A Pedro Sánchez parecía que lo recibía en el Palacio de la Generalitat la guardia de la fábrica de chocolate de Willy Wonka. Aragonès preside, verdaderamente, un cuento lleno de monas de Pascua y gente con sombrero de chimenea o gorro de enanito dormilón. El independentismo, que ya se mata a farolazos en la calle y a tartazos en el Govern, se diría que sólo puede sobrevivir como musical infantil y siniestro, en plan Umpa Lumpa. Igual que el sanchismo, en realidad. En esta mesa del paripé todos van a poder tener su papel o al menos llevar una lanza, que se dice en teatro. Unos llorarán y otros declamarán, unos tirarán la sopera y otros dormirán como un rey en el ballet o como otro cisne del ballet. Pero el objetivo es el mismo, mantener la fantasía y que pase el tiempo, lenta y lujosamente, como un larguísimo tren oriental.

La realidad no deja condumio para esa mesa, la independencia por la fuerza del brazo o de la mente, como el kungfú fantasioso de las películas, es imposible. Todo lo que vamos a ver es ceremonia, desfiles, soponcios de miriñaque, sangre de sirope como en el Don Mendo, aspavientos operísticos o tenísticos, y puñetazos o ataquitos que harán vibrar esa cristalería de soprano o de suegra de la mesa. Pero, sobre todo, veremos el tiempo, el paso del tiempo, lento y alfombrado; ese tiempo al que yo creo que irán dando cuerda muy despacio esos mayordomos o ascensoristas en calcetines o en mocasines que hemos visto recibir a Sánchez, y que parecen figuritas de reloj de cuco. El tiempo fabril pero lento, como de faroleros, de estos relojes con autómata; el tiempo chorreante de las clepsidras o los copones, el tiempo cereal de los relojes de arena, el tiempo soñador y patinador de las cajitas de música... El tiempo de cada hora perdida, abombado como un reloj de batiscafo. Más tiempo que política, o sea más olvido que soluciones. O sea, que la fantasía continúa.

La mesa, la verdad, tiene que estar así, con su parte llena y su parte vacía, como un circo pobre o una boda triste. Es la única manera de que todos atraigan la pena, la atención, la rabia y la parroquia que quieren. Aragonès se ha llevado al Estado a negociar a un estrecho vagón de tren, como en los armisticios antiguos. Lo ha obligado a aceptar la naturalidad y la legitimidad de la situación, o sea del chantaje. No se conseguirá la independencia, pero los de Junqueras serán los héroes de la retirada, que sólo preparan cabalmente el rearme y la reconquista. O sea, que la fantasía continúa.

Sánchez vuelve a ir de negociador que no negocia, de escuchador que no escucha y de moderado ahíto de su fanatismo

Puigdemont, por su parte, queda como el jacobino purista, idealista y prerromántico, como su flequillo de violinista loco. Él sin duda se ve heroico y santo en eso de ser el hereje inflexible que se enfrenta como al obispo de Constantinopla y a todo un Imperio de crismones y lujos falsos. O siendo el maquis montuno que sobrevive de ideales y conejos, aunque él en realidad coma bastante bien en su Waterloo que ya se ha hecho vienés de pan vienés, dulce vienés y lago vienés. Cuando ya se había quedado sin nada, sin inmunidad y sin tabloide europeo, ahora la mesa de negociación, no estar en esa mesa con sus presos de bola de cañón y pijama y mandíbula a rayas, como los de los tebeos; eso, decía, le vuelve a dar su sitio en el musical, como su sitio en el Fossar de les Moreres. No se conseguirá la independencia, pero será sólo por culpa de ERC, de los traidores. O sea, que la fantasía continúa.

En cuanto a Sánchez, vuelve a ir de negociador que no negocia, de escuchador que no escucha y de moderado ahíto de su fanatismo, que es su papel favorito, en la Plaza de Sant Jaume o en la Carrera de San Jerónimo. Estar ahí no le cuesta nada, no le importa nada ni le desgasta nada, como cuando está en el Congreso pidiendo que le arrimen el hombro para despeñar España como una diligencia. No se conseguirá la independencia, pero cuando termine la larga mesa, de aquí a dos años (“las posiciones están muy alejadas”, ya saben), Sánchez habrá apuntalado en Cataluña ese 'icetismo' embalsamado que representa Illa, y que allí triunfa. En el resto de España, el que ya pertenecía a la atorrante secta dialogante, plurinacional y multinivel lo celebrará, y el que no, estará apaciguado con el dinero europeo. O sea, que la fantasía continúa.

En cuanto a Podemos, siguen en la lucha de identidades que sustituya a la lucha de clases, o sea, que la fantasía continúa. Y todos, hasta en los desprecios, se ayudan.

La mesa será un gran paréntesis o intermezzo, sin duda apasionado y hasta empapante, como el de Cavalleria rusticana. Pero hay que ir ya a lo que vendrá después de esta larga vigilia de tiempo suspendido, de esta larga noche sin pegar ojo, como una noche en un museo de relojes. No habrá independencia, pero no hace falta que triunfe el independentismo mañana para que todo esto sea trágico. No habrá independencia pero se aceptarán sus tesis tribalistas, esta lucha imaginaria de pueblos imaginarios, pueblos morrocotudos como cabezudos que chocan por las cuestas de España, olvidando que el gran triunfo de la modernidad política es la ciudadanía, el ciudadano igual y libre. Y se aceptarán sus tesis sobre la levedad de las leyes y la superioridad de la masa sobre el derecho, y de la fuerza sentimentalizada sobre la verdadera democracia.

No habrá independencia pero se aceptará, en fin, la condena de Cataluña a seguir igual, forzada a la decadencia y a la segregación, dominada por la ortodoxia asfixiante de una ideología entregadamente totalitaria pero consentida. En la Generalitat recibían a Sánchez algo así como enanitos o faroleros de musical, pero esto es una tragedia. Eso sí, la fantasía continúa.

A Pedro Sánchez parecía que lo recibía en el Palacio de la Generalitat la guardia de la fábrica de chocolate de Willy Wonka. Aragonès preside, verdaderamente, un cuento lleno de monas de Pascua y gente con sombrero de chimenea o gorro de enanito dormilón. El independentismo, que ya se mata a farolazos en la calle y a tartazos en el Govern, se diría que sólo puede sobrevivir como musical infantil y siniestro, en plan Umpa Lumpa. Igual que el sanchismo, en realidad. En esta mesa del paripé todos van a poder tener su papel o al menos llevar una lanza, que se dice en teatro. Unos llorarán y otros declamarán, unos tirarán la sopera y otros dormirán como un rey en el ballet o como otro cisne del ballet. Pero el objetivo es el mismo, mantener la fantasía y que pase el tiempo, lenta y lujosamente, como un larguísimo tren oriental.

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