El volcán nos hará mejores personas, es lo que le falta decir al sanchismo desde su mirador de catástrofes, desde el globo de turista en el que gobiernan. Mientras el volcán de La Palma va como plantando jardines del infierno en la isla y un fuego de piedra, mitológico y primigenio, como la brasa que prendió todos los demás fuegos del mundo, se come casas y cabritillos, la ministra Reyes Maroto ha animado a los turistas a que disfruten de “este espectáculo maravilloso de la naturaleza”. Dijo Buda, creo, que el dolor es inevitable pero el sufrimiento es una decisión, y hace tiempo que Sánchez y los suyos decidieron no sufrir, ni por virus ni por volcanes ni por etarras. Además, lo mejor de una fuerza irresistible es que el Gobierno no tiene que hacer nada, salvo esa labor de barrendero perezoso que le gusta. Sánchez ya ha repetido eso de que “nadie se va a quedar atrás”, frase con la que él inaugura y concluye todas las catástrofes. Yo creo que quiere meter toda esa lava bajo la alfombra, como ya metió el virus, que sólo era pelusa.
Habitamos la cáscara del infierno, el planeta es un dragón mítico catedralizado en cuevas como un edificio de Gaudí. Por La Palma, el dragón ha abierto un ojo o un estómago, mientras nosotros temblamos sobre sus escamas. Yo me imagino a Maroto y al propio Sánchez poetizando así el volcán en algo terrible, inevitable, hermoso y alegórico. El virus también es terrible, alegórico y, según Sánchez, inevitable, pero carece de belleza inmediata. Aun así, Sánchez también se la buscó y la puso en los balcones, como la belleza dudosa y suficiente de un cactus. La puso en aplausitos, en canciones, en saludos como de farero que se hacía la gente en pijama; la puso en un padre lejano, tierno, también como farero, que se buscó en Fernando Simón, que recibía las ordenes políticas y las transformaba en nana de marino. Había moral, pedagogía y épica, y era un virus inmundo que mataba con la asfixia cobarde de los estranguladores. Imaginen un volcán, que es como un dios ciego que nace con su corona recién fundida.
Hay que sacar siempre una lección moral o humana porque si sacamos lecciones científicas o políticas sólo quedan la incompetencia o la indiferencia
Cada catástrofe es una oportunidad, eso es lo que dicen no los optimistas sino los psicólogos, los horóscopos, los brókeres o los cínicos. El volcán es menos dañino y más hermoso que el bicho, así que cómo no explotarlo, en belleza, en suvenires y en moral. Donde unos ven vidas enteras arruinadas, enterradas como a paladas de carbón de estrellas, la ministra Maroto ve una fuerza irresistible de destrucción y creatividad, como un pintor furioso con su tela. Maroto ve una pinacoteca de fuego, una pecera de puestas de sol, una Alhambra magmática, un tajine de cielo especiado, un terremoto de piscina, y paradores nacionales enteros hechos de pizarra como de escama de dragón, como aquellas localizaciones de Juego de tronos. Yo creo que es su obligación como ministra sanchista de Turismo esto de vender lo bueno y lo malo, o lo malo como bueno, dentro de su ámbito. No todos los ministros se topan con un volcán y no todos los presidentes se topan con un fin del mundo. No se puede dejar pasar la oportunidad, y el éxito de Sánchez con el virus anima.
El volcán no es sólo una postal como romana o hawaiana que de repente pueden tener las Canarias, sino otra lección moral o humana. Hay que sacar siempre una lección moral o humana porque si sacamos lecciones científicas o políticas sólo quedan la incompetencia o la indiferencia. La ventaja del volcán es que es verdaderamente imparable e innegable, así que sólo queda lo humano, o sea el bombero con cabrita, sin que haya riesgo para la incompetencia, o sea un portavoz gubernamental diciendo, un poner, que no hace falta salir corriendo porque no habrá, como mucho, más allá de alguna explosión registrada. El volcán también nos hará solidarios, nos hará optimistas, nos hará empáticos, nos hará humildes, nos hará bienaventurados como en otro sermón de la montaña rugiente. La misma ministra Maroto ya se ha hecho más empática “matizando” sus primeras declaraciones, por si necesitaban más pruebas.
El volcán es la catástrofe perfecta para el sanchismo, es como un virus colérico e impresionante pero atontado, que ofrece la misma oportunidad de posar como líder y como padrecito pero sin riesgo. Vean que Sánchez no ha metido la cogobernanza, sino que se ha plantado allí con chupa vaquera como Cole Gioberti. El volcán es perfecto porque, esta vez sí, es una catástrofe que sólo requiere esperar a que se apague sola. El volcán es perfecto porque pensaremos que con el virus fue igual, que el Gobierno sólo tiene que llegar para cerrar los portones y luego ya, al final de lo inevitable, para replantar el paisaje, para repellar el fin del mundo y para decirnos que su prudente distancia o su descarada inacción nos ha hecho mejores como individuos y como sociedad. El volcán es perfecto, en fin, porque Sánchez puede hacer lo de siempre, o sea nada, pero esta vez con razón.
El volcán es un espectáculo maravilloso y es la catástrofe perfecta. Reyes Maroto pronto se irá a hacer acuarelas allí, cuando no sea tan hiriente poner caballetes y chiringuitos sobre las casas abrasadas y los Gólgotas de palmeras que ha dejado la lava. El volcán, como el virus, nos recordará por siempre que sólo la naturaleza puede con Sánchez. O que su gobernanza apenas es un paseo fotográfico entre cataratas o llamas estremecedoras pero siempre ajenas. Luego, a lo mejor nos damos cuenta de que el volcán no tiene nada que ver con el virus, pero seguramente estaremos ya admirando el próximo cataclismo. Quizá la belleza como japonesa de un tsunami, como de un emaki o un haiku. O quizá la maravilla de la España multinivel, que también suena a inevitabilidad tectónica y a barredura vergonzosa bajo la alfombra.
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