Basta seguir un telediario completo para ser capaces de crear una lista interminable de paradojas que se están instalando peligrosamente en nuestra sociedad.
Queremos energía verde a toda costa, sin nucleares y que los precios de la electricidad bajen de inmediato. Queremos usar las redes sociales gratuitamente pero que las regulen también de inmediato para que nadie pueda usar nuestros datos y colocarnos publicidad. Queremos ser ecológicos y que se prohíban las granjas de cerdos y de gallinas o que las frían a impuestos ecológicos pero que los precios del porcino y las aves bajen. Que se revaloricen las pensiones con el IPC pero que nos bajen los impuestos, que mejore la sanidad, pero sin que nos controlen su uso despilfarrador. Y así podría enumerar una larguísima lista en decenas de ordenes de lo social, lo económico o lo publico.
¿Hemos perdido el sentido común? ¿La ignorancia se ha apoderado de nosotros de tal manera que hemos perdido la noción de que coste y precio están vinculados en una economía de mercado y que porque las cosas no tengan precio o se regalen no cuestan o nadie paga por ellas? ¿Quizá respiramos más tranquilos cuando la respuesta es la de que el Estado lo paga? Haciendo paralelismo con aquel famoso aforismo de la economía, ya sabemos todos que la respuesta es: no lo paga el Estado, idiota, lo pagas tú en forma de impuestos o de precios mas altos.
Y sin querer ofender, no es que seamos idiotas, eso seguro, es que esta actitud de la sociedad es el resultado de estirar ese chicle llamado Estado de bienestar del que los políticos en toda Europa han estirado sin limite porque les granjea la simpatía de los votantes en masa (funcionarios, pensionistas, desempleado, ecologistas, otras clases pasivas, etc.), por decirlo de manera eufemística.
Y es que poco a poco ha ido calando la idea de que el Estado del bienestar no tiene límite, es un derecho ganado del que no se puede dar marcha atrás. Una gran mentira y una trampa que les conviene ocultando casi siempre cuánto cuesta y cómo lo pagamos.
Este Estado de bienestar elefántico que estamos permitiendo crear se apoya en dos premisas para mí muy peligrosas en el medio plazo:
La primera es que la política europea frente a la anglosajona piensa que el ciudadano no tiene derecho a tropezar y caer. El Estado del bienestar le protegerá y evitara que tropiece, fracase o se equivoque y por eso regulará sin límite, subvencionará sin límite, subsidiará sin límite a diferencia del modelo anglosajón en que el ciudadano es libre de equivocarse y tropezar mientras que el Estado de manera subsidiaria y solo así le ayudará a levantarse.
¿Alguien piensa todavía que la gestión pública es más eficiente que la privada?
Recordará el lector aquella famosa mujer que quedó atrapada en la nieve con su coche en la Nacional VI volviendo de Segovia tras 48 horas de anuncios constantes para que nadie saliese a la carretera en su coche y reclamaba que un helicóptero le hubiese traído leche caliente para su bebé a la carretera. Como resultado de aquello, se reclamó a la concesionaria de autopistas que reforzara sus servicios de emergencia en carretera en lugar de sancionar a la buena señora con el coste del rescate que hubiesen hecho en otras sociedades.
El segundo paradigma es aquel que nos hace pensar que el Estado tiene mejor criterio para repartir los recursos y decidir por ti que tú mismo. ¿Alguien piensa todavía que la gestión pública es más eficiente que la privada? ¿Tenemos que aceptar que el Estado decida en todos los órdenes de nuestra vida qué es mejor para nosotros?
¿No podemos dejar de usar las redes sociales si no nos gustan sin que haya que regularlas? ¿No podemos decidir no comprar productos que contaminen en su producción por muy bueno que sea el precio si no los queremos? ¿No podemos confiar la gestión de nuestra pensión a una compañía privada si pensamos que lo hará mejor que la SS?
