Pedro Sánchez ha anunciado su bono cultural para jóvenes, del que uno aprecia, antes que nada, que lo que más pesa y suena es la parte del bono. Bono suena a propina, a aguinaldo, a descarga de tragaperras, a bola extra, a monedón de Super Mario, a cartilla de cupones de caldo de gallina, a sartén o yoyó de regalo, a la gran alegría de los pequeños descuentos y las pequeñas sorpresas, como cuando devolvías los cascos de gaseosa o te tocaba un salchichón en una rifa de baraja. Cualquier cosa que tenga delante la palabra bono va a funcionar, va a ser una alegría, y esa alegría es la que vende Sánchez, no la cultura. Si le preocupara la cultura de los jóvenes, el dinero iría a mejorar la educación, no a que el niño se vaya a ver cómo un rapero espanta gallinas.

Lo del bono ya pesa con su cosa de osamenta de caballo regalado, mucho antes de que reparemos en que después viene lo de cultural, ese bajonazo. Pero aquí la gente hace cola para que le den a probar gratis la chistorra de la feria de la chistorra, así que estoy seguro de que podrán sacar algo también de la cosa cultural. Además, según su definición amplia, cultura es cualquier cosa que haga el ser humano. Son cultura el reguetón, las fiestas del botijo de los indepes, el guiso de pangolín, la gente con zancos, el peyote, el vudú o la gaita. Hasta lo del gratis total aquí tiene rango de cultura, claro.

Tampoco es que con 400 euros te puedas hacer con la biblioteca de Umberto Eco, pero es más barato que una buena educación

Sánchez podría subvencionarles a los chavales el botellón, el skate, la circuncisión, el tatuaje, el cannabis o el canibalismo, y seguiría siendo cultura. La verdad es que a Sánchez eso le da igual, lo importante es que ahí está el bono con su sonido de monedero de la abuela, que es como el de una bolsa de diligencia, y eso lo deja a él como una especie de abuela de España. Sánchez va a fiar todo lo que le quede de legislatura a repartir dinero, pero eso de los fondos europeos suena muy boomer, muy coñazo y muy lejano. Un bono joven, sin embargo, es algo diferente, suena casi a que llega al botellón, con cestillo, un ayudante rastafari de Santa Claus. Si hay que pillar cultura porque regalan cultura, algo se pillará, me imagino pensando a los jóvenes, o a sus padres en la cola para catar salchichitas.

En el bono cultural lo primero es el bono, que ya decimos, y dice Sánchez, que cultura es todo lo humano o casi todo lo humano, también Maluma o la Play. Se asume que la propia palabra cultura ya pesa con su mármol de barba de mármol, con su cabezón de Beethoven, con su papel grueso y su mayúscula gruesa de códice gregoriano, pero a mí me parece mucho asumir. En realidad cultura es una palabra evocadora, ojival, rellenable, todo eco. Mencionar la cultura es como poner lo que sea, lo que te dé la gana, bajo una galería oxoniense, bajo el resonar de una campana, bajo dos dedos de polvo o, ahora, incluso bajo dos dedos de mugre. Las cosas no es que sean cultura, sino que se ponen en la cultura, como se ponen en una vitrina.

Sánchez menciona la cultura queriendo que suene abovedado, grave y alimenticio algo que puede ser sólo folclore, sólo pop o sólo diversión, pero que enseguida, con esa palabra, se va a adornar de prestigio, de gafas de culo de vaso o de ácaros. Podemos pensar en la barba de Laocoonte, en el cabezón aborrascado de Beethoven componiendo la Gran Fuga, o en una línea maravillosa y podrida de Baudelaire. Pero luego todo resulta en barba hípster arrojando cruasanes al público, en cabezón de Goya político con Sánchez de esmoquin como el botones Sacarino de esmoquin, y en todo el cartón de la última edición de las aventuras de alguna costurera. Todo depende de lo que hayan colocado en la repisita de la cultura el mercado, la moda, el gremio o los políticos que ponen la cultura en bonos como si fuera burundanga.

Lo cierto es que la mejor cultura suele ser barata o gratis, otra cosa es la que haga el gremio de amigos de Sánchez"

De la cultura no se preocupan ni los interesados, se van a preocupar los gobernantes... Menos aún Sánchez, un político que Iván Redondo diseñó como una boy band. Me refiero, claro, a la cultura que es realmente valiosa, no a esa otra que, por supuesto, tiene culturetas, enterados, sindicados, abanderados, usufructuarios, menestrales, estrellitas, industriales, pedigüeños, opositores, meritorios, gremios, exigencias, nóminas, cabreos y muchas tiendas de bufandas. Demasiada gente, en realidad, para que todo lo que hacen sea cultura. La verdad es que la cultura que merece la pena no tiene apenas defensores, porque está compuesta casi toda por muertos de rotonda o por sus hijos tristísimos y desengañados. Lo demás es cabaré y celulosa.

Sánchez ha anunciado un bono cultural para jóvenes y ya se ha quedado harto de cultura como harto de dulces de convento. Tampoco es que con 400 euros te puedas hacer con la biblioteca de Umberto Eco, pero es más barato que una buena educación (la que te diría cuál es la cultura valiosa) y los jóvenes se lo podrán gastar en festivales, en videojuegos, en esos libros que se exponen como los turrones en Navidad o en una horrible película de mucha concienciación, de ésas que cabrean a Boyero. Lo cierto es que la mejor cultura suele ser barata o gratis (los clásicos). Otra cosa es la cultura que haga el gremio de amigos de Sánchez. Y otra cosa es que el presidente quiera dar la alegría de las abuelas a sus más jóvenes votantes.

Sánchez ya subvenciona a escritores no para que hagan arte, sino para que vivan esas aventuras de costurera del pueblo o de lacayo suyo que conviene contar, y ahora va a subvencionar a los jóvenes para que crean que la cultura es justo eso que compran con el bono. O sea, lo que está subvencionando es la infracultura. Podría haberme ahorrado la mitad de la columna: ¿Qué es la cultura? Cualquier cosa que te pague Sánchez con su bono cultural. Y tampoco le des más vueltas. A caballo regalado...

Pedro Sánchez ha anunciado su bono cultural para jóvenes, del que uno aprecia, antes que nada, que lo que más pesa y suena es la parte del bono. Bono suena a propina, a aguinaldo, a descarga de tragaperras, a bola extra, a monedón de Super Mario, a cartilla de cupones de caldo de gallina, a sartén o yoyó de regalo, a la gran alegría de los pequeños descuentos y las pequeñas sorpresas, como cuando devolvías los cascos de gaseosa o te tocaba un salchichón en una rifa de baraja. Cualquier cosa que tenga delante la palabra bono va a funcionar, va a ser una alegría, y esa alegría es la que vende Sánchez, no la cultura. Si le preocupara la cultura de los jóvenes, el dinero iría a mejorar la educación, no a que el niño se vaya a ver cómo un rapero espanta gallinas.

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