La Fiesta del PCE era, entonces, algo así como una fantasía con Ana Belén más un bocata de chorizo, un chorizo ácido, pobre, pálido, pintado de chorizo como estaba pintada de rojo la bandera de El acorazado Potemkin. O sea que toda la fantasía comunista era en realidad Ana Belén, la Marianita Pineda del comunismo que decía Umbral, porque todo lo demás en aquella fiesta era merienda obrera y rojo despintado de otro rojo, revoluciones lejanas como evangelios de las que nos llegaban curas yeyés y engrasadores de submarinos que no teníamos. Lo que teníamos, ya digo, era el bocata de chorizo, a Ana Belén con su beso de payasete siempre en la boca, y a un millón de personas, o eso se decía, en la Casa de Campo. A lo mejor entonces no se sabía qué era la democracia, ni el comunismo, ni nada, era todo igual de yeyé, igual de festivo e igual de ambiguo. Cayó la URSS y hasta Ana Belén se hizo de la ceja, pero todavía andan Yolanda Díaz y Pablo Iglesias vendiéndonos totalitarismo como si fuera rocanrol.
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