Al Congreso ya no va nadie, Sánchez lo ha convertido en una especie de museo de máquinas de coser antiguas, de ésas con madera de fortepiano y rueda de barco fluvial. Sánchez se ha pasado meses sin ir a una sesión de control, como la marquesita que se pasa meses sin tocar ese fortepiano que no le gusta y que queda allí en el salón igual que la cajita del bordado. Pero ahora que vuelve a haber sesiones, Sánchez se va a Nueva York, a la ONU, a salvar el mundo haciendo discursos ante los traductores, porque en la ONU tampoco hay nadie ni atiende nadie, menos todavía a Sánchez. Ni Sánchez ni su Gobierno van al Congreso, que les parece como ir al ballet, una cosa burguesa y degenerada. Tampoco ha ido Casado, que prefiere irse a hacer magmatismo del voto a La Palma que dar serenatas a balcones vacíos y a viejas con rueca.
Al Congreso ya no va nadie, van a tener que taparlo todo con sábanas, hasta los leones de Ponzano, que ya son como de aparador, y la propia tribuna de oradores, que parecerá así la jaula de la cacatúa muerta del palacio. Estaba Calviño casi sola (16 ministros ausentes) y ante la bancada azul lo que más destacaba era Echenique, con su cosa de vigilante en motocarro o mulillero para diputados. Al Congreso ya no va el presidente ni va el Gobierno porque no interesa exponerse, porque la política se hace en los medios amigos, en los sotanillos de contar votos como billetes de casino, en las redes sociales con emojis de la risa, el mojón o el vómito, o en las mesas privadas con braserito y vino dulce, como la de los indepes. El Congreso es un engorro, como unas clases de arpa, y Sánchez no hace más que buscarse excusas para no aparecer o aparecer sólo para saludar con su montera de Superman con montera.
Si en el Congreso no le aplauden, Sánchez lo prefiere cerrado o vacío, con su olor de alacena sin nada y los ujieres haciendo ecos de claqué cuando caminan con su vasito de agua
Sánchez se fue a Nueva York, a la ONU, que es una cosa todavía más inútil que el Congreso, una burocracia de solárium legitimando con discursos de Lisa Simpson y de nobel tropical un equilibrio mundial que sigue en manos de las potencias del zambombazo y de dictaduras y tiranías cada vez más desestabilizantes. Ante eso, Sánchez parece un primo de Greta Thunberg o un novio de alfombra roja, con brazo de asa. Pero allí al menos se aplaude por cortesía, se aplaude a cada uno que sube a salvar el mundo con la paz, la concordia y otras palabras con nombre de amigas de la parroquia. Luego votan con la zarpa en el gatillo, en el oro o en el oleoducto, pero ya digo que se aplaude todo, aplaudir es como el paipái del lugar. Allí se aplaudió hasta al Che después de decir que fusilaron y fusilarían. Cómo no aplaudir a Sánchez con sus palabras de Miss Minnesota y ese tono suyo de darnos la papilla. Y eso es lo que más le preocupa a Sánchez, que se le aplauda.
Si en el Congreso no le aplauden, Sánchez lo prefiere cerrado o vacío, con su olor de alacena sin nada y los ujieres haciendo ecos de claqué cuando caminan con su vasito de agua, principesco como un huevo pasado por agua. El virus fue una gran ayuda para esto, como un larguísimo dolor de barriga para el escolar perezoso. Aún estamos a la espera de lo que pueda decir el Constitucional sobre eso de dejar el Parlamento cerrado de escarcha y melancolía como Fonseca, pero la verdad es que el Constitucional también le parece a Sánchez una cosa que huele a armario de sotanas y no le preocupa mucho: no podrá borrar el pasado, ese tranquilo pasado de días sin escuela, de domingos de lunes y de sábanas de magdalena de Proust. Ahora que ya el virus no sirve para el justificante, vendrán la ONU con su urgencia de infinita paciencia, vendrá otro fin del mundo con su ruido de oleaje que impide el debate, o vendrán como último recurso los estribillos de Sánchez, que son otra manera de dejarnos sin debate.
No había casi nadie en el Congreso, pero Calviño ha aprendido a hacer de Sánchez de una manera suplente y aplicadita, como lo hacía Carmen Calvo. O sea, que ha salido con lo de la “crispación”, con el PP que no arrima el hombro (el Gobierno se diría que no gobierna, sino que está haciendo una mudanza con la que no puede) y hasta ha añadido esa magufería de “la energía negativa”. La oposición no sólo no ayuda en esa mudanza o desmantelamiento de España, sino que les ha echado mal de ojo. Son sin duda exigencias del guion. Si Sánchez se defiende con estribillos del Chapulín Colorado o la bruja Lola, hasta la más científica y realista del gobierno se ve en la obligación de retomarlos aunque le queden trasplantados, como si de repente hubiera tenido que responder con acento y tocado de Martirio.
A veces, en estos días de segundones y calvas, en los que el Congreso suena como una cucharilla en una tacita, lo que se hace es buscar broncas de gallinero para rellenar los titulares. Esta vez ha sido a cuenta de Macarena Olona y su polémica con una periodista de La Sexta. Ah, el periodista avieso y tendencioso, vasallo de los poderes (el poder puede ser a la vez Roures o Florentino, según)... Se puede criticar a los periodistas y hasta guasearlos, pero no obligarlos a pasar tu examen de idoneidad para ejercer. De todas formas, lo que tiene que hacer el político es contestarles. Pero, ah, tanto el silencio como el ruido siguen sirviendo a Sánchez.
El Congreso aplaudiendo a Sánchez por bulerías, o cerrado como un gabinetito con clavecín, o vacío porque el presidente está por ahí haciendo de marinerito de musical... El Congreso, si acaso, aceptando como temperatura nacional los calentones de Vox o aceptando como debate los estribillos de Dúo Sacapuntas de Sánchez. Ésas son sus prioridades. Ya nadie va al Congreso, que parece una piscina nocturna o un cementerio de trenes. Sólo importa Sánchez dándonos la papilla con avioncito en el telediario. Cuando todo sea diálogo democrático en las alcobas y arrimar el hombro a su parihuela, el Congreso ya no hará falta. Sánchez propondrá convertirlo en museo de levitas o carretas y todos aplaudirán, como debe ser.
Al Congreso ya no va nadie, Sánchez lo ha convertido en una especie de museo de máquinas de coser antiguas, de ésas con madera de fortepiano y rueda de barco fluvial. Sánchez se ha pasado meses sin ir a una sesión de control, como la marquesita que se pasa meses sin tocar ese fortepiano que no le gusta y que queda allí en el salón igual que la cajita del bordado. Pero ahora que vuelve a haber sesiones, Sánchez se va a Nueva York, a la ONU, a salvar el mundo haciendo discursos ante los traductores, porque en la ONU tampoco hay nadie ni atiende nadie, menos todavía a Sánchez. Ni Sánchez ni su Gobierno van al Congreso, que les parece como ir al ballet, una cosa burguesa y degenerada. Tampoco ha ido Casado, que prefiere irse a hacer magmatismo del voto a La Palma que dar serenatas a balcones vacíos y a viejas con rueca.
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