Ayer, como cada 12 de octubre desde hace ya demasiados años se recrudecen varias polémicas eternas a propósito de lo que en realidad se conmemora y su pertinencia según lo que se elija como motivo de la festividad.
Tal día como ayer de hace 529 años Cristóbal Colón puso pie en la isla que bautizó como San Salvador y abrió con ello una nueva era en la Historia de la Humanidad. Eso es lo que se conmemora o se conmemoraba antes de que la debilidad del espíritu de conformidad crítica, pero conformidad al fin y al cabo, de los españoles con su pasado llevara a intentar ocultar aquella gesta.
Lo que hubo detrás de esa renuncia fue una mezcla de vergüenza por el pasado histórico de España y de afán destructor de aquello que pueda servir para promover un sentimiento compartido de afecto y de respeto al propio país en el que se ha nacido. Me refiero a lo que antes se podía llamar patria hasta que también ese término fue ridiculizado y degradado por “reaccionario” de modo que esa palabra se ha quedado prácticamente en exclusiva para identificar una novela de Fernando Aramburu.
Somos la única nación que padece este síndrome disolvente de una conciencia colectiva. No existe ningún otro país con una historia de siglos que padezca esta gravísima patología.
No se trata, por supuesto, de reclamar una visión única y acrítica del pasado pero sí de que esa visión sea equilibrada y aprecie no sólo los errores y los desmanes cometidos sino también los logros y las aportaciones extraordinariamente valiosas en infinidad de aspectos que el descubrimiento de América y su posterior conquista y colonización hizo España durante siglos.
Si nosotros no respetamos nuestra Historia no puede sorprendernos que los demás aprovechen la debilidad del país
En tiempos de Franco se glorificó esa gesta hasta no dejar ni un mínimo espacio para cualquier visión crítica de aquel período. Y de ahí se ha pasado a ponerse de perfil de modo que el Día de la Hispanidad, luego de La Raza, ha pasado a convertirse en la Fiesta Nacional pero sin explicar por qué se celebra en esta fecha precisa del calendario. No se sabe de hecho. En la ley que la establece no se menciona más que de una manera tan alambicada que hace completamente incomprensible la razón por la que el 12 de octubre es una fecha señalada en el calendario y en la Historia de España.
Somos un país vergonzante de su pasado cuando lo cierto es que la labor civilizadora de España sobre los indígenas americanos fue, con todos los horrores que la acompañaron, infinitamente más inclusiva, respetuosa de los derechos humanos de los habitantes del continente americano, constructiva y culturizadora que la de cualquier potencia colonial que se extendiera más tarde por América, por África o por Asia.
Pero en fin, aquí estamos, oyendo al independentista catalán de turno diciendo que el día de ayer no había nada que conmemorar salvo la efeméride de un genocidio. Y a toda la izquierda española que, a diferencia de la que vivió la guerra y el exilio, considera que la idea y hasta el nombre de España han quedado definitivamente destruidos por los 40 años de franquismo. Como si la Historia de nuestro país hubiera empezado en el siglo XX y antes de eso no existiera nada.
Por eso el señor Iglesias declaraba hace tiempo que le era imposible pronunciar ese nombre, España. Díganle esto mismo a un francés, a un inglés o a un alemán de sus respectivos países a ver qué cara le ponen.
Con estos mimbres no puede sorprendernos que los regímenes populistas que existen hoy día en muchos países americanos aprovechen el caudal inmenso e inacabable de mentiras sobre el papel de España en América para acusar a nuestro país de todos los males que padecen actualmente.
Si nosotros no respetamos nuestra Historia no puede sorprendernos que los demás aprovechen la debilidad del país y de su conciencia histórica para manejar las falsedades más rotundas a conveniencia de sus intereses.
Afortunadamente, desde hace años están apareciendo concienzudos trabajos académicos que se esfuerzan por poner negro sobre blanco la verdad del papel desempeñado por España en América desmontando así la fuerza arrasadora de la Leyenda Negra que padecemos desde hace siglos.
Puede que estemos ante una posibilidad de que la verdad, también con todos sus trazos oscuros, se acabe haciendo paso en nuestro país y así podamos superar esta patología autodestructiva y desmoralizante que tiene antecedentes históricos evidentes pero que ha dominado de una manera absoluta sobre los españoles durante los últimos años.
Por lo demás, la jornada de ayer sirvió también para constatar que el obtuso rechazo a las Fuerzas Armadas de muchos españoles, mayoritariamente situados una vez más en posiciones de izquierdas, ha ido cediendo paso a la evidencia y la fuerza de los hechos y el prestigio de nuestros ejércitos ha subido muchos enteros en la consideración pública.
Unos militares que han tomado parte en múltiples operaciones de paz en zonas de guerra, que se han jugado la vida y muchos de ellos la han perdido, sin emitir ni una queja, ni un reproche, y que además han hecho labores de asistencia a la población en los tiempos más dramáticos y peligrosos de la pandemia, o ahora en la tragedia de la isla de La Palma, o en la evacuación de Afganistán, obtienen hoy el reconocimiento y la admiración de la inmensa mayoría de los españoles. Pero no siempre ha sido así y hay que felicitarse por el cambio habido en la percepción ciudadana de sus Fuerzas Armadas.
Algo es algo. Pero las jóvenes generaciones tienen pendiente una tarea capital: la de posar una mirada no ideologizada sobre la España de los últimos cinco siglos y poner luego a su país en el lugar prominente que por su Historia le corresponde. Si eso se llevara a cabo ya sabrían todos por qué conmemoramos la fecha del 12 de octubre y estarían justificadamente orgullosos del país al que pertenecen.
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