que todo el mes de septiembre pertenecerá para siempre a Earth Wind and Fire gracias a aquella canción que fue la de la vuelta ciclista de 1979: September
Pues hoy es siete de septiembre, y es el más grande de nuestros grupos musicales el que marca la fecha. Si bien sabemos que la de Celtas es de 1990… ¿de qué año hablamos en el caso de Mecano? Pues era tal día como hoy, en 1981, cuando Nacho Cano conoció a una jovencísima Coloma Fernández Armero, escritora, que en aquel momento lucía 19 años y el año que viene cumplirá 60. Sí, tiene un punto radicalmente autobiográfico. El romance real que comienza con La fuerza del Destino acaba con El siete de septiembre.
Coincidió el lanzamiento de esta conocidísima canción con un momento enorme para el trío, y para todos. También encajó con una España que se abría al milagro del 92, y que de pronto era moderna. La música y las televisiones privadas fueron la savia nueva con la que una generación entera de jóvenes creyeron que era posible y hasta bueno hacer un mundo mejor. Todo al ritmo de Nacho, José y Ana llenando estadios, o la plaza Sony de la Expo. Creíamos en ellos. Todo se hacía grande. Veíamos que llenaban en Francia, y nos sentíamos importantes en el planeta. Mucha gente (más de la que tendría que haberlo hecho) sacaba disco, y por donde pasaras, había un proyecto moderno e innovador. No sé si tanto como Cobi, pero original seguro.
El recuerdo de lo que fue es tan grande, que saben que volver sería romperlo
Y, después de haber pasado las de Caín, llega el 7 de septiembre del año 2 de nuestra pandemia con el rumor de posible retorno del grupo dando vueltas. Bueno, el de siempre. Algo que, seamos claros, es muy poco probable. A menos que sirva para cumplir de nuevo con todos (que somos Hacienda) en el caso de Ana y sus antiguos problemas con el fisco, de José María y su amor por Malta, o de Ignacio de la Macarena Cano de Andrés (Nacho) que, a pesar de todo, no tiene propiedades en España. No lo veo. El recuerdo de lo que fue es tan grande, que saben que volver sería romperlo.
Pero nunca ha dejado de estar ahí ese intento banal de sus mega fans de tratar de hacer que sus ruegos sean escuchados. Es lícito soñar con una rebobinada como las que hacíamos en aquellas cintas de cassette hasta el principio de la cara A. No estaría mal volver a vivir la emoción de un concierto de Mecano, claro. Y, de paso, tener unos años menos y estar tonteando con algún adolescente coetáneo. Nos cuesta comprender que todo tiene su tiempo y espacio. Y aquel quedó para siempre ahí, no lo toquemos.
Hay que ser muy pragmático, no tener demasiados apegos al pasado, y que una buena suma de dinero esté en juego (o sea, ser sueco) para hacer como ABBA y “volver” entre muchas comillas. Si se le puede llamar “retorno” a verse un día Anni-Frid Lyngstad, Agnetha Fältskog, Björn Ulvaeus y Benny Andersson hace meses en un estudio, grabar todos por separado unos pocos temas nuevos bastante sosos y firmar en un contrato que unos avatares con pinta de seguir en 1976 actúen por ellos. Y a cobrar. Ojo, que el montaje merece atención: en un estadio construído especialmente para ellos en Londres, durante seis noches a la semana, con 22 canciones y 10 músicos en directo. Lo reconozco: iré sin reparos, que uno sigue siendo fan.
A la que no le pudieron preguntar fue a Whitney, y ahí está, en holograma sobre los escenarios. Reconozco que es emocionante, como siempre, la escucha conjunta de sus grandes interpretaciones de la época en la que todavía sacaba una voz portentosa para agradar a su mamá. No desmerece, pero tampoco es un concierto. Como ya ocurre en el teletrabajo y hasta en las relaciones personales, tanta “virtualidad” puede que lleve a equivocarnos.
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