Sé que el título de esta pieza puede resultar provocador para algunos, pero la detención, -¡al fin!-, del prófugo de la justicia española Carles Puigdemont suena, o al menos a mí me lo parece, exactamente a eso, a una jugada estratégica para recuperar el protagonismo perdido tras la reunión de la mesa de diálogo del pasado 15 de septiembre entre el Gobierno de España y la Generalitat. Una mesa en la que no estaba presente Junts, como tampoco está presente en la escena diaria.
Ya son demasiados meses para quien corre el riesgo de convertirse en un mito, sí, en un icono para los independentistas… pero desde su retiro dorado en Bruselas. Después de tanto tiempo… ¿Qué sentido tenía arriesgarse con su presencia, en la noche del jueves, en L'Alguer, la pequeña Catalunya de la isla de Cerdeña? Por cierto, Alghero, prefiero llamar esta ciudad en italiano….¡es maravillosa y rodeada de unas playas paradisiacas!
Lo cierto es que la detención del expresidente catalán, largamente ansiada por buena parte de las fuerzas parlamentarias llamadas “constitucionalistas” y también de la opinión pública, y que podría -en circunstancias normales- constituir un éxito, sobre todo para el gobierno de Pedro Sánchez y para el sistema judicial español, llega en el peor momento político.
El arresto de Carles Puigdemont ha sacudido, nada menos, que tres de las claves del arranque del nuevo curso: la primera de ellas, la propia mesa de diálogo; la segunda, la negociación en Madrid de los Presupuestos Generales del Estado, que dependen en gran medida de los apoyos de los diputados catalanes en el Congreso. El tercer efecto ha sido el de agitar además el avispero de la guerra fratricida abierta en el seno del independentismo catalán: la pugna entre ERC y Junts, aunque en esta ocasión para bien, ya que los dos cordiales enemigos y rivales podrían -no está claro aún de qué manera- hacer causa común contra Sánchez y llegar a chantajearle con este asunto.
Puigdemont es ya un mito para una buena parte de ese mundo. Conviene no olvidarlo. Es precisamente esa presión, más que previsible, de Junts junto con los republicanos, y el propio deterioro de la relación entre el PSOE y ERC, lento pero constante, lo que puede complicarle la vida a un Pedro Sánchez que se las prometía muy felices en el momento en que los fondos europeos comienzan a circular y dispusiera de una cierta tranquilidad que le permitiera volver a tomar la iniciativa.
Tanto es así que el presidente del Gobierno no tuvo más remedio que aprovechar una comparecencia, fijada con anterioridad ante los periodistas en la isla de La Palma, para referirse al que sin duda será uno de los grandes asuntos políticos, no ya del mes, sino del año. El jefe del Ejecutivo lanzaba un mensaje doble; por un lado, pedía a Puigdemont que se someta a la acción de la Justicia. Por otro, aprovechaba para reivindicar, “hoy más que nunca”, su compromiso con el diálogo. Más le vale que el mensaje no caiga en saco roto porque el tablero de juego ha variado de manera substancial.
Carne en el asador ha puesto en cantidad, desde luego, porque lejos de limitarse a una protocolaria frase como gesto de buena voluntad, Sánchez ha enunciado, de manera tajante, que ese “compromiso con el diálogo” debe serlo, sobre todo, para superar el “trauma de los acontecimientos de 2017”. Lo que la oposición parlamentaria de derechas y de ultraderecha ha denominado siempre, sin ambages, “golpe de Estado”. Le va a tocar hacer, a partir de ahora, sin duda, auténtico encaje de bolillos. No cabe duda de que el presidente del Gobierno es, probablemente, la persona menos interesada en que Puigdemont no ponga el pie en España en los próximos días. El riesgo de que todo el andamiaje construido desde Moncloa y el Palau de la Generalitat pueda saltar en mil pedazos no es desdeñable.
