Lo de Casado conversando con Rajoy parecía una charla de barbería, esas charlas generacionales de las barberías, como cuando el padre llevaba al hijo a cortarse el pelo o sólo a que aprendiera de la vida, allí en un ambiente de ronquera radiofónica, carruseles de toreros e Interviús de la Cantudo. Casado y Rajoy en el sillón del barbero, con su cosa de reclinatorio de padre de familia, de comunión masculina con navaja y naipe, de lección de vida con olor a loción como a cerveza...
Casado aún parece un hijo de algo o alguien, sentado en el sillón con cojín o escabel. En los periódicos sacaron una foto de Casado y Rajoy marchando al paso, subiendo a la tarima al paso, y Casado era como el niño que imita a un padre guardia desfilando. Algo no va bien cuando ponen a Casado al lado de Rajoy y lo que vemos es que el actual líder del PP parece la sombra de boxeo de una reliquia cascada, o un niño que juega a afeitarse al lado del padre.
Lo del PP no es una convención, cosa de agentes de viajes y de cardiólogos, sino una gira de Casado como si fuera una gira de Pablo Alborán, no tanto para presentar el programa o el disco sino el acontecimiento de que el adolescente ya se ha hecho adulto. La historia de Casado es la historia de una adultez que no le conceden, como si no lo dejaran entrar en las licorerías. Hasta la barba, que sólo era una manera de que no lo confundieran con Rivera, parece aún una barba de velcro. Una barba de Woody Allen con barba, esa barba donde nunca podría crecer una barba.
Casado ha tenido un par de momentos verdaderamente adultos, cuando derrotó a Soraya como a Morgana y cuando se plantó ante ese Abascal que es como el cacharrero de suvenires, ollas, botijos y emplastos de vieja de la derechaza eternal. Pero Casado le tiene miedo a Ayuso, Rajoy todavía lo tapa con su sombra pobre de paraguas desvarillado, y el partido tiene que planear una convención itinerante para presentarlo ante el país como ante las comadres del pueblo.
Casado parecía charlar con Rajoy sobre pesca, porque en esa convención no hay nada que convenir. Todo está convenido. Sólo hay estos consejos de padre sobre usar la navajita, pellizcos en las mejillas y despedidas en el tren de la gloria, un tren como el de la mili para un Casado que no termina de coger el tren. Lo peor es que Casado no puede pensar en planes, en estrategias, en ideas, porque todavía está pensando en cómo fabricarse el trono y el imperio que nadie se cree. Por eso tiene que pasearse por España acompañado de viejas glorias y de becarios con paipái, pasearse como arrastrando una larga cola de poderío folclórico y de ramilletes que le han tirado como a Lina Morgan.
El problema es que esa cola se la pisa no ya Ayuso, sino hasta Rajoy, que es capaz de robarle el plano y cambiarle el paso. Ya no es que la gente hable más de Ayuso que de Casado, sino que hasta hablan más de Rajoy que de Casado, y así no se va a ningún lado por muchas convenciones que hagas en tren o en palanquín.
A lo mejor Casado tiene muy buenas ideas y muy buen producto para el PP, pero uno va a terminar por no esperar a esas ideas viéndole tan preocupado por que no le quiten la silla con escabel y por pasearse por toda España, triunfal como Indurain. Más que reconciliarse con Rajoy, hubiera sido más interesante reconciliarse con Cayetana y con Ayuso, que son, respectivamente, la inteligencia y la presencia que Casado desprecia. Esto nos hace sospechar que desprecia la inteligencia y la presencia, o sea que no sabemos qué piensa ofrecernos él, quizá sólo su angustia.
Pero ni siquiera diría uno que Casado se reconcilió con Rajoy, sino que consiguió que, de repente, casi echáramos de menos al expresidente, que nos reapareciera su autoridad aun en su fragilidad y su pelusa, como la señorita Marple. Al menos Rajoy tenía presencia, aunque fuera una presencia de reloj de columna. Pero cuanto más se preocupa Casado por su presencia, menos se la vemos.
La convención del PP no es una convención, sino una especie de presentación de quinceañera que sólo nos deja ilusiones y envidias de quinceañera. Yo creo que mirábamos a Rajoy como a veces se mira y se busca una cabeza adulta siquiera en el viejo de la tribu, con su lentitud, sus ojos y su boca de camaleón. No es que Casado sea un niño político, con las piernecitas ahí colgando en el sillón de la barbería, pero parecería mucho más adulto si no se le viera tan asustadizo y tan inseguro, lo mismo con Ayuso que con estas ganas de coronarse en su convención itinerante, como una reina de todas las vendimias españolas.
Para presentar su proyecto, o sea el de un PP ganador y en el Gobierno, no necesitaba peregrinar a Santiago o a Roma, que parece que lo hace para pedírselo a un santo. Pero, menos aún, se puede permitir ir desperdiciando y socavando el talento y la fuerza que tiene el partido, todo para que no le quiten un protagonismo que parece más de novia que de líder.
A Casado unos le piden centro, otros sitio, otros cabeza, otros debate, otros crueldad imperial de un imperio que todavía se está buscando por ahí por las Españas y que él cree merecer, como una tonadillera que ha elegido el imperio de apellido y de oficio. Yo creo que Casado aún no puede ir a ningún lado si le hace sombra Rajoy, que es como si te hiciera sombra un paragüero. Yo creo que Casado aún no puede ir a ningún lado, sobre todo, si luchando por la presencia y por la idea no se le ve ni una cosa ni la otra, sino sólo angustia. Nadie vota a un angustiado ni a alguien al que no le llegan al suelo los zapatitos de charol, ahí colgando sobre el partido, la política y la realidad como sobre periódicos con serrín y orejas trasquiladas.
Lo de Casado conversando con Rajoy parecía una charla de barbería, esas charlas generacionales de las barberías, como cuando el padre llevaba al hijo a cortarse el pelo o sólo a que aprendiera de la vida, allí en un ambiente de ronquera radiofónica, carruseles de toreros e Interviús de la Cantudo. Casado y Rajoy en el sillón del barbero, con su cosa de reclinatorio de padre de familia, de comunión masculina con navaja y naipe, de lección de vida con olor a loción como a cerveza...
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