Pablo Casado no deja de enseñarnos padres igual que los padres enseñan a los hijos, en fotos de cartera como fotos de camionero (antes se llevaba a la familia en el salpicadero bajo la protección de algún santo con bandurria y de Perlita de Huelva). Después de Rajoy, padre derrocado, shakesperiano y además futbolero, con el cansancio de derrota de todo ello, Casado nos ha traído a Sarkozy, que es otro padre, un padre de sinvergonzonería francesa, belmondiana e inspiradora. Sarkozy contó que, hace once años, vio a Casado en el Elíseo y ya entonces le dijo que iba a ser presidente de España, como se le dice al niño que va a jugar en el Athletic. Le faltó hacer eso que hacen los padres, recordar cuando su hijo era “así” y poner la mano en la posición de botar una pelota, midiendo a la vez la altura del hijo y el tiempo pasado, y acariciando la ternura de todo eso en el pelo del niño que ya no está. Casado sigue buscando su imagen, pero sólo encuentra padres sospechosos como titos sospechosos.
La Convención del PP sigue como un paseo de Casado por el parque, de padre en padre como de kiosco en kiosco o de patito en patito. Casado busca padres como busca el centro, o viceversa, por acumulación más de deseos o de oportunidades que de verdaderas filiaciones o convicciones. Sarkozy, truhan bajito, de esposas numerosas, envidiables o imposibles, con una condena por corrupción que lleva como la condena por una pillería de pillo simpático y guiñón, le ha traído a Casado la desenvoltura, la sutil gañanería francesa con la que ellos llevan el poder e incluso la elegancia, igual que los piropos. O sea, todo eso que Casado no tiene. Sarkozy, condenado por corrupción, no parece una compañía muy recomendable, pero yo creo que Casado está dispuesto a aceptar incluso la mala reputación por tener reputación. La mala reputación luego se puede adornar de bribonería, pasión y hasta arrepentimiento, así como el Valmont de Las amistades peligrosas, pensará.
Yo creo que Casado está dispuesto a aceptar incluso la mala reputación por tener reputación
Uno diría que Casado está coleccionando padres sucesivos para robarles gestos, monedas o tabaco. Rajoy no tiene nada que ver con Sarkozy, pero a lo mejor Casado se quiere construir una personalidad mezcla de seco funcionario español y Pepe Le Pew, un centroderecha que esté justo entre la pachorra de Rajoy y el engreimiento o atufamiento ideológico o romántico o pulposo de Sarkozy. Uno se imagina a Casado en el Palacio del Elíseo, en medio de ese republicanismo imperial, de ese imperialismo republicano, de ese napoleonismo de sable, orinal y alza. Y a Sarkozy allí, señalando agresivamente con el dedo, como en la Convención (los mentores disparan a sus discípulos con el futuro), diciéndole “tú serás presidente de España” con una autoridad avasalladora, intimidante, halagadora, prometedora, entre productor de Hollywood y abuela. Eso es seducción, eso es seguridad, eso es performatividad, cosa que no tiene Casado, que parece ante lo francés y ante Sarkozy un poco el Linus Larrabee de Sabrina. Pero tampoco puede tirarse a la bohemia política, ahí a pintar bailarinas o monas ideológicas y a emborracharse en bailes de soldado, que para eso ya está Vox.
Casado nos enseña padres porque busca padre, cree uno. La figura paterna puede estar en ese paraguas heredado de Rajoy, como Rajoy lo heredó de Aznar; en su juego de escritorio con olor y relojes de consulta de médico antiguo, para gobernar también con paciencia de médico antiguo. O la figura paterna puede estar en un canallita adulador que viene con descapotable y ligue francés apañolado, y que te promete que gobernarás como el que te promete que tendrás las chicas a patadas, señalándote el primer cigarrillo como si ya te señalara a la primera novia cerillera. Se diría que Casado está tomando de unos y de otros, que busca un padre ideal como si lo buscara en Chanquete, pero a la vez es demasiado mayor para estar soñando con padres, así que lo que podría parecer un musical sólo se queda en un líder desorientado e inseguro, que busca aprobación y alguien que lo lleve al gobierno como al fútbol.
La Convención del PP sólo parece, hasta ahora, la vida de Marco. Aunque Ayuso se ha ido a Estados Unidos y la hemos visto posar bajo una estatua de Isabel la Católica como bajo una higuera petrarquista o nuestra Estatua de la Libertad empoderada. También la reina Isabel le hacía un poco de abrigo o de madre, o sea que quizá el PP entero está todavía huerfanito, y por eso cuando no llega Aznar llega Esperanza Aguirre a adecentar la casa. Sarkozy es otro padre de Casado, sospechoso como esos titos sospechosos, pero un padre al fin y al cabo. A lo mejor de entre todos esos padres o titos, aburridos, aventureros o dudosos, saca Casado su modelo de liderazgo, de partido o de persona. O a lo mejor sólo saca juguetes repetidos en Navidad. Lo cierto es que hasta que Casado no se muestre como un adulto no va a llegar la profecía de abuela o de astrólogo real que le hizo Sarkozy allí en el Elíseo, entre consolas napoleónicas prestadas como todo lo napoleónico que creyeron tener o creen tener, en aquel momento o ahora, Casado y él.
Pablo Casado no deja de enseñarnos padres igual que los padres enseñan a los hijos, en fotos de cartera como fotos de camionero (antes se llevaba a la familia en el salpicadero bajo la protección de algún santo con bandurria y de Perlita de Huelva). Después de Rajoy, padre derrocado, shakesperiano y además futbolero, con el cansancio de derrota de todo ello, Casado nos ha traído a Sarkozy, que es otro padre, un padre de sinvergonzonería francesa, belmondiana e inspiradora. Sarkozy contó que, hace once años, vio a Casado en el Elíseo y ya entonces le dijo que iba a ser presidente de España, como se le dice al niño que va a jugar en el Athletic. Le faltó hacer eso que hacen los padres, recordar cuando su hijo era “así” y poner la mano en la posición de botar una pelota, midiendo a la vez la altura del hijo y el tiempo pasado, y acariciando la ternura de todo eso en el pelo del niño que ya no está. Casado sigue buscando su imagen, pero sólo encuentra padres sospechosos como titos sospechosos.
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