Maduro y nuestro Gobierno de coalición han anunciado la Navidad más o menos a la par, Maduro enseñando una decoración como de payaso asesino y Sánchez / Díaz trayéndonos sus bonos juveniles y sus cachorros rescatados de una leñera de nieve o de un capitalista explotador y cacharrero, como aquel perro de Flandes. Todavía es pronto para Navidad, pero algo hay que poner mientras ahí, plantado en medio de la miseria, del horror o de la pereza. Maduro ha puesto abetos espeluznantes como vedetes electrocutadas y figuritas de renos (“venadito” decía Maduro) comidos por bombillas como renos disecados comidos por arañas. Sánchez / Díaz han puesto videojuegos para los chavales a cargo de nuestro carné de la patria y un curso para dueños de perro, aquí que no tenemos cursos para padres y ni siquiera para presidente del Gobierno. Nunca es demasiado pronto para decretar la alegría o para comprar la desmemoria, o viceversa.
No es Navidad todavía, pero falta hace. A Sánchez le hace falta para que se nos olvide lo de la luz, que en Navidad es una cosa que no se mide, que se derrocha como el champán bueno o malo (siempre se deja un poco de champán, que se ha olvidado con el beso). Sánchez creo que está pensando, incluso, que la luz, después de subir tanto, ya por el solsticio caerá del propio cielo, como un granizo de sabores, como los caramelos del rey mago municipal. Hace falta luz para que nos olvidemos de la luz y por eso ha incluido videojuegos en su bono cultural. Maduro también piensa que la luz distrae o hace olvidar y enseña su patio lleno como de bombillas ahorcadas y chisporroteos de picana. La Navidad de Maduro es horrible como un museo de cera de luces muertas o frutas muertas, quizá porque toda la Venezuela de la propaganda es un museo de cera con muertos debajo de los muñecos, como aquél de Vincent Price.
No es Navidad todavía, pero falta hace. A Sánchez / Díaz les hace falta para que el regalito haga olvidar la pobreza y para que la ternura haga olvidar también tanto odio. Y no me refiero sólo a los delitos de odio, que eso del delito es ya como el lujo del odio. Hay otro odio sin lujo, o sea sin delito, sin preocupación, sin comisiones convocadas a cacerolazos como un almuerzo de cowboys. Hay un odio que te montan los indepes o los podemitas en la universidad o en la plaza, o los de Bildu recibiendo a etarras como a ciclistas en una meta volante, y que no sólo no cuenta, sino que es pura democracia concentrada en su jarabe de arce. Aun así, toda esa contradicción y mala leche es más manejable si se tapa con ternura, esa ternura de sacar un cachorrito con lazo o un peluche de panda gigante, como el último recurso del padre pasota o negligente.
Sánchez y Maduro comparten el interés en llenar todo el horror o la incompetencia con fantasía
Perretes canelos, dálmatas porcelanosos, gatetes enroscados como papiros egipcios, todos esos animalitos como sus zapatillas de animalito y sus estampados de cojín... Yo no tengo animales, prefiero que me acompañen humanos en la amistad, el silencio, el interés o el desinterés, el aprecio o el desprecio. Los humanos me parecen más amenos, provechosos y reconfortantes, y todavía no he encontrado diversión en que me devuelvan un palo o amor en que me hagan fiesta por una salchicha. Yo a los animales ni los maltrato ni los hago mis hijos, que no concibo nada más triste que tratar a tu mascota como al hijo de tu vientre seco o solitario. Pero uno entiende el recurso de usarlos, de sacarlos en esta ley que tiene algo de liberar a todos los animales de sus jaulas y soltar palomas alegóricas, eucaristías de la izquierda de rabanillo.
Yo pensaba en esta ley, en los animales de gomaespuma emotiva, en ese recurso al animalito que es como el recurso a la marioneta, justo cuando Maduro señalaba a sus renos o venaditos, que dicho así parece que ya pensaba en ellos estofados. Sí, el tirano Maduro conmovido de repente por la belleza de un reno de cartón, hipertrofiado de luces como de sentimentalismo, comido por los ronchones infecciosos de la falsa ternura de un dictador despiadado... Pensé en el animalista Otegi, claro. Pensé en la izquierda de leche cruda, bala firmada y cóctel molotov. Pensé en que pueda importar más apedrear a una gallina que a un pijillo, patear a un policía que a un galgo, y en la justificación inflamada y macabra, como el patio de Maduro, de todo eso. Pensé en los palos y cerrojos que quedan para los maketos y los botiflers mientras en la tienda de mascotas sólo se permite un pececillo hecho una media luna, que no recuerda nada. Pensé en ese carné de conducir perros y cacas cuando haría más falta un curso de civilidad entre humanos. Todo esto pensaba, pero ya se me perdió Maduro por su patio iluminado no como una Navidad sino como la escena de un crimen, con sirenas de policía y pupilas muertas enfiladas por linternas.
Ya es Navidad en las casas de Sánchez y Maduro, que digo yo que será casualidad, por mucho que un senador estadounidense acuse a Sánchez de “estar fuera de la democracia” con su política en Latinoamérica. Será casualidad o el mismo interés en llenar todo el horror o la incompetencia con fantasía. Ese patio de Maduro, con los abetos como muñecos de ventrílocuo iluminados, con animalitos como disecados ese mismo día, todavía con el ojo goteante de vida y una rara sonrisa medio humana cosida. Maduro, siniestro como un tipo con jersey navideño que te pasea por el rancho con una pala en la mano. “En Venezuela vamos a hacer unas navidades felices, brillantes, llenas de luces y colorido”, decía bajo un alumbrado de ambulancia, de carnicería o de infierno. Sánchez podría haber dicho más o menos lo mismo, y hasta con su perrete bajo un arcoíris de manguera.
Maduro y nuestro Gobierno de coalición han anunciado la Navidad más o menos a la par, Maduro enseñando una decoración como de payaso asesino y Sánchez / Díaz trayéndonos sus bonos juveniles y sus cachorros rescatados de una leñera de nieve o de un capitalista explotador y cacharrero, como aquel perro de Flandes. Todavía es pronto para Navidad, pero algo hay que poner mientras ahí, plantado en medio de la miseria, del horror o de la pereza. Maduro ha puesto abetos espeluznantes como vedetes electrocutadas y figuritas de renos (“venadito” decía Maduro) comidos por bombillas como renos disecados comidos por arañas. Sánchez / Díaz han puesto videojuegos para los chavales a cargo de nuestro carné de la patria y un curso para dueños de perro, aquí que no tenemos cursos para padres y ni siquiera para presidente del Gobierno. Nunca es demasiado pronto para decretar la alegría o para comprar la desmemoria, o viceversa.
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