Sin darnos cuenta, cada día cedemos soberanía a la política, nos adocenamos, dejamos de pensar y nos convertimos en una masa muy fácilmente manejable sin criterio. Y todo eso porque pensamos que, si lo paga otro, pues mejor. Pero no, lo pagamos nosotros.
Así surgen los tan debatidos en estos días Presupuestos del Estado con récord de gasto público que por supuesto pagaremos con elevados impuestos nosotros y las generaciones venideras y que consolidan un déficit público alejado cada vez mas del de la Europa a la que tanto queremos y una deuda pública desbocada que pagaran nuestros nietos con impuestos, si es que la inflación no lo hace explotar antes. Vaya solidaridad y recuperación justa para las generaciones venideras.
Hay formas alternativas y, en mi opinión mejores, de gestionar y distribuir la riqueza (respetando siempre la necesidad de solidaridad entre generaciones, económico, social y territorial) que es dejar el dinero de los ciudadanos en sus bolsillos y dejarles decidir a ellos. Eso sí…. Entonces no se puede hacer con criterios partidistas, cosa que invalida mi argumento para los políticos. Tomemos como ejemplo el anuncio hecho por la Xunta de Galicia de regalar la guardería a las familias gallegas o el tan cacareado bono cultural. ¿No es mucho más práctico bajar los impuestos o dejar que los ciudadanos se deduzcan la guardería de los impuestos y decidan ellos los que tienen hijos y los que no? O los padres vean incrementada su renta y eduquen en el consumo de cultura a sus hijos (el que quiera, claro).
Otro caso paradigmático es el del reparto de los fondos europeos, que, por supuesto, no son un regalo porque los pagamos todos de nuestros impuestos, aunque no nos lo digan. Se afanan los gobernantes en decir que los fondos deben permear al tejido productivo, a las pymes que configuran la gran mayoría de la economía española, mientras los hechos muestran que el Gobierno con muy poca transparencia de momento los reparte a espuertas entre las grandes empresas con criterios digamos desconocidos.
¿No sería mejor y mucho más democrático decirles a nuestras empresas que durante tres años tengan libertad de amortización en sus inversiones en digitalización o que el impuesto de sociedades se reduce sustancialmente con el compromiso de invertir lo ahorrado en trasformación y luego verificar su cumplimiento? Yo estoy convencido de que sí, pero eso impediría que la mano política decidiese por las empresas, por nosotros, qué es bueno o malo, o peor aún, quién es bueno o malo.
Sólo la realidad de una crisis profunda como ya ha ocurrido en el pasado nos hará despertar si no es demasiado tarde
Y esta espiral solo crece y crece sin límite. Sólo la realidad de una crisis profunda como ya ha ocurrido en el pasado nos hará despertar si no es demasiado tarde. Una crisis disparada por algún sastrecillo valiente internacional que nos escupa la falta de competitividad que estamos generando en Europa frente a EEUU y Asia y arrase con nuestros ahorros en los fondos y en la bolsa. O cuando ese sastrecillo demuestre alto y claro que el sistema de pensiones es insostenible en un país de viejos y con la peor natalidad del mundo. O cuando la inflación nos recuerde aquello de la prima de riesgo y del coste del servicio de la deuda inasequible.
Con ello, el Estado se ha convertido es una gigantesca maquinaria para detraer recursos a la sociedad, que luego redistribuye con criterios políticos en muchos casos y con dudosa eficacia en la gestión alcanzando ya el 52% del PIB en España. Así, en mi opinión, la gran reforma constitucional que nunca veremos sería la de limitar en ella el tamaño del Estado a, digamos, un 35 % del PIB salvo que los ciudadanos lo aprobemos en referéndum.
Es fácil vivir en la complacencia, en esos nuevos felices años veinte que nos prometen Europa y España en su recuperación y pensar que siempre hay otro que paga; pero no, la realidad es tozuda, pagas tú y mientras, sin darte cuenta además, dejas que los demás, unos pocos, decidan por ti.
Mientras… Bailemos el charlestón de la recuperación mientras dure la música.
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