Sánchez y Ayuso se van a Estados Unidos, que es como la luna del dinero y los musicales. Nuestras estrellas políticas marchan a hacer unas Américas de Lola Flores, enzarcilladas, abauladas, con loro de madre o de apoderado, esas Américas de un Nueva York con acento de jamón de York, o sea unas Américas de pobre, de hacer de gitanillo y que le echen perras a la pandereta hispánica o egipciaca que siempre necesita perras. Sánchez se va como al Hollywood de la política, a hacer de mariachi en la ONU como un Antonio Banderas en Los Ángeles. Ayuso, por su parte, se va como una chica de Campo de Criptana, a que la hagan diva o vampiresa entre cruasanes de Tiffany y el vapor de las tuberías como ese humo de los cigarrillos de boquilla larga. La verdad es que a Nueva York sólo se puede ir de cateto, eso hay que asumirlo, y por eso es mejor ir de turista con vértigo que de líder geopolítico, de Sinatra con tumbao, de Superman en alpargatas o de Cleopatra de Jerez o Chamberí.
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