Todos se llevan por ahí el dinero, los futbolistas infantiloides como su cromo de bollo, los presidentones con fajín de bombo o de mortaja, los cantantes de cocotero y hasta los escritores con la industria algodonera de sus libros. Y aquí caben desde Guardiola a Vargas Llosa, que últimamente está en todos lados, parece el único escritor como el único médico del pueblo. Los papeles de Pandora nos están desvelando ahora que los ricos se llevan el dinero lejos, pero lo cuentan como nuestro vecino cuenta sus vacaciones, de manera que son más importantes la distancia, el exotismo y el contraste (ese vecino con una anaconda o con un lama) que el montante o su daño. Vargas Llosa, aunque se haya ahorrado en impuestos casi tanto como en buenos adjetivos, nunca igualará a la familia Pujol. Pero un poeta escondiendo dinero en caracolas marinas, como tirabuzones petrarquistas de la amada, es mucho más exótico que un político con tirantes que funda una patria para mangar como si fuera una lechería familiar.
Hay un dinero exótico y un fraude exótico, por lo vistoso, por lo ideológico o por lo bongosero, y luego otros que no nos merecen atención porque parecen estafas o bodas del lechero. Y eso no tiene nada que ver con la cantidad ni con el descosido que se le hace a lo público, sino con una estética del fraude que la gente se imagina como una estética de Alí Babá. Los ERE, por ejemplo, sólo dejaban jamones cagados de mosca, convidadas a cubatas de duralex, billetes alechugados, todoterrenos con conejos, putas vestidas de Nadiuska del pueblo y coca como harina de garbanzo. Mi teoría es que la gente se puede imaginar comiendo jamón, bebiendo cubatas y sorbiendo coca de canalillos de falsa violetera, incluso conduciendo un todoterreno, pero no se imagina pidiendo un vino que no puede pronunciar, conduciendo un Jaguar con el volante en el otro lado o fletando una expedición de abogados y arponeros para esconder el dinero debajo de una palmera lejanísima en vez de debajo del colchón.
En el fraude escandaloso tiene que haber una distancia escandalosa, no en dinero, sino en extrañeza, como en las vacaciones del vecino
En el fraude escandaloso tiene que haber una distancia escandalosa, inalcanzable, no en dinero sino en extrañeza, como en las vacaciones del vecino. Para que haya escándalo tiene que haber esa extrañeza de paisaje, de clase, de marca, de ideología, de patria. Por eso Pujol, Bárcenas, Messi, Wyoming, Vargas Llosa o Chaves no están en el mismo cajón del crimen, del fraude, de las sospechas o de los excesos. Lo que tienen estos papeles de Pandora, con nombre ya de velero o discoteca marbellí, no es tanto todos los males de la tierra sino esa extrañeza escandalosa ya incorporada. Estos papeles nos hacen pensar que esa gente se ha ido de verdad en yate a un atolón, a dejar su dinero en oro adoquinado de emir y en joyas de Alí Babá, gordas y repugnantes como escarabajos egipcios. La cosa puede ser incluso legal, pero no es cuestión de legalidad, ni de moralidad, ni siquiera de estética. Es cuestión, como digo, de distancia. Distancia entre cañoneras de abogados y un currito que desgrava con la calculadora solar, o distancia entre La Sexta y Vargas Llosa o entre La Sexta y Guardiola.
Yo no veo a Vargas Llosa en barco, así como Pérez Reverte, con pipa, guiño y antebrazo de Popeye. No lo veo llevando un oro precolombino, ni doblones con sangre como muelas de soldados de los Tercios, ni siquiera escribiendo al dictado de las estrellas con un estilo de farero o de marino mercante. Pero eso da igual. Tampoco veo a Guardiola navegar para esconder sus anillos, aunque sea con otro estilo, estilo de colonia náutica o de fiestuqui de C. Tangana. La distancia debe de estar en otro sitio. A lo mejor la gente no percibe tanta lejanía con una estrella del deporte, que todos hemos sido estrellas del futbito y entrenadores con alineaciones de altramuces. Pero un nobel, ahí montado siempre en su carroza del Nobel como la reina de Inglaterra de las letras, montado siempre en la gran estilográfica del Nobel como en el Transiberiano, a lo mejor eso sí es otra distancia, la distancia que ya justifica el escándalo.
Esas cosas las tiro a la bañera, porque no tengo piscina como Umbral, pero ahí esta el Nobel que le pone ya un frac perpetuo"
La verdad es que si cogen ustedes La fiesta del Chivo, pueden leer en la primera página “cielo plomizo”, “olas espumosas”, “resplandor azulado del horizonte” y hasta que una mujer miraba la imagen “que le devolvía el espejo”. Yo esas cosas las tiro a la bañera, porque no tengo piscina como Umbral, pero ahí está el Nobel que le pone ya un frac perpetuo, suficiente para esa distancia escandalosa. Aunque yo diría que lo que le ha puesto de verdad frac perpetuo, frac como de boda de Aznar, ha sido ir a la Convención del PP, y esta sí va a ser la distancia definitiva para el escándalo.
El frac del PP hace a Vargas Llosa pirata con frac igual que lo hace desde el otro día, según dicen, fascista con frac. La verdad es que Vargas Llosa puede ser torpe con el lenguaje, pero lo de votar bien o votar mal ya lo había dicho la izquierda antes, en USA con Trump, en Brasil con Bolsonaro, o en Andalucía con Vox o con el mismo PP. Quizá lo que quería decir Vargas Llosa es que la libertad es una condición necesaria pero no suficiente para una democracia de calidad; que hace falta una ciudadanía informada y no coaccionada, y que, aun así, las mayorías también pueden ser tiránicas, por lo que la democracia también consiste en protegernos de los abusos de los vencedores.
A Vargas Llosa le salió lo que le salió como le salió lo del cielo plomizo, una frase de tamponcillo como nubes de tamponcillo. Quizá también puso el dinero bajo la piedra que le decían sus abogados con la misma pereza con la que puso lo de las olas espumosas. O, simplemente, no quiere pagar impuestos y se lleva gustosamente por ahí los dineros que le dan sus libros con tamponcillo de cara de Alfred Nobel, exactamente igual que el futbolista se lleva los dineros que le dan sus cromos de bollo. Pero, como digo, esto no tiene importancia. El escándalo sólo depende de la distancia y Vargas Llosa ya tiene dos o tres fracs encima para la fiesta en el yate espumoso o en el Jaguar resplandeciente. No es igual que Guardiola, que va en calzoncillo obrero de estelada a Andorra, o que Pujol, que iba a por su tres por ciento como a por tabaco negro.
Todos se llevan por ahí el dinero, los futbolistas infantiloides como su cromo de bollo, los presidentones con fajín de bombo o de mortaja, los cantantes de cocotero y hasta los escritores con la industria algodonera de sus libros. Y aquí caben desde Guardiola a Vargas Llosa, que últimamente está en todos lados, parece el único escritor como el único médico del pueblo. Los papeles de Pandora nos están desvelando ahora que los ricos se llevan el dinero lejos, pero lo cuentan como nuestro vecino cuenta sus vacaciones, de manera que son más importantes la distancia, el exotismo y el contraste (ese vecino con una anaconda o con un lama) que el montante o su daño. Vargas Llosa, aunque se haya ahorrado en impuestos casi tanto como en buenos adjetivos, nunca igualará a la familia Pujol. Pero un poeta escondiendo dinero en caracolas marinas, como tirabuzones petrarquistas de la amada, es mucho más exótico que un político con tirantes que funda una patria para mangar como si fuera una lechería familiar.
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