Recuerdo aquellos congresos del PSOE andaluz, que eran como fiestas de la patrona y se hacían acumulando en el escenario espigas verdes, gente de recortable, antífonas agropecuarias y caras de medalla de concurso de saetas o tomates. “Algunos se creen que éste es el Partido de Dios”, me soltó un socialista crítico (alguno había) una vez que un viejo pope o arriero del partido habló de renovar la “alianza” que tenía el PSOE con los andaluces, como si Jehová nos mantuviera conservado en su arca pequeñita y nacarada, como una cajita de rapé, al bueno de Manolo Chaves. Cuento esto porque ahora el Partido de Dios ya es el Partido de Sánchez, sin intermediarios. Chaves tenía que rendir cuentas a los clanes, Zapatero nunca fue capaz de bajar de Despeñaperros, y hasta Felipe González tuvo a los guerristas, que eran como urracas con plumaje de pana. Pero Sánchez ya no tiene a nadie en frente ni arriba y en los congresos sólo le llevan gladiolos.
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