El riesgo de que todo el andamiaje construido desde Moncloa y el Palau de la Generalitat pueda saltar en mil pedazos no es desdeñable"
El actual president, Pere Aragonès, ya ha pedido la amnistía, y ha expresado su condena por esta detención mientras que el gobierno español insiste, como ya se ha dicho, en lo único en lo que puede insistir: en que el expresident “debe someterse a la acción de la Justicia”. Y es que, si ya antes del verano, la situación carcelaria de algunos de los condenados por el próces complicaba notablemente las cosas -¿quién se acuerda ya de la pirueta jurídica que tuvieron que diseñar Sánchez, su ya ex vicepresidenta Carmen Calvo y el también ex titular de Justicia Juan Carlos Campo para la concesión de los famosos indultos, con el coste de imagen que ello supuso para el Gabinete- la situación en la que se encuentre Puigdemont en los próximos días puede romper la baraja… o no, pero será necesaria mucha finezza, ya que estamos en clave italiana. Recuérdese además que Junts trató de sentar a varios de aquellos indultados en la mesa. Algo que no fue aceptado ni por el Gobierno ni por ERC, lo que motivó que el socio minoritario de la coalición de gobierno en Cataluña se autoexcluyera de la misma. El hecho de que se hayan producido ya concentraciones callejeras de protesta no resta, precisamente, presión a los líderes independentistas.
Desde el punto de vista judicial, todo son incógnitas. Han sido las autoridades transalpinas las que han echado el guante al prófugo en territorio italiano, en Cerdeña. Y es ahora a las autoridades judiciales italianas a quienes toca decidir, básicamente, si entregan o no, al líder del golpismo catalán a la justicia española. Tienen 72 horas para ello desde el momento de la detención. Tres días en los que el juez debe decidir si mantiene la propia detención, y posteriormente, si va a tramitar la euroorden. Me cabe decir en este punto, como italiano y buen conocedor de la idiosincrasia de mi país que, la detención de Puigdemont en Alghero, está cargada de simbolismo. Se trata de una ciudad sarda en la que se habla catalán desde el siglo XIV, costumbre que ha perdurado hasta nuestros días.
La defensa jurídica del expresident de la Generalitat no se ha quedado quieta, y ha fijado posición por boca de su abogado. El controvertido Gonzalo Boye ha manifestado ya desde Bruselas que “el Tribunal General de la UE se va a sentir engañado por España”, además de precisar que su cliente no está “retenido” sino “detenido”. Se va a sentir engañado, añade, porque levantó las medidas cautelares en la certeza de todas las partes se conducirían de manera leal.
Es esta razón la que lleva a Boye a incidir en lo que a su juicio es una irregularidad: la doble postura que supone, por parte del Estado español, el hecho de que la Abogacía del Estado camine en una dirección y el Tribunal Supremo lo haga en otra diferente. Para el letrado esto es algo absolutamente incompatible con el derecho internacional. La defensa de Puigdemont trabaja en este momento contrarreloj preparando el “escrito de medidas cautelarísimas” ante el TGUE, basándose en la resolución del 30 de julio de 2021 en la que el vicepresidente fue tajante: el Estado español había señalado que los procedimientos estaban suspendidos y que ningún estado miembro ejecutaría las órdenes.
Parece todo un galimatías jurídico, pero ordenando los datos es sencillo de entender: el procedimiento puede estar suspendido, sea cual sea la voluntad del Tribunal Supremo, pero si a las Fuerzas de Seguridad de cualquier Estado miembro de la Unión, en este caso a las italianas, les “salta” en su sistema la famosa “euroorden”, no tienen más remedio que ejecutarla. Lo cierto es que no es desdeñable la posibilidad de que los jueces italianos dejen en libertad a Puigdemont. Por si faltaban pocos elementos para la fiesta, en Italia el asunto se ha convertido en objeto de debate político y hasta Matteo Salvini, líder del partido de extrema derecha La Lega, ha salido en defensa del fugitivo político catalán. Lo ha hecho al exigir “que Italia no sea protagonista de la justicia o la venganza a petición de otros países”.
De momento, justo pocos minutos antes de rematar esta pieza, Carles Puigdemont era puesto en libertad. Hoy mismo -para ustedes ya sábado- deberá volver a presentarse ante el juez. Lo que pueda suceder en los próximos días es aún una incógnita, pero la primera batalla, la mediática, ha vuelto a ganarla sin duda el prófugo más famoso de la historia de España.
Sé que el título de esta pieza puede resultar provocador para algunos, pero la detención, -¡al fin!-, del prófugo de la justicia española Carles Puigdemont suena, o al menos a mí me lo parece, exactamente a eso, a una jugada estratégica para recuperar el protagonismo perdido tras la reunión de la mesa de diálogo del pasado 15 de septiembre entre el Gobierno de España y la Generalitat. Una mesa en la que no estaba presente Junts, como tampoco está presente en la escena diaria.
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