Sánchez y Ayuso se van a Estados Unidos, que es como la luna del dinero y los musicales. Nuestras estrellas políticas marchan a hacer unas Américas de Lola Flores, enzarcilladas, abauladas, con loro de madre o de apoderado, esas Américas de un Nueva York con acento de jamón de York, o sea unas Américas de pobre, de hacer de gitanillo y que le echen perras a la pandereta hispánica o egipciaca que siempre necesita perras. Sánchez se va como al Hollywood de la política, a hacer de mariachi en la ONU como un Antonio Banderas en Los Ángeles. Ayuso, por su parte, se va como una chica de Campo de Criptana, a que la hagan diva o vampiresa entre cruasanes de Tiffany y el vapor de las tuberías como ese humo de los cigarrillos de boquilla larga. La verdad es que a Nueva York sólo se puede ir de cateto, eso hay que asumirlo, y por eso es mejor ir de turista con vértigo que de líder geopolítico, de Sinatra con tumbao, de Superman en alpargatas o de Cleopatra de Jerez o Chamberí.
Estados Unidos ya no es lo que era. Es como la Roma decadente, barbarizada, desplazada por los nuevos Bizancios eslavos o asiáticos, pero aún con su llama eterna, su fuego de Vesta en esa bandera suya hecha para los trajes de lanzadores de cuchillos y hombres bala. La mitología estadounidense está hecha de swing, petróleo de Rockefeller o del pelo de James Dean, sotabarbas heroicas o fanáticas, libertades más poemáticas que efectivas, y una historia y una literatura que suenan a tambor de revólver. La mitología americana es la de todos los imperios, la del poder puro, la de la gloria imitativa que ambiciona el bárbaro, y en este caso los bárbaros somos los europeos, incluidos Sánchez y Ayuso, Sánchez acercándose a Biden para pedirle un eurillo y Ayuso bautizándose de escalinata de A chorus line.
Hay que perderle el respeto a Estados Unidos, casi freudianamente, para llegar a la adultez política y hasta artística
Estados Unidos ya no es lo que era, o quizá nunca fue lo que creímos, nosotros, todos bárbaros apabullados por la sombra de sus alturas, que nos parecen las manecillas del mundo. De los pocos que no hicieron el cateto en Nueva York fue Lorca, al que aquí tenemos por cateto pero que cuando llegó allí arrumbó toda esa gloria como “una gran reunión de animales muertos”. Hay que perderle el respeto a Estados Unidos, casi freudianamente, para llegar a la adultez política y hasta artística. Yo me di cuenta de que dos dioses de la literatura americana, que no voy a mencionar por si las lapidaciones, usaban en la primera página de dos obras canónicas el adjetivo “destartalado” (falling-apart o así), y desde entonces no me los puedo tomar en serio. Eso es más que una casualidad, es un estilo, como el estilo de arma encasquillada de Cormac McCarthy, especie de cojera de John Wayne trasladada a una máquina de escribir un poco aguada, como el cenicero aguado de todos los escritores americanos.
Todos los imperios han dado su estilo imperial, su cultura imperial, que han intentado imitar todos los bárbaros, incluidos, ya digo, Sánchez y Ayuso. Incluidos, también, algún escritor de aquí que va con saxofón de revólver por sus novelas, o algún director de aquí que va con gabardina, periódico y mondadientes de cigarrillo. Ya decía Mark Cousins que el cine clásico no es el romanticismo de Hollywood, o sea Bogart enroscado en su farola de gato o en su señorita con boa de gato, sino el cine japonés de Yasujiro Ozu, que con una tetera hacía un templo griego. Yo creo que Ayuso irá a Washington a enroscarse en el obelisco como en esa farola, y que Sánchez irá a Nueva York a sostener una colilla con el entrecejo.
Sánchez y Ayuso se van a Estados Unidos y yo creo que no es el negocio, el dinero ni la política, sino esa americanada que está entre Garci y Lola Flores. Eso de que hay que hacer la mili artística o internacional en Nueva York, como aquí se dice de Madrid, y que en realidad sólo sirve para darte cuenta de que ni en Madrid ni en Nueva York se escribe ni se mueve la pipa mejor que en cualquier otro sitio, cosa que anima mucho, la verdad. Claro que no sé si Sánchez y Ayuso se darán cuenta de esto. Ellos irán al Capitolio con su cosa de reverso de billete, o irán a Nueva York con su cosa de musical de gatos y de bandas, creyendo que ya han llegado a la cumbre de la política y del negocio, pero no. Ya ven que Sánchez sólo volvió como Superman latino, como otro Zorro que dan los hispanos, igual que los neoyorquinos dan mucho Santa Claus. A ver cómo nos vuelve Ayuso.
No, Estados Unidos ya no es lo que era, ni siquiera lo que creíamos que era, ese faro de la libertad con guiño de señorita bibliotecaria de un Manhattan de Woody Allen. Es cierto que su revolución precedió a la francesa y que no hubo guillotinas en un primer momento, pero luego sí hubo sangre y vergüenza. Todo quedaba más hermoso en los papeles y en los pósteres. Ahora, la costa y la Universidad están tomadas por los awake y el Cinturón de la Biblia no es que siga igual, como un granero amish, sino que el trumpismo lo ha hecho espeluznante. Ya hace mucho que no ganan ni las guerras y Biden apenas tiene fuerza para huir de Sánchez en tacataca, pero aún sigue siendo el imperio, el mito, Roma con su reunión de animales muertos.
Sánchez y Ayuso no creo que consigan gran cosa, pero ellos quieren hacer el americano, como en la canción de Renato Carosone. Bueno, es lo que sigue queriendo hacer Europa y lo que sigue intentando Garci. Será para nada, pero Sánchez y Ayuso aún volverán con una hoja de ese otoño de bibliotecaria de Nueva York, con una reliquia de pelusa de George Washington como de fray Leopoldo de Alpandeire, o con una gorra de béisbol en el bolsillo del culo, como Springsteen, y fardarán.
Sánchez y Ayuso se van a Estados Unidos, que es como la luna del dinero y los musicales. Nuestras estrellas políticas marchan a hacer unas Américas de Lola Flores, enzarcilladas, abauladas, con loro de madre o de apoderado, esas Américas de un Nueva York con acento de jamón de York, o sea unas Américas de pobre, de hacer de gitanillo y que le echen perras a la pandereta hispánica o egipciaca que siempre necesita perras. Sánchez se va como al Hollywood de la política, a hacer de mariachi en la ONU como un Antonio Banderas en Los Ángeles. Ayuso, por su parte, se va como una chica de Campo de Criptana, a que la hagan diva o vampiresa entre cruasanes de Tiffany y el vapor de las tuberías como ese humo de los cigarrillos de boquilla larga. La verdad es que a Nueva York sólo se puede ir de cateto, eso hay que asumirlo, y por eso es mejor ir de turista con vértigo que de líder geopolítico, de Sinatra con tumbao, de Superman en alpargatas o de Cleopatra de Jerez o Chamberí.